10 de marzo de 2016

4 de marzo de 2016

Reseña de La Géopolitique des séries ou le triomphe de la peur, de Dominique Moïsi

Decir que las series de televisión están de moda es algo más que una perogrullada; que concitan pasiones y seguidores, también; que se publican cada vez más libros y ensayos sobre el tema, y desde un punto de vista cada vez más multidisciplinario, es la mejor noticia. Hemos pasado de libros-guías y obras realizadas para fans a obras que sitúan las series de televisión en su (adecuado) contexto (histórico), que no se limitan a explicar tramas y hablar sobre personajes y actores, sino que rastrean en sus fuentes, en sus referentes, en sus aportaciones a una variedad de materias cada vez más amplia, y que ayudan a reflexionar y a comprender mejor el mundo que nos rodea. Las series de televisión –como el cine y la literatura– se adscriben a un período concreto, reflejan las inquietudes de las personas que vivieron en ese período y plantean preguntas (y no siempre dan respuestas) sobre el contexto político, social y cultural que retratan episodio tras episodio… y en el propio contexto de creación de la serie. Las series políticas (en el más amplio sentido del género) están en boga: El ala oeste de la Casa Blanca, House of Cards (especialmente la versión estadounidense), Homeland, Borgen, State of Play, The Hour, Veep, Boss, Secret State, The Good Wife, Scandal, Treme, The Wire,.. y un largo etcétera, tratan desde diversos ámbitos y aristas la política nacional y local, la lucha contra el terrorismo, la inexperiencia política o las ambiciones de poder, las relaciones entre intereses públicos e intereses privados, el combate ideológico, las disputas entre los “tres poderes” (e incluso el cuarto: el periodismo). Incluso una serie como Game of Thrones tiene una lectura política muy clara y ha permitido reflexionar sobre la gestión del poder y el mantenimiento del mismo.

Canciones para el nuevo día (1900/1129): "Let's Get It On"

Cómo no acordarse de la sorpresa final en Alta fidelidad...  

Marvin Gaye - Let's Get It On



Disco: Let's Get It On (1973)

21 de febrero de 2016

Crítica de cine: ¡Ave, César!, de Ethan y Joel Coen

Crítica publicada previamente en Fantasymundo.

Ethan y Joel Coen vuelven a la comedia con fuerza y lo hacen con una película que echa la vista atrás: la etapa final de los años dorados de Hollywood y del studio system, y la lejana amenaza de la televisión. Unos años cincuenta en los que, precisamente cuando la pequeña pantalla empieza a ser un electrodoméstico habitual en los hogares estadounidenses, las grandes compañías cinematográficas (las majors) apuestan por presentar películas de entretenimiento masivo: abundan los wésterns, se ponen de moda las películas de sirenas y nadadoras sincronizadas (Esther Williams triunfa), y se apuesta por el péplum, las “películas de romanos”. Ya Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951) había inaugurado la década con un cine que aunaba la ambientación histórica con una mirada “canónica” a los primeros tiempos del cristianismo; Ben-Hur (William Weyler, 1959) sería la película de este tipo más exitosa (y galardonada) de la época; aún se harían más péplums en la década de los años sesenta, pero ya no tendrían un éxito tan rotundo y Hollywood paulatinamente abandonaría este género. La televisión, para entonces, se había convertido en la gran rival del entretenimiento de masas y la manera de hacer películas de los grandes estudios formaría parte del pasado.

19 de febrero de 2016

Crítica de cine: Deadpoool, de Tim Miller

Crítica publicada previamente en Fantasymundo.

La factoría Marvel no descansa y su producción es un no parar. Para un espectador que no sea un fan de los cómics (que es mi caso, por ejemplo), la sensación de perderse entre las diversas sagas y franquicias, lo que acaba por conformar su particular universo cinematográfico, puede derivar a una cierta saturación. A la espera de que continúe la saga Vengadores con Capitán América: Guerra civil, a estrenar el próximo mes de mayo, otros filones de la producción marvelera llegan también a nuestras pantallas: en este caso, Deadpool, spin-off de la serie X-Men. El personaje del mercenario bocazas creado por Rob Liefelf y Fabian Nicieza había aparecido en el cómic en 1991. Ryan Reynolds ya lo había interpretado anteriormente en X-Men Orígenes: Lobezno (2009) y caló lo suficiente como para que se proyectara replantearlo de cara a una derivación de la serie (como se hizo con el propio Lobezno). Con Reynolds en el saco, se contrató a Paul Wernick y Rhett Reese para elaborar un guion que debía reformular el personaje, y a Tim Miller para dirigir la película. La idea era expandir al máximo el componente cómico del personaje y su tendencia a “romper la cuarta pared” (dirigiéndose constantemente al espectador, como Frank Underwood en House of Cards). Un problema añadido era cómo presentar la película en las salas de cine: es decir, qué clasificación de edades tendría; finalmente se anunció que tendría una clasificación “R” en Estados Unidos, es decir, para mayores de 17 años (y mayores de edad en otros países). Y no es una cuestión baladí: el grado de violencia explícita e incluso gore, los desnudos y el lenguaje malhablado que tiene el cómic original forzaba a considerar esta película para un público adulto o a suavizar el tono para rebajar la edad de los espectadores que pudieran verla, opción que de entrada no estaba contemplada. Deadpool es y será en la gran pantalla como ha sido en el cómic.