1 de abril de 2015

Crítica de cine: National Gallery. de Frederick Wiseman

Visitar un museo (cuando uno va por placer, no por obligación) es una experiencia personal: cada cual sigue una hoja de ruta particular, escoge unas salas o unas obras favoritas por encima de otras, deja una sala determinada para una visita posterior, revive las primersa sensaciones, asume que es imposible verlo "todo" y que hay que priorizar unos determinados cuadros, se escoge una exposición temporal antes que la colección permanente, se sienta uno delante de un cuadro y lo devora de tal manera que no se le escapa ningún detalle. Pero un museo es también todo aquello que no (necesariamente) está expuesto al público, que no es visible o que transcurre en salas de reuniones, en los almacenes, en las salas de restauración o en los despachos. Como visitantes, acudimos a los museos a pasear por unas salas en las que todo ha sido dispuesto para nuestra observación y disfrute, pero antes de ello ha habido un proceso de planificación, restauración, colocación y ordenación, ya sea de una exposición temporal, una sala o una panorámica de un pintor o un período determinado. Hay muchas personas que trabajan en un museo para que, cuando abra sus puertas, podamos contemplar aquello que habremos visto centenares de veces en libros, catálogos o documentales y películas. Conocer la National Gallery de Londres, que sería el equivalente británico del Museo del Prado español y que reúne una colección permanente de 2.300 cuadros (que a su vez abarcan un período cronológico entre el siglo XIII y finales del XIX), es quizá uno de los requisitos que todo turista que visita la capital británica tiene apuntado en su agenda. Pero quizá no la volvamos a ver (si la hemos visitado en alguna ocasión) del mismo modo tras el visionado de este documental de Frederick Wiseman.

Canciones para el nuevo día (1658/887): "Symphonie Fantastique (2e Partie: Au Bal)"

Hector Berlioz - Symphonie Fantastique (2e Partie: Au Bal)



Disco: Berlioz: Symphonie Fantastique (1974)

16 de marzo de 2015

Reseña de The Death of Caesar. The Story of History’s Most Famous Assassination, de Barry Strauss

La literatura histórica sobre Gayo Julio César es prácticamente inabarcable: multitud de biografías, monografías, artículos académicas, etc., y eso sin contar la masa de novelas históricas, de desigual calidad. César es una de las figuras esencial (si no la esencial, junto a su sobrino-nieto Gayo Octavio, futuro Augusto) para comprender la historia romana, sobre todo la transición de un sistema republicano a uno de cariz unipersonal (el Principado augústeo). La mitificación alrededor de sus victorias militares y su genio político, junto a la memoria de su asesinato (William Shakespeare mediante), han calado tan hondo en el lector interesado en el período que resulta inane publicar algo «nuevo» sobre el personaje y su fatídico destino. También sobre el final de la República (de la vieja y libera res publica) se ha tratado con especial detalle en muchos y variados libros (la lista sería larga). Por tanto, las primeras noticias sobre este libro de Barry Strauss, The Death of Caesar. The Story of History’s Most Famous Assassination (Simon & Schuster, 2015) se las toma el lector avezado en la materia con un cierto (y lógico) escepticismo, sobre todo si atendemos a noticias alrededor de este libro publicadas recientemente en la prensa española (Guillermo Altares, “Ni Bruto, ni Casio: Décimo es el nombre clave en la muerte de César“, en El País, 9 de marzo de 2015).