26 de enero de 2015

24 de enero de 2015

Crítica de cine: Whiplash, de Damien Chazelle

En 2013 se estrenó Grand Piano, película de Eugenio Mira con guion de Damien Chazelle, y aunque pasó algo desapercibida por las salas de cine españolas, tenía suficientes alicientes para tenerla en cuenta. La historia de un pianista en crisis (Elijah Wood), atormentado por una obra imposible (“La Cinquette”) y que tras un tiempo volvía a subirse a los escenarios, llamaba la atención. Y lo hacía por el estilo de thriller à la Hitchcock, con una trama que se tensionaba cuando un anónimo personaje (John Cusack) le chantajeaba con matar a su novia si no tocaba la dichosa pieza a la perfección; la cosa se complicaba pues el villano no aparecía en escena, sino que oíamos su voz: se ponía en contacto con el pianista a través de un pinganillo y lo llevaba de un lado a otro en pro de sus objetivos. La tensión se dosificaba bien, la música era especialmente destacable (magnífico score de Víctor Reyes), el eco hitchcockiano se revelaba acertado… pero todo el edificio se derrumbaba, como un castillo de naipes, en la media hora final de la película. Y el espectador, en este caso servidor, se quedó con la sensación de que le habían estafado. Pero esa primera hora de película, sólo esa primera hora redimía una película que fracasaba en lo más importante de un thriller: una resolución de altura o mínimamente eficaz. Pensaba anoche en Grand Piano mientras veía Whiplash, una de las películas destacadas de este inicio de 2015 en los cines de nuestros lares… y lo hacía porque Chazelle, guionista de la película de Mira, es el director y escritor de esta otra cinta. Una película que comenzó como cortometraje, al no conseguirse inicialmente el dinero necesario para hacer un largo, y que ahora, convencidos los productores, llega en formato extendido. Y pensaba especialmente en lo divergentes que son ambas películas…

23 de enero de 2015

Reseña de El Tercer Reich y los judíos (2 vols.), de Saul Friedländer

«La lucha para salvarme es desesperada. […] Pero no importa. Porque yo puedo llevar mi relato hasta el final y confiar en que vea la luz del día, cuando llegue el momento adecuado. […] Y la gente sabrá lo que ha ocurrido. […] Y preguntarán: ¿es ésta la verdad? Y yo contesto por anticipado: no, ésta no es la verdad, sino sólo una pequeña parte, una diminuta fracción de la verdad. […] Ni la pluma más potente puede representar la verdad completa, real, esencial».
Stefan Ernest, El gueto de Varsovia, escrito a escondidas en 1943 en el lado «ario» de Varsovia. 
Y es posible rastrear la verdad sobre la Shoa, sobre el Holocausto. Y a esta tarea se ha dedicado durante décadas Saul Friedländer (n. 1932), profesor emérito de Historia en UCLA, Estados Unidos. Es difícil captar en una reseña lo que supone el díptico formado por El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de la persecución (publicado en inglés en 1997) y El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio (publicado en 2007 y merecedor del Premio Pulitzer en 2008), editados por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2009. Resulta complejo sintetizar en unos cuantos párrafos una obra que superas las 1.700 páginas. Una obra que bebe de decenas de diarios de «una inmensa masa de víctimas silenciosas», que se nutre de documentación oficial, de cartas, de discursos, de una masa casi inabarcable de bibliografía secundaria y especializada. Una obra que basa su fortaleza en una precisión documental impresionante, en el detallismo con el que se narra el trasfondo, la creación, la puesta en marcha y la ejecución del Holocausto. Una obra que se lee como una novela, que duele en el alma, que nos arrastra y nos quiebra. Una obra en la que la esperanza no es siquiera una estación de madrugada, en la que los trenes hacia los campos de exterminio pasan de largo.

