Para mí, hay tres obras básicas y que el lector curioso, aficionado o especializado debe tener en su canon (odio esta palabreja, sin embargo) de libros filipinos: cronológicamente, Felipe II de España de Peter Pierson (1975), Felipe de España de Henry Kamen (1997) y Felipe II y su tiempo de Manuel Fernández Álvarez (1998). Los dos últimos libros forman parte de ese género histórico tan extendido que es la literatura conmemorativa o de aniversario, en este caso el cuarto centenario de la muerte de Felipe II. Diferentes en cuanto a su concepción, más heterogénea la primera y más ortodoxa la segunda, ambas, con todo, comparten una cierta crítica, más velada en la biografía de don Manuel, del reinado de Felipe II. El libro de Kamen es más analítico de lo que pudiera parecer a primera vista y, además de la consabida retahíla de nacimientos, matrimonios, hijos, hazañas y logros de un reinado dilatado de cuarenta años, valora el empeño de Felipe II como monarca, sus limitaciones y sus errores: «en ningún momento tuvo Felipe un control efectivo de los acontecimientos ni de sus dominios; ni siquiera de su propio destino. De ahí que no se le pueda responsabilizar más que de una pequeña parte de lo que, a la postre, ocurrió durante su reinado […]. Era «prisionero en un destino en el que poco podía hacer». Lo que le quedaba era jugar las cartas que tenía en su mano» (p. 340, citando al mismo tiempo a Braudel). Quizá sorprenda una conclusión tan atávica, pues uno se pregunta qué queda de la propia responsabilidad de un gobernante más allá de las ataduras del pasado, sobre todo si lo relacionamos con decisiones que tomar y situaciones en las que lidiar en las que estuvo sólo él (la cuestión de Flandes, la empresa de Inglaterra, la guerra contra Francia desde 1590). Por su parte, la biografía de Fernández Álvarez, que por estructura parecía tener la voluntad de ser una historia total al estilo braudeliano, decae progresivamente en una historia bastante favorable al monarca filipino, aunque no le ahorra algún que otro vapuleo.
Quizá al lector de esta reseña a estas alturas lo que más le importe es saltarse estas líneas previas y que quien esto escribe vaya al grano y comenta algo sobre el mamotreto de casi 1.440 páginas, poco más de mil de ellas de texto y el resto de bibliografía y notas que hace unos meses publicó Planeta y cuyo autor, Geoffrey Parker (n. 1943), no es precisamente un desconocido en la cuestión filipina: Felipe II. La biografía definitiva (2010), cuyo subtítulo ya digo de entrada que me disgusta. Aborrezco las etiquetas editoriales tales como «el libro definitivo», como si en esta vida hubiera cosas más definitivas que la muerte o el modo en que cadenas de televisión destrozan, casi para siempre, una buena historia con una serie por capítulos de la peor especie.
Para muchos lectores un librito como Felipe II (1978, diversas ediciones en castellano), publicado en España por Alianza, es quizá la aproximación más completa a la figura de Felipe II por parte de Parker. Una breve biografía, muy en la línea anglosajona de que a veces lo bueno pero breve es dos veces bueno, que resulta no sólo una magnífica panorámica sobre el reinado del hijo de Carlos V sino un ejercicio literario la mar de delicioso. Libro en cierto modo precursor del que tenemos delante, no era el primer acercamiento de Parker a la época filipina, pues muestra de ello son El ejército de Flandes y el camino español (1972) y España y la rebelión de Flandes (1977), obras esenciales sobre uno de los temas que el bueno de Geoffrey ha desarrollado con detalle: la larga guerra de los Países Bajos (1567-1648) o, como suele ser del gusto anglosajón, la Guerra de los Ochenta Años; un ámbito que Parker continuó con una selección de artículos en los años ochenta, España y los Países Bajos, 1559-1659: diez estudios (1990). Pero la cuestión netamente filipina, resurge en la bibliografía de Parker, con otras dos obras también esenciales: una de ellas conjuntamente con Colin Martin, La Gran Armada, publicado bajo los fastos conmemorativos (otra vez más) de la empresa de la Invencible (y revisado y aumentado en 2011), y La gran estrategia de Felipe II (1998), libro de conjunto de un reinado en el que Parker trata de dilucidar si Felipe II desarrolló una estrategia de largo alcance durante su reinado de cuarenta años.
