29 de enero de 2018
28 de enero de 2018
Crítica de cine: Call Me by Your Name, de Luca Guadagnino
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Pocas películas han generado tanta atención en redes sociales como Call Me by Your Name –¿por qué se mantiene el título original en inglés cuando tranquilamente se podría traducir como Llámame por tu nombre?–, la película de Luca Guadagnino que, estrenada hace un año en el Festival de Cine de Sundance, finalmente llega a las salas españolas. Una película que, a priori, podría provocar más de una polémica en este mundo tan políticamente correcto de hoy en día: la historia de amor (y de sexo) de un adolescente de 17 años con un estudiante universitario (muy) mayor de edad, y que transcurre en la casa familiar del muchacho en el norte de Italia. Sea como fuere (la controversia sería bastante fútil), con esta cinta, más que de una historia de amor homosexual, lo que tenemos es un drama sobre el autodescubrimiento personal y la tolerancia. Y eso, amigos, sí que es mucho más destacable.
27 de enero de 2018
Crítica de cine: C'est la vie!, de Olivier Nakache y Éric Toledano
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
El cine francés goza desde hace décadas de un saludable equilibrio entre la taquilla y la crítica, sobre todo en aquellos productos más de tipo mainstream. Y tiene lo que quizá el cine español no acaba de conseguir: una industria consolidada, con apoyo estatal y que es capaz de generar éxitos que son vistos por millones de espectadores y son fácilmente exportables a otros países; incluso generan más de uno (y de dos, y de tres…) remakes por parte de las productoras de Hollywood a la caza de ideas (a menudo les faltan): quién no recuerda, por ejemplo, Tres solteros y un biberón (Coline Serreau, 1985) y en el remake (sin tanta gracia ni trasfondo social) estadounidense, Tres solteros y un bebé (Leonard Nimoy, 1987). Más recientemente la pareja de directores Olivier Nakache y Éric Toledano directamente lo “petaron” con Intocable (2011), película que no sólo llenó las salas francesas, sino también las de prácticamente todos los países en las que se estrenó, logrando rentabilizar su discreto presupuesto (en clave europea, claro) de 9,5 millones de euros y transformarlos en 360 millones de taquillaje, cosechando premios dentro y fuera de Francia, abriendo la puerta a varios remakes en otros países y convirtiendo a Omar Sy, especialmente, y a François Cluzet en estrellas. Un pelotazo como éste es difícil de repetir, pues son tantas las expectativas generadas en películas de estos dos directores y en otras claramente identificables con su cine, que la respuesta puede ser “meh, no es como Intocable. Así, Samba (2014), de nuevo con Sy acompañado esta vez por Charlotte Gainsbourg y Tahar Rahim, no cumplió las ansias de los espectadores que se acercaron a una sala de cine a verla. Tampoco parece que ambos directores vayan a reeditar los laureles con su película más reciente, C’est la vie! (2017), que, pásmese el espectador hispano, no es el título original de la cinta –Le Sens de la fête, “el significado (o el sentido] de la fiesta”–, sino una adaptación sui generis que quizá algún distribuidor algún día nos explique.
26 de enero de 2018
Crítica de cine: Sin amor, de Andrey Zvyagintsev
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
El director ruso Andrey Zvyagintsev se ha establecido como una de las principales figuras de la cinematografía rusa en los últimos años y no siendo precisamente un cineasta cómodo para el régimen de Vladimir Putin; buena muestra de ello es Leviatán (2014), su anterior cinta, ganadora del Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa y nominada a los Oscars de ese año en la misma categoría, y que diseccionaba la corrupción institucionalizada en la Rusia actual. La mirada social, de hecho, siempre ha estado presente en el cine de Zvyagintsev: ya su debut como director, El regreso (2003), planteada a modo de una road movie a través de la deshabitada Siberia, muestra influencias del cine de Andréi Tarkovski. Con Sin amor (Нелюбовь en cirílico), de este modo, se da un paso más en la radiografía de la sociedad rusa, centrándose en esta ocasión en el egoísmo personal y sin sean necesarias demasiadas sutilezas en diálogos, silencios y ambientaciones de bosques nevados y ríos gélidos.