Canciones para el nuevo día (1610/839): "Thou Swell"

Ella Fitzgerald - Thou Swell



Disco: The Cole Porter And Rodgers & Hart Songbook (2008)


22 de enero de 2015

Reseña de El telegrama Zimmermann, de Barbara W. Tuchman

«Cuando el pueblo norteamericano entre en guerra, la libertad, la tolerancia y el sentido común caerán en el olvido» (Woodrow Wilson). 
Barbara W. Tuchman (1912-1989) no es autora ‘nueva’ para el lector aficionado al género histórico: Los cañones de agosto (1962) se ha convertido en un clásico de la historiografía sobre la Primera Guerra Mundial –aunque trate sólo el primer mes del conflicto–, al mismo tiempo que se ha revelado como una obra literaria de enorme calado, conjugando crónica periodística con relato histórico y con una narración trepidante, amén de un retrato psicológico de una serie de personajes (Guillermo II de Alemania, Joseph Joffre, sir John French, Herbert Asquith, lord Kitchener, etc.). Una obra que atrapa al lector desde el primer capítulo (los funerales de Eduardo VII) y que no le permite dejar el libro hasta que, de pronto, nos encontramos en medio del avance de las tropas alemanas sobre Bélgica y Alemania, o nos encontramos resistiendo a los alemanes en medio de la melée como si nos hubiéramos puesto en la piel del general Lanrezac. Suele aburrirme la historia militar de puro desarrollo de batallas pero este libro es la gran excepción a mi norma: me mantiene en vilo, sin perderme ni aburrirme, esperando de un momento a otro que los alemanes lleguen a París y no se vean atrapados, como así fue, en el Marne. La torre del orgullo, también publicado en 1962, es otro de sus grandes libros, un repaso a los veinticinco años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial tomando como eje narrativo a una serie de personajes o de acontecimientos (los lores Salisbury y Balfour, el anarquismo europeo, el presidente de la Cámara de los Representantes estadounidense Thomas L. Reed, el caso Dreyfus, Richard Strauss, Jean Jaurès, etc.).  Pero Barbara Tuchman se labró éxito de crítica y público con una obra precedente, publicada originalmente en 1959, traducida al castellano hace treinta años y que logra una nueva vida en forma de reedición: El telegrama Zimmermann (RBA, 2010).

Canciones para el nuevo día (1609/838): "La consagración de la primavera: Acto I, La adoración de la Tierra (Augurios primaverales/Danza de las adolescentes)"

Igor Stravinski - La consagración de la primavera: Acto I, La adoración de la Tierra (Augurios primaverales/Danza de las adolescentes)



Disco: Stravinski: The Rite of Spring (1990)


20 de enero de 2015

Crítica de cine: Sólo quiero caminar, de Agustín Díaz-Yanes


[1-XI-2008] 

En 1995 Agustín Díaz Yanes se estrenó como director con Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, película que seguía las andanzas de Gloria Duque (Victoria Abril), una mujer que se metía en un fregado en México con la mafia local y a su regreso a España seguía enfangada hasta el fondo. Trece años después, y resarciéndose de la sensación agridulce de fracaso con Alatriste (2006), Díaz Yanes recupera al personaje, pero no intenta hacer una segunda parte, sino una película nueva, distinta, aunque camina sobre la misma senda que la anterior cinta: Sólo quiero caminar. La película se inicia con una ejecución, en el Mercado de Abastos de México, D.F., realizada por Gabriel (Diego Luna), un sicario de confianza de Félix (José María Yazpik), un mafioso local. Ya se nos ha presentado uno de los personajes principales: Gabriel, apodado el Arcángel o Babyface, que no tiene reparos en matar –siempre que no sean mujeres–, ni escrúpulos para planear el asesinato de su propio padre, ahora en prisión y que mató a su madre años atrás. La trama pasa entonces a España, Algeciras, un robo realizado por cuatro mujeres: Aurora (Ariadna Gil), su hermana Ana (Elena Anaya), Paloma (Pilar López de Ayala) y Gloria Duque (Victoria Abril). El golpe fracasa y Aurora es capturada y condenada a varios años de cárcel. Mientras tanto, Félix y Gabriel llegan a España, ampliando negocios: Félix se encapricha de Ana (y no por amor, sino por el sexo oral que le ha practicado) y decide casarse con ella (pretty woman, walking down the street... como en la película, el rico que se enamora de la prostituta). Pero Félix no es un marido atento y Ana anhela regresar a España. Cuando Félix tira a Ana a la carretera con el coche en cama, dejándola en coma, se iniciará la particular venganza de un grupo de tres mujeres…


