En su reciente ensayo Ingenieros de la victoria: los hombres que cambiaron el destino de la Segunda Guerra Mundial (Debate, 2014; título original: The Turn of Tide),
Paul Kennedy nos cuenta una historia "diferente" de la Segunda Guerra
Mundial entre enero-marzo de 1943 y el verano de 1944. Apenas quince
meses, una ventana temporal en la que se implementaron novedades y
avances técnicos y se entablaron batallas decisivas que cambiarían las
tornas de una guerra en la que, hasta entonces, el Eje (sobre todo
Alemania en Europa) llevó la delantera. Para Kennedy las claves del
éxito de los Aliados fueron la adaptabilidad a diversos e imprevisibles
escenarios, la capacidad para confiar en el talento de “ingenieros” de
muy diverso tipo (pilotos, científicos, altos mandos militares), y el
aprovechamiento y mejora de la tecnología existente. Hitler confió hasta
el final en las “armas milagrosas”; los Aliados en una cultura del
estímulo, el uso eficaz de los recursos disponibles y la idea de que de
los reveses se aprende. El autor se desmarca de la tesis de que, es
cierto, los Aliados ganaron la guerra porque dispusieron de más aviones,
más tanques, más barcos, más submarinos y más soldados que Alemania o
Japón. Pero tener mucho más que el enemigo no hizo cambiar las cosas,
pues había desafíos (la geografía, la distancia, la logística) a los que
enfrentarse y problemas que resolver. Uno de ellos fue la batalla del
Atlántico, que desde el año 40 controlaron los alemanes con sus manadas
de lobos, sus submarinos, que atacaban de repente y hundían los convoyes
de suministros que desde Estados Unidos se enviaban al Reino Unido, el
último resistente en Europa al avance de los alemanes. Escoltar convoyes
de barcos y neutralizar la operatividad de los U-Booten... una labor en
la que los servicios de Inteligencia o el descifrado de los códigos
criptográficos no fueron (quizá) tan esenciales como pudiera parecer. Descifrar
Enigma fue una de las operaciones más importantes realizadas desde la
retaguardia: romper el código de la máquina encriptadora alemana y poder
adelantarse a los alemanes, que durante casi tres años llevaron la
delantera a los Aliados en este terreno y sembraron el pánico en el
océano y los despachos de las diversas entidades británicas: romper el
bloqueo era esencial para la supervivencia británica. Y detrás del
desciframiento de Enigma, aunque no sólo él, estuvo Alan Turing. The Imitation Game
(título que remite a un célebre artículo de Turing) se centra en dos
etapas de la vida de Turing: su papel esencial en la ruptura de Enigma
durante la Segunda Guerra Mundial y sus años finales, cuando fue acusado
de indecencia (el término legal para referirse a la homosexualidad,
penada con cárcel) y finalmente se suicidó (devorando una manzana a la
que había inyectado una dosis letal de cianuro). En ambos temas, sin
embargo, la película, aunque interesante y con buen ritmo, se queda a
medias.