25 de enero de 2018
24 de enero de 2018
Reseña de Hué 1968. El punto de inflexión en la guerra del Vietnam, de Mark Bowden
Esta reseña parte de una lectura del original en inglés.
La batalla de Huế (31 de enero-3 de marzo de 1968) —a grandes rasgos, el libro de Bowden termina con la reconquista de la
Ciudadela o el Palacio imperial de Huế el 25 de enero y la retirada de
las fuerzas atacantes de Vietnam del Norte una semana después— formó parte de las operaciones militares que, bajo el epígrafe de la “Ofensiva del Tet”, llevaron a cabo el Ejército de Vietnam del Norte y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam [del Norte] (FNLV) –conocido popularmente como el Vietcong– como invasión de la República de Vietnam (del Sur) y que tomó por sorpresa tanto al ejército survietnamita como a las fuerzas estadounidenses –oficialmente, meras aliadas del Ejército de la República de Vietnam (ERVN). La Ofensiva se alargaría, en sus tres fases, hasta finales del verano de 1968 y acabaría siendo una derrota operacional de Vietnam del Norte. Pero también fue una victoria pírrica para unos Estados Unidos que, con un presidente Lyndon B. Johnson que no optaría a la reelección, el asesinato de Robert Kennedy, quien pudo ser el candidato demócrata a las elecciones de noviembre, y un clima de oposición creciente a la participación estadounidense en la guerra de Vietnam, comenzaría a plantearse la necesidad de retirarse del Sudeste asiático ante una sensación de que la guerra librada, como así acabó sucediendo, no sería ganada. Bowdense centra en la fase I de la Ofensiva, en la que la contrainteligencia vietnamita logró despistar a las fuerzas estadounidenses. La batalla por Huế sería uno de los objetivos principales de esta primera fase y se convertiría, en los siguientes veinticuatro días, en un escenario de combate sin cuartel, calle a calle, edificio a edificio, que no se recordaba desde Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial.
23 de enero de 2018
Canciones para el nuevo día (2392/1621): "Anyone Who Knows What Love Is (Will Understand)"
Irma Thomas - Anyone Who Knows What Love Is (Will Understand)
22 de enero de 2018
Reseña de The Doomsday Machine: Confessions of a Nuclear War Planner, de Daniel Ellsberg
[Notas entre corchetes, al final de la reseña].
Al final de la película Marea roja [Crimson Tide] (Tony Scott, 1995), y antes de los créditos finales, se sobreimpresiona sobre pantalla un mensaje, que es el colofón a una trepidante historia ambientada en un submarino estadounidense equipado con armamento nuclear y en el que estalla un motín. El mensaje reza lo siguiente (traducimos): "Desde enero de 1996, la principal autoridad y la capacidad para lanzar misiles nucleares ya no quedará en los comandantes de los submarinos de los Estados Unidos... el control principal residirá en el Presidente de los Estados Unidos". ¿La causa? Ante una crisis internacional, en la que unos rebeldes rusos se han hecho con el control de varios submarinos nucleares y amenazando con utilizarlos, el sumergible estadounidense se ve en la “necesidad” de efectuar un ataque preventivo. El comandante de la nave, el capitán Ramsey (Gene Hackman) es quien tiene el poder de decisión, que deberá ser ratificado por el oficial que tiene acceso a las armas nucleares, y quiere lanzar el torpedo. Su segundo al mano, el teniente Hunter (Denzel Washington), es más cauto y prefiere esperar a que se confirme un mensaje cifrado que ha quedado interrumpido. La película escenifica la lucha entre dos opciones, lanzar o no lanzar armas que provocarán una reacción en cadena que conducirá a un holocausto nuclear, que es paralela a una disputa en la cadena de mando. Finalmente, se recibe un mensaje que anuncia la derrota de los rebeldes rusos y que no se autoriza un lanzamiento; todos los tripulantes del submarino respiran, se han salvado de iniciar una guerra mundial devastadora. El mensaje que aparece al final de la película incide en un aspecto poco conocido para el público en general: los comandantes de submarinos estadounidenses con capacidad para utilizar armamento nuclear ya no tendrán la autorización principal para hacerlo, sino que estará únicamente en manos del presidente de la nación. Como demuestra Daniel Ellsberg en este libro, dicha autoridad única por parte del presidente de los Estados Unidos ha sido y sigue siendo una falacia: uno de los principales temores, y puntos a analizar en este libro, es la diversidad de personas que tienen autorización para lanzar misiles con cabezas nucleares. ¿Cuántos dedos controlan el botón rojo?, denuncia Ellsberg.
