Nota: esta reseña parte de la lectura del original en francés, Alexandra Kollontaï. La Walkyrie de la Révolution, Fayard, 2021; las citas y su paginación proceden de esta edición.
Aleksandra Kolontái (nacida Aleksandra Mijailóvna Domontóvich, 1872-1952) estuvo entre los primeros bolcheviques de primera línea y en relación directa con Vladimir Ílich Uliánov, "Lenin", líder de la Revolución de Octubre, pero, a diferencia de otros camaradas bolcheviques, como Trotski, Kaménev, Zinóviev, Bujarin o Stalin, no tuvo un reconocimiento entre los miembros del posterior Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) ni se resaltó su papel en la construcción de la utopía soviética. De hecho, y como se menciona hacia el final de este libro, no hubo un obituario en el periódico oficial soviético, Pravda, a su muerte en marzo de 1952, no fueron destacados ni recordados sus aportaciones a la Revolución, sobre todo desde la esfera del feminismo; apenas una breve necrológica se publicó en Izvestia, órgano gubernamental, y firmada «por un grupo de amigos y de colaboradores» (p. 269). El líder soviético, Stalin, que moriría nueve meses después, no publicó ningún artículo ni hizo ningún homenaje explícito. Kolontái, de hecho, si bien no fue complaciente con el régimen estalinista, no fue víctima de las purgas –afortunadamente para ella, su labor como embajadora la mantuvo fuera del país durante gran parte de las décadas de los años treinta y cuarenta– y siempre dio su apoyo al líder soviético.
Aleksandra en 1900. Fuente. |
En 1924, Aleksandra pugnó para ser reconocida por las potencias occidentales como la primera embajadora soviética, en este caso en Noruega, y si bien Gran Bretaña le privó de este honor al reconocer a la legación londinense, sus esfuerzos abrieron las puertas a que otros países reconocieran diplomáticamente a la Unión Soviética. Si las reivindicaciones en relación al bienestar social, especialmente de las mujeres y niños, labraron la carrera de Kolontái bajo el zarismo y en los primeros años del régimen soviético, y a ellas dedicó algunas de sus obras escritas, fue la labor diplomática la que afianzaría su figura, y de hecho como salida a su atribulada carrera política en el Gobierno soviético desde 1922: agregada comercial en Noruega desde 1922, la primera diplomática soviética en este país desde 1924 (con el cargo de ministra plenipotenciaria), para pasar posteriormente a México (1926-1927), de nuevo en Noruega (1927-1930) y de 1930 a 1945 a Suecia (embajadora desde 1943), retirándose, por problemas de salud, al final de la Segunda Guerra Mundial.
Con todo, esta intensa carrera diplomática no es el grueso del libro de Carrère d’Encausse, pues dos tercios del mismo se dedican a los años anteriores, es decir, de 1872 a 1922. Cincuenta años de vida en los que se cuenta cómo la hija de un general de origen ucraniano que destacó en la Guerra Ruso-Tuca de 1877-1878 y posteriormente destacó en la política de la Rusia zarista, proponiendo una monarquía constitucional que nunca llegaría, desde pequeña apuntó maneras en cuanto a querer vivir al margen de los cánones de la conservadora sociedad peterburguesa. Quizá el hecho de que sus padres tampoco fueran una pareja al uso influyera, como destaca la autora francesa, en los puntos de vista avanzados de Aleksandra en cuanto al matrimonio, el sexo y la preocupación por los más desfavorecidos. El propio matrimonio de Aleksandra con su primo, Vladimir Ludigovich Kolontái, de quien tomó el apellido, fue peculiar: un matrimonio que incluso sus padres “progresistas” trataron de impedir, que se formalizó en 1893, dando lugar a un hijo, Mijaíl "Misha" un año después, y que no tardó en romperse, si bien ambos mantuvieron una muy buena relación durante el resto de sus vidas. Carrère d’Encause destaca que a Aleksandra le interesó desde joven viajar y estudiar, tuvo una serie de amantes, de los que finalmente destacaron dos grandes amores en las filas de la Revolución (y que con el tiempo serían purgados por Stalin).