Todos estos libros, de un modo u otro, convergen en la biografía que se supone que debería comentar de una puñetera vez (no es fácil ir al grano con un autor de la envergadura de Parker). Digamos que Felipe II. La biografía definitiva es tanto un proyecto personal como un libro de encargo de una editorial. En su recentísima reseña sobre este libro en el número de mayo de este 2011 de Revista de Libros, Juan E. Gelabert lamenta la forma en que un encargo editorial ha devenido en un desastre ortográfico-idiomático, cuestión de la que uno se percata, pero que tampoco considera que, aun siendo grave (y más con el precio de este libro), haya que desarrollar con excesivo celo. No entraré en ello: es cierto, la traducción peca de demasiados errores, aunque también es cierto que de un modo u otro se diluyen en las más de mil páginas de texto. Sea cual sea el origen de este libro, Parker llevaba ya unos cuantos años trabajando en él. En alguna ocasión he comentado que tuve la suerte de encontrarme a Parker en la librería de Marcial Pons de la Plaza del Conde del Valle Suchil de Madrid, en uno de esos viajes a la Villa y Corte que suelo hacer anualmente. Recuperado levemente de la larga enfermedad que lleva arrastrando desde hace años, y respondiendo a una osadía por mi parte, Parker me comentó que estaba recopilando bibliografía reciente para una nueva edición de su biografía filipina. Servidor pensó que se refería al librito de Alianza, por ello mi sorpresa fue mayúscula cuando el pasado verano supe de la publicación de un libro que, en la descripción editorial, estipulaba una extensión de casi 1.400 páginas. Por tanto, no estamos ante una revisión del libro de Alianza, sino ante un nuevo libro, contundente, sobre el monarca filipino. Y me atrevería a decir que, desagradándome las etiquetas «definitivas», el libro de Parker brilla a años luz respecto a las biografías con que hasta ahora contábamos.
Cinco partes, cinco, son las que estructuran este señor libro, cuatro cronológicos y uno temático. Sucintamente las cito. «El umbral del poder» narra los años de aprendizaje del príncipe Felipe de Habsburgo y sus primeras experiencias de gobierno hasta la abdicación y muerte de su padre, Carlos V (o I, si se prefiere). Una segunda parte, «El rey y su mundo», nos lleva a la biografía más cortesana del rey. «La primera década del reinado» es, quizá, la parte más interesante del libro, en el que la habitual relación de anni mirabiles se entremezcla con cuestiones familiares (la cuestión de don Carlos, los matrimonios del rey) y el camino hacia el enquistamiento en Flandes. Una cuarta parte la sigue, «El rey vencedor», en el que los «años de cruzada» en el Mediterráneo y la propia península Ibérica, dan pie a los «años de adversidad» en Flandes y a la crisis financiera de 1575-1577. Añadamos a ello la cuestión de Antonio Pérez, la Éboli y el asesinato de Juan de Escobedo y los aparentes «años de triunfo» entre 1678 y 1585, preludio de una etapa final, la quinta parte, «El rey vencido», en el que la estrategia de Felipe II se desboca y se va al traste.
Uno se preguntará (o quizá no, eso va a gustos) qué aporta de nuevo Parker en su mastodóntica biografía. Para empezar, un uso extensivo de una fuente, o de una fuente de fuentes, que es laColección de Altamira, que contiene miles de billetes autógrafos que Felipe II intercambió con sus principales ministros y que, al modo del Corpus Documental de Carlos V que durante varias décadas recopiló don Manuel Fernández Álvarez, se erige en «corpus material» y «unidad orgánica que se deriva del proceso individual de producción de un archivo» (p. 20). Esta Colección permite aproximarnos, de un modo más pormenorizado, no sólo a la práctica de gobierno sino a la propia vida personal del monarca. Complementando esta Colección con otras fuentes primarias, Parker levanta «una atalaya desde la cual contemplar el mundo de Felipe de la misma forma en que él lo hizo» (p. 21). Por otro lado, Parker se nutre de la inmensa masa de material bibliográfico publicados a raíz de los fastos conmemorativos de Felipe II y Carlos V en la casi última década y media; pensemos, por ejemplo, que sólo en 1998 se celebraron doce congresos, cinco grandes exposiciones y actas y catálogos respectivos, y eso sin contar las numerosas monografías relacionadas con Felipe II.
Como consecuencia de todo ello, estamos ante un libro que sobresale por todos lados. Por erudición, por documentación, por análisis y por una cautivadora amenidad (incluso en las innombrables citas de documentos de época). Un libro que incide en la casi sobrehumana capacidad del monarca para encargarse hasta el más mínimo detalle de cualquier aspecto de determinada cuestión relacionada con una concreta situación que como gobernante le tocaba lidiar. Causa admiración pensar en un Felipe II que le robaba horas a la noche y se quitaba años de vida, rodeado de papeles de todo tipo. Con todo, Parker no obvia que ese carácter meticuloso del rey, ese afán por controlar cualquier resquicio sobre cualquier cuestión, muchas veces jugaba en contra de la eficacia del sistema de gobierno que, centralizado en laCorte (ya en Madrid, ya en El Escorial), dependía única y exclusivamente de la decisión de una sola persona; lo cual, en consecuencia, redundaba en una lentitud exasperante y en la reflexión de que, posiblemente, algunas de las cuestiones capitales del reinado de Felipe II, habrían sido de otra manera si el rey hubiera destinado menos tiempo a escribir informes a sus ministros sobre cuestiones que, vistas con perspectiva, importaban un ardite.