Canciones para el nuevo día (1607/836): "Prophecies"

Philip Glass - Prophecies



Disco: Koyaanisqatsi: Original Motion Picture Score (2009)

14 de enero de 2015

Reseña de Odiseo. El retorno, de Valerio Massimo Manfredi

«Veía cuánto se había corrompido una estirpe gloriosa solo en tres generaciones: la de los argonautas, que habían viajado hasta los confines del mar y de la muralla de montañas inaccesibles, límites extremos para los mortales; la nuestra, que había destruido y despojado la más grande y poderosa ciudad del mundo; y, por último, la de los pretendientes que habían conquistado la despensa y las cocinas de una casa indefensa en la que comían y bebían, aprovechándose de un trono vacío, de una mujer sola y de un muchacho: hijos mimados y faltos de respeto y de humildad que habían crecido sin los padres. Pensaba, sin embargo, que también mi muchacho había crecido sin un padre, pero era, no obstante, prudente y valeroso, fiel a un recuerdo sin imagen ni voz. Por eso los pretendientes no me despertaban piedad. Habían tratado de matar a Telémaco. Todos ellos querían yacer en mi lecho, el que había encajado entre las ramas de un olivo, con mi esposa intachable. Gozar del amor con ella. Debían morir» (pp. 255-256).
Con Odiseo. El retorno (Grijalbo, 2014) se cierra el díptico –en realidad son una sola novela, aunque luego nos la hayan presentado en dos tomos– que empezara en 2013 con la primera parte, Odiseo. El juramento. Para el lector de la primera novela, que narra la vida de Odiseo antes de y durante la guerra de Troya, queda claro que en este segundo tomo, y con ese subtítulo, el tema a tratar es el regreso a casa, a Ítaca. En pocas palabras, la Odisea. Y esta novela recoge y resigue la trama del poema homérico, casi canto a canto, añadiéndose una parte final en la que Manfredi fabula sobre el último viaje de Odiseo, la última aventura, la más desconocida… y la más etérea. Las últimas veinticinco páginas pueden ser interpretables a voluntad de cada lector… y sobre las que no voy a incidir.

Canciones para el nuevo día (1603/832): "Los cantantes"

Leiva - Los cantantes



Disco: Pólvora (2014)


10 de enero de 2015

Crítica de cine: Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro G. Iñárritu

Tras sus cuatro películas melodramáticas (y muy dramáticas), Alejandro González Iñárritu decide probar con la comedia. Pero, desde luego, con la comedia a su manera. Ya no cuenta con Guillermo Arriaga como su guionista de cabecera (partieron peras tras Babel) y sigue con sus juegos visuales: si Amores perros, 21 gramos y la citada Babel eran películas en las que las historias entrecruzadas y la cronología no lineal eran marcas de la casa (Biutiful es un punto y aparte), Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) utiliza el plano secuencia como elemento que vehicula la narración (¿se acuerdan ustedes de La soga de Hitchcock y su encadenado d planos secuencias o de la primera secuencia de Snake Eyes de Brian de Palma?); un plano secuencia a lo Sokurov El arca rusa y que, cámara en mano, acompaña a los personajes de esta comedia dramática (Iñárritu no podía de dejar del lado el elemento dramático) alrededor de un antiguo actor de cine de acción que trata de reconvertirse en alguien respetable en un escenario de Broadway. Riggan Thomas fue Birdman en tres películas, un superhéroe con disfraz de pájaro, dos décadas atrás y ahora trata de reivindicarse como actor y director con una obra de Raymond Carver (De qué hablamos cuando hablamos de amor). La ironía inicial de la película está en que Michael Keaton, Batman de Tim Burton, se pone en la piel de Riggan; y como Riggan su carrera en las últimas dos décadas también ha estado muy dependiente de aquel éxito del cine de superhéroes, de las críticas, la fama efímera, el abandono de la industria cinematográfica y la búsqueda de un papel que le redimiera como actor. Keaton e Iñárritu, pues, nos guiñan el ojo con el primer planteamiento de esta película.