Quizá no haya un recurso tan explotado en el género literario de la ciencia-ficción como el viaje en el tiempo (y en el cine, y en alguna serie de televisión…). Ha llovido mucho desde La máquina del tiempo de H.G. Wells (1895), si bien es curioso que en este caso el protagonista decida viajar hacia delante, hacia un lejanísimo futuro, y no hacia atrás. Hacia adónde hemos ido más que de dónde hemos venido. Quizá no sea tan sorprendente si pensamos que muchos escritores de los siglos XVIII y, especialmente, XIX se acercaron a lo que acabaría por convertirse en un género en sí mismo (los viajes en el tiempo), poniendo en énfasis en el forward, ir hacia delante, fabular cómo sería la sociedad, el mundo que les rodeaba, uno o dos siglos más tarde. El maquinismo, la utopía sin clases o incluso el Apocalipsis se erigían como temores (o terrores) que, desde el ilustrado siglo XVIII o a lo largo de la fabril centuria decimonónica, se presentaban ante los inusitados cambios que la tecnología post Revolución Industrial implicaban para la sociedad europea (o mundial) de la época de Wells. Surgía una mirada complacida, se podría decir, idealizada, si se prefiere, del mundo presente que, en la ucronía, se preveía que iría a peor, desde la perspectiva de unas clases medias-altas que disfrutaban en el cambio del siglo XIX al XX de productos y servicios que potencia el confort moderno. Una sensación, pues, de que lo mejor ya ha llegado, de que estamos viviendo en una sociedad moderna; una noción que explotaría con el consumismo de masas desde la década de los años veinte, y ya no digamos después.