Hay episodios del reinado de Felipe II en las que Parker incide con especial atención. Por ejemplo, el caso Carranza: la persecución y prisión del arzobispo de Toledo, cuyo caso se alargó durante casi dos décadas y desgastó de un modo especial no sólo las relaciones del monarca con el Papado, sino también su propia credibilidad. Azuzado por la malquerencia del Inquisidor General y arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés, y por sus propias dudas, Felipe II se dejó llevar en un caso que necesitó que, por una vez, hiciera caso de su instinto, que le decía que las acusaciones de Valdés de que Carranza abrazaba la herejía eran más una cuestión de pugna político-religiosa y personal («las acusaciones eran fruto de la “pasión”»), y que debió prohibir «que ambos hombres (en lugar de sólo Carranza) buscaran apoyo en Roma». En palabras de Parker, de haber seguido estas indicaciones, el rey «se habría ahorrado mucho tiempo, problemas y humillación, y además habría mantenido los servicios de dos ministros capaces y experimentados. Pero, en cambio, desde el momento en que aprobó el plan de Valdés de arrestar y encarcelar a Carranza, el rey necesitaba una condena tan desesperadamente como laSuprema, y, durante casi dos décadas, luchó por conseguir este objetivo, aunque sin resultado: en 1567, sus denodados esfuerzos no consiguieron evitar que el Papa llevara el proceso a Roma; y en 1576, pese a insistir reiteradamente que Carranza «fuese castigado ejemplarmente», ¡el Papa se limitó a suspender al arzobispo de sus funciones eclesiásticas durante cinco años! El rey había cometido una catastrófica equivocación, superada sólo por su decisión en 1578 de implicarse en otras de las «“paçiones, parcialidades y casy vandos que se hacían o están hechos entre mis criados”: la de apoyar a Antonio Pérez en contra de Juan de Escobedo» (pp. 347-348).
Esta es una de las muchas cuestiones que Parker trata en su enorme libro. Dejo en manos del lector persuadirse o no acerca de lo que Parker concluye acerca de la desastrosa actuación del duque de Alba en los Países Bajos (corresponsable, junto con el monarca, de permitir que una situación, a priori controlable, se les fuera a ambos de las manos), del giro copernicano en la década final (luchando en tres frentes diferentes, precisamente en tres zonas que estaban en paz cuarenta años atrás) o de la implicación personal del rey en el asesinato de Escobedo (al respecto, Parker hace un especial énfasis). Una cuestión no menos importante son los errores de cálculo que, en momentos de su reinado, lastraron la gran estrategia de Felipe II. Uno de ellos, visto con la perspectiva actual, es el empeño de Felipe por entender que sus decisiones, personales, debían ser comprendidas entre sus ministros y sus súbditos como «la obra de Dios». Ese personalismo o, como lo llama Parker, «imperialismo mesiánico» (especialmente pp. 240-252), indujo a Felipe a considerar que «hasta el fracaso de la Armada, fue posible creer que siempre una victoria espectacular vendría a compensar cada derrota: frente al malogrado plan de destronar a Isabel en 1570-1571, Felipe podía contraponer la victoria de Lepanto (que pareció terminar con la amenaza turca) y la masacre de San Bartolomé (que pareció haber asestado un golpe definitivo al protestantismo en Francia). Sus pérdidas en los Países Bajos y la infructuosa guerra para recuperarlas se vieron sobradamente recompensadas por su razonablemente pacífico acceso al trono de Portugal y sus posesiones de ultramar, creando el primer imperio en la Historia en que no se ponía el sol» (p. 252). Pero, citando a Clausewitz, Parker matiza esta idea del monarca recordando que «cuanto más complejo sea el sistema, más probabilidad existirá de que una de sus partes funcione mal». Y desde mediados de la década de 1570, las diversas partes del sistema comenzaron a fallar casi ininterrumpidamente. Por encima de imperialismos mesiánicos.
En resumen y para ir cerrando, estamos ante la que, hoy por hoy, es la mejor biografía sobre el personaje. Un libro que deja la biografía de don Manuel Fernández Álvarez (y la consideraba la mejor hasta ahora) muy por detrás. Magnífico tratamiento de fuentes, que se imbrican con el relato, le dan sentido y no se convierten en un mero relleno (y don Manuel muchas veces pecaba de ello). Amenísimo, riguroso a más no poder, sin equidistancias ni juicios de valor baratos. Se nota un trabajo de archivo espectacular. Lo reitero, no me gustan las etiquetas editoriales estilo «la biografía definitiva», pero desde luego el libro de Parker quedará como una obra de referencia obligada durante muchos años.