Kolontái (der.) en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista (1921). Fuente. |
Cada vez más aislada en la dirección del partido, Kolontái y sus aliados serían apartados del Comité Ejecutivo durante el XI Congreso del PCR (pronto PCUS) en abril de 1922. Sería a través de Stalin, flamante secretario general del partido, un cargo aparentemente menor pero que le abriría el camino hacia el liderazgo del régimen y en su enfrentamiento con Trotski, Kaménev y Zinóviev, que Kolontái viera abrirse ante ella la carrera diplomática que realizaría en las siguientes dos décadas. Una carrera que la alejaría de las pugnas por el poder en el seno del PCUS, al tiempo que dejaría de lado su labor en defensa de los derechos de las mujeres en el seno del nuevo régimen soviético.
Puede que esta carrera diplomática, con algunos traspiés en México, pero asentada sólidamente durante su larga legación en Suecia, la que hiciera que su figura fuera progresivamente “olvidada” dentro de Rusia. Por un lado, apenas se recuerda su lucha por los derechos sociales y sus enfrentamientos con Lenin; por otro, se libró de las purgas que, tras la expulsión y el exilio de Trotski, Stalin desarrolló durante los años treinta contra la plana mayor bolchevique para asentar su poder. Stalin no la consideró un rival político, probablemente por el hecho de ser mujer y llevar un tiempo fuera del núcleo dirigente del PCUS; de ser «Valquiria de la Revolución», como la apelara la prensa (y el propio Trotski) en los primeros años del régimen soviético, Kolontái pasó a ser una diplomática que desde Suecia veló por los intereses de la URSS en las dos guerras ruso-finesas paralelas a la Segunda Guerra Mundial: por parte de madre, Aleksandra tenía familia finlandesa y ello le sirvió para mediar en las relaciones entre Moscú Helsinki entre 1941 y 1945.
Kolontái, primera embajadora soviètica en ¨ Noruega, con la Orden de San Olav (1946), |
Se podría decir que estamos ante una figura muy interesante, tanto por su lucha política y social (y más viniendo de alguien de una familia y entorno del establishment zarista) como por su vertiente personal. Una figura olvidada, en muchos aspectos:
«El tiempo ha vindicado a Kolontái. La desestalinización condenó a Stalin, mientras que Kolontái sobrevivió. Sus escritos, su actividad revolucionaria, política pero diplomática, están tallados en el mármol del conocimiento histórico, con sus debilidades y sus reconocimientos, pero sin afectar al poder de esta personalidad. Siempre fiel a su proyecto de estar con el pueblo –fue su salvavidas–, Kolontái se unió a la historia de los héroes indiscutibles del movimiento comunista, sus héroes, los Lafargue, Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Y para la historia, la imagen de Kolontái quedará ante todo aquella que todos conocieron y admiraron: la luchadora al servicio de todas las causas, la Valquiria de la Revolución» (p. 277, traducción propia).
Hay que destacar que, si bien hay ediciones castellanas de algunas de sus obras –véase, por ejemplo, El amor de las abejas obreras (Barcelona, Alba 2008), La bolchevique enamorada (Tafalla, Txalaparta, 2008), Las relaciones sexuales y la lucha de clases (En Lucha, 2011), Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor (Madrid, Horas y Horas, 2015), Mujer y lucha de clases (Barcelona, Viejo Topo, 2016) y Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (Madrid, Cienflores, 2018), no contábamos hasta ahora con una biografía en nuestro idioma de este personaje a menudo considerado una mención breve o una nota a pie de página en los libros sobre la Revolución Rusa. De Hélène Carrère d’Encausse, además, tenemos su libro Seis años que cambiaron el mundo: 1985-1991, la caída del imperio soviético (Ariel, 2016), además una biografía de Lenin publicada por Espasa Calpe en 1999.
En conclusión, estamos ante un espléndido estudio de un personaje a menudo desconocido pero que estuvo en primera línea en los años de la Revolución Rusa y la primera etapa de la Rusia soviética, y de quien destaca su vertiente como activista defensora de las causas sociales, en particular de las mujeres. Alguien como Aleksandra Kolontái merecía una biografía en castellano que pusiera su figura, pública y privada, en su contexto histórico. Ya la tenemos.
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