Al final de la película Marea roja [Crimson Tide] (Tony Scott, 1995), y antes de los créditos finales, se sobreimpresiona sobre pantalla un mensaje, que es el colofón a una trepidante historia ambientada en un submarino estadounidense equipado con armamento nuclear y en el que estalla un motín. El mensaje reza lo siguiente (traducimos): "Desde enero de 1996, la principal autoridad y la capacidad para lanzar misiles nucleares ya no quedará en los comandantes de los submarinos de los Estados Unidos... el control principal residirá en el Presidente de los Estados Unidos". ¿La causa? Ante una crisis internacional, en la que unos rebeldes rusos se han hecho con el control de varios submarinos nucleares y amenazando con utilizarlos, el sumergible estadounidense se ve en la “necesidad” de efectuar un ataque preventivo. El comandante de la nave, el capitán Ramsey (Gene Hackman) es quien tiene el poder de decisión, que deberá ser ratificado por el oficial que tiene acceso a las armas nucleares, y quiere lanzar el torpedo. Su segundo al mano, el teniente Hunter (Denzel Washington), es más cauto y prefiere esperar a que se confirme un mensaje cifrado que ha quedado interrumpido. La película escenifica la lucha entre dos opciones, lanzar o no lanzar armas que provocarán una reacción en cadena que conducirá a un holocausto nuclear, que es paralela a una disputa en la cadena de mando. Finalmente, se recibe un mensaje que anuncia la derrota de los rebeldes rusos y que no se autoriza un lanzamiento; todos los tripulantes del submarino respiran, se han salvado de iniciar una guerra mundial devastadora. El mensaje que aparece al final de la película incide en un aspecto poco conocido para el público en general: los comandantes de submarinos estadounidenses con capacidad para utilizar armamento nuclear ya no tendrán la autorización principal para hacerlo, sino que estará únicamente en manos del presidente de la nación. Como demuestra Daniel Ellsberg en este libro, dicha autoridad única por parte del presidente de los Estados Unidos ha sido y sigue siendo una falacia: uno de los principales temores, y puntos a analizar en este libro, es la diversidad de personas que tienen autorización para lanzar misiles con cabezas nucleares. ¿Cuántos dedos controlan el botón rojo?, denuncia Ellsberg.
20 de enero de 2018
Crítica de cine: Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg
El 13 de junio de 1971 el periódico The New York Times comenzó a publicar algunos extractos de un extensísimo informe clasificado por el Departamento de Defensa (varios miles de páginas), encargado por el ex secretario Robert McNamara con fines internos y académicos (a priori). El informe, que con el tiempo sería conocido como “los papeles (o archivos) del Pentágono”, contenía un relato histórico muy detallado sobre la implicación de Estados Unidos en Vietnam entre 1945 y 1967, demostrando que varias Administraciones (de Harry Truman a Lyndon B. Johnson), habían mentido al pueblo estadounidense al ocultar las intenciones de intervenir en dicho territorio de Indochina y, además, al declarar sistemáticamente, desde que los “observadores” de la época de Kennedy se convirtieron en soldados enviados a combatir con Johnson en el poder, unos progresos que distaban de ser reales; en pocas palabras, que la guerra estaba perdida, se luchó más bien para evitar una humillación y la consecuencia fue que se sacrificaron decenas de miles de vidas de soldados americanos, además de, por supuesto, las de los combatientes vietnamitas (de ambos países) y centenares de miles de civiles (cuando no millones), en un conflicto que Estados Unidos nunca pudo ganar. La Administración Nixon, que tenía sus propios planes para acabar con una guerra que se había prometido terminar tres años antes (y que vio, en cambio, como se extendió a países como Laos y Camboya hasta 1973), contratacó acudiendo a los tribunales federales para bloquear la publicación de más extractos del informe. Un tribunal federal ordenó el cese de las publicaciones, pero otro juez federal anuló dicha orden, y el Times recurrió al Tribunal Supremo. Al mismo tiempo, el discreto periódico The Washington Post, propiedad de la familia Graham, inició el 18 de junio su propia publicación de extractos del informe; el Gobierno emprendió una demanda que un juez federal que rechazó la pretensión de Nixon y sus abogados de impedir la publicación del Post. El Gobierno recurrió también al Tribunal Supremo, que convocó a ambos medios en una sesión el 26 de junio. Los periodistas apelaron a la defensa de la Primera Enmienda (que garantizaba la libertad de expresión y de prensa); el Gobierno, a la seguridad nacional.
19 de enero de 2018
18 de enero de 2018
17 de enero de 2018
Crítica de cine: Tres anuncios en las afueras, de Martin McDonagh
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Una mujer conduce por una carretera (muy)
secundaria de camino a casa, a las afueras del pueblo en el que vive.
Tres vallas de anuncios permanecen vacías y como si no se hubiera
ninguno en décadas (¿quién pasa por allí para verlos a menos que se haya
perdido o sea idiota?, se comenta un par de veces). La mujer tiene una
idea, contratar las tres vallas para insertar unos anuncios durante un
año, y la pone en práctica. La sorpresa vendrá cuando los anuncios sean
tres interpelaciones directas a un caso criminal no resuelto aún y al
sheriff local encargado de la investigación: “Violada mientras moría”. “Y
todavía sin detenciones”. “¿A qué espera, jefe Willoughby?”. La mujer
que ha puesto los anuncios es Mildred (Frances McDormand), madre de la
chica violada y asesinada (quemada viva), y el caso sigue abierto siete
meses después sin que haya visos de que se pueda resolver (apenas hay un
rastro de ADN que dé pistas de las que tirar). Una “madre coraje” se ha
cansado de esperar respuestas (y justicia) y dirigirá sus dardos tanto
contra el jefe de policía de Ebbing (Missouri), Bill Willoughby (Woody
Harrelson), como respecto a la inoperancia de su cuerpo de agentes,
entre los que destaca el violento y lenguaraz Jason Dixon (Sam
Rockwell). La película es Tres anuncios en las afueras –traducción
parcial de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri–, escrita y
dirigida por Martin McDonagh y se ha convertido (y va a serlo también
por nuestros lares) en el fenómeno en la carrera hacia los Óscars que
nos acompañará en los próximos dos meses. Y quien esto escribe lo
secunda: es una película magistral (y eso utilizo con cuentagotas este
adjetivo, pues detesto la banalización que surge de la proliferación de
“obras maestras” aparecidas cada dos por tres); de lo mejor que he visto
y con la que mejor me lo he pasado en bastante tiempo.
Canciones para el nuevo día (2389/1618): "Say What You Want"
NOTA: A Maná le debió de gustar esta canción pues los acordes para su hit "Eres mi religión" (perteneciejnte al álbum Revolución de amor, de 2002) recuerdan demasiado a los de "Say What You Want"; por ejemplo, compárese el inicio de la canción de Texas con varios momentos de "Eres mi religión" (por ejemplo, el puente a partir del minuto 2:21 o desde 4:11).
Texas - Say What You Want
16 de enero de 2018
15 de enero de 2018
14 de enero de 2018
Crítica de cine: El instante más oscuro, de Joe Wright
9 de mayo de 1940: sesión en la Cámara de los Comunes del Parlamento británico. Plano cenital, la cámara se mueve para bajar a ras de suelo, retroceder y mostrarnos la escena: un halo de luz que entra por las ventanas superiores ilumina la bancada en la que los enfervorecidos diputados del Partido Laborista escuchan entre aspavientos de todo tipo, el discurso de su líder, Clement Attlee (David Schofield). Son numerosos los gestos en pie, las manos que mueven pañuelos, las muestras de furia hacia la bancada opuesta, donde se halla sentado el primer ministro conservador, Neville Chamberlain (Ronald Pickup), que soporta con estoicismo el abucheo generalizado, mientras detrás suyo hay diputados tories que responden los ataques de la oposición… y otros se unen a los ataques laboristas. Desde la llamada Peers Gallery (o Galería de los Lores) , el vizconde de Halifax (Stephen Dillane) observa el espectáculo; miembro del Gabinete, como ministro de Asuntos Exteriores, forma parte de la Cámara de los Lores y, según los usos constitucionales británicos, no es un MP (“Member of the Parliament”) y no tiene derecho a ocupar un escaño entre los Comunes. Halifax es consciente que su buen amigo Chamberlain ha perdido la confianza de los Comunes, desde que se iniciara la sesión dos días atrás y a causa de la desastrosa campaña en Noruega frente a la Alemania nazi. Chamberlain está dispuesto a asumir las consecuencias, dimitir, sobre todo cuando Attlee anuncia que su partido no entrará en un Gobierno de Coalición si él continúa presidiéndolo. En puridad, el responsable de la debacle en Noruega no es el primer ministro, sino el primer Lord del Almirantazgo (o ministro de la Marina Real), Winston Churchill (Gary Oldman), cuyo asiento en la bancada del Gabinete está vacía, pero la última responsabilidad recae en el PM (“Prime Minister”) y sólo queda una decisión: dimitir. La duda es: ¿quién liderará la país como PM en unos momentos en que la supervivencia del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, del propio Imperio Británico, está en juego ante los avances del poderoso Ejército alemán?
12 de enero de 2018
Crítica de cine: Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Wenchman
En 2013 el videoartista y cineasta Gustav Deutsch
realizó una película que en sí misma fue todo un desafío: lograr que el
espectador se “metiera” en una serie de cuadros de Edward Hopper
(1882-1967); y para ello la técnica utilizada fue recrearlos con actores
reales, de carne y hueso, pero mimetizando hasta el último detalle el
estilo, los colores y el entorno de varias de las obras del pintor
estadounidense. Y así surgió Shirley. Visiones de una realidad (tráiler): una fascinante
película que no sólo permitía que los cuadros de Hopper “cobraran vida”,
sino también contar la historia de Shirley, ficticia “constructora” de
un relato que se ubicaba entre 1931 y 1963, y con una voz en off sacada
de noticiarios de radio que contextualizaba cada secuencia/cuadro. Una
apuesta cinematográfica muy atractiva que no tuvo demasiado recorrido
por nuestro país cuando se estrenó, en el verano de 2014, pero que valía
la pena. Confiemos ahora en que Loving Vincent (2017), con coproducción
anglo-polaca, tenga una mayor visibilidad en la cartelera española,
pues también supone todo un tour de force artístico… y cinematográfico:
recrear algunos cuadros del pintor neerlandés en un filme “pintado al
óleo”. Y para ello 125 artistas de todo el mundo pintaron a mano más de
65.000 fotogramas animados, logrando que el estilo, el trazo, la técnica
de Van Gogh “reviva” y parezca casi real. Tan real como que la película
se rodó primero con actores de carne y hueso y posteriormente se
“pintó” para adquirir la textura de los cuadros del pintor.
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