El 15 de febrero de 1600 Juan Cano de Moctezuma, hijo de Isabel de Grado o Tecuichpotzin (1509-1550), a su vez hija de Moctezuma Xocoyotzin (o Moctezuma II, r. 1502-1520), el huey tlatoani de la época de la conquista del Imperio azteca por los españoles, realizó una procesión en las calles de Ciudad de México en la que Hernando de Alvarado Tezozomoc, sobrino nieto de Moctezuma, «representó¥ sobre una plataforma móvil y bajo un toldo a quien fuera su augusto pariente. Con los ropajes tradicionales de los huey tlatoani del pasado, Tezozomoc, de unos sesenta años de edad, rememoró la figura de su antecesor, precedido por una troupe de músicos y bailarines, y para deleite del virrey Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco y de los españoles que contemplaron el espectáculo. Tezozomoc no conoció a su tío abuelo, pues nació veinte años después de que este muriera. Citando a Camilla Townsend:
Lo que algunos entre el público ciertamente pensaron, sin embargo, era que habían pasado ochenta años desde la caída de Tenochtitlan, lo cual significaba que no había nadie vivo que pudiera recordar con claridad ninguna celebración comparable anterior a 1519, o que hubiera escuchado acontecimientos de tal magnitud por parte de sus parientes. Las personas que conocieron los viejos tiempos estaban muertas o a punto de hacerlo. Incluso la primera generación de jóvenes que habían colaborado con los frailes y guiado a su pueblo desde entonces habían fallecido. (p. 193, traducción propia en esta y otras citas textuales)
Entre los testigos de la representación estaba Chimalpahin o Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin (1579-1645), cronista indígena que, entre 16016 y 1631 escribió unas Relaciones en náhuatl y un Diario, entre otras obras, que recogen tradiciones orales de los altépetl de Colhuacan, Tenochtitlan, Texcoco y de los territorios de la confederación chalca (Chalcayotl), tributarios a su vez del «Imperio azteca» desde 1465 y hasta la conquista española. Chimalpahin es uno de los protagonistas de los capítulos finales Fifth Sun: A New History of the Aztecs de Camilla Townsend (Oxford University Press, 2019) y muestra la otra cara de la sociedad conquistada (y ya colonial) en las generaciones posteriores: los descendientes de los pueblos conquistados en la década de 1520 y la tercera generación que no vivió ni conoció de primera mano aquellos acontecimientos, pero que en un momento determinado y a lo largo del siglo XVII decidió poner en escrito, en lengua náhuatl y sin tener en consideración las crónicas españolas que surgieron en la centuria anterior –las Cartas de relación (c. 1520-1534) de Hernán Cortés, la Historia general de las Indias (1552) de Francisco López de Gómara y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1579) de Bernal Díaz del Castillo–, la historia de los mexicas o «aztecas» y los pueblos mesoamericanos sojuzgados por estos.
Son fuentes que parten de tradiciones orales y que a menudo no suelen ser conocidas por los lectores interesados en la conquista española de aquellos territorios ni por autores, sobre todo a este lado del charco, que escriben monografías a respecto. Tomemos como ejemplo reciente, La conquista de México. Una nueva España de Iván Vélez (La esfera de los libros, 2019), una obra de cariz divulgativo, pero también con una no disimulada visión ideologizada de la conquista del «Imperio azteca», y donde ni en bibliografía ni en notas se menciona ninguna fuente que no sean las «habituales», es decir, las españolas. Comenta el autor en la última página de su texto: «En el caso de los hechos de los que hemos tratado en esta obra, Cortés, con sus Cartas de Relación, ofreció al rey Carlos su versión de lo acontecido. También sus constantes pruebas de lealtad. En un tono radicalmente distinto, Bernal introdujo la visión de la soldadesca, del colectivo. Estos y otros muchos documentos nutren los excepcionales archivos hispanos, a los que dio lugar un Imperio fuertemente protocolizado. En los relatos de quienes se adentraron en el Nuevo Mundo aparecen las grandes batallas pero, también, los detalles personales, sus ambiciones y sentimientos. Gracias a ellos podemos confeccionar la historia, nunca completa, de la conquista de México». Son numerosas las referencias a Cortés, Díaz del Castillo, López de Gómara, Cervantes de Salazar y otros cronistas españoles… ninguna referencia a fuentes de los pueblos vencidos.
Townsend dice en también en el último capítulo de su libro:
Ninguno de ellos [Chimalpahin y Tezozomoc] quería que el complejo mundo nahua del valle central, tal como había existido antes de la llegada de los europeos, fuera olvidado o “borrado”, para utilizar la palabra de sus abuelos. En sus escritos, ambos hombres hicieron promesas apasionadas, casi con seguridad reiterando lo que solçia decirse en los días de las grandes representaciones históricas, y utilizando metáforas tradicionales. “Eso nunca será olvidado”, decía Chimalpahin. “Eso siempre será preservado. Lo preservaremos, nosotros que somos los hermanos jóvenes, los hijos, los nietos, los bisnietos, los tataranietos y trastaranietos, nosotros que somos (…) el color y la sangre, nosotros que somos los descendientes (…) nosotros que hemos nacido y y vivido donde vivieron y gobernaron todos los queridos antiguos reyes chichimecas”. Tezozomoc murmuró muchas veces lo mismo: “Lo que los ancestros vinieron a hacer, vinieron a establecer, sus escritos, su renombre, su historia, su memoria, nunca perecerá, nunca será olvidado en los tiempos venideros (…). Siempre mantendremos, nosotros hijos, nietos, jóvenes hermanos, taratanietos, nosotros sus descencientes (…) y aquellos por vivir, los aún no nacidos, seguiremos hablando de ellos, seguiremos celebrándolos”. (pp. 197-198)
Expansión del "imperio azteca". Fuente. |
Lo decimos claro: este es un libro valioso; muy valioso, diría, pues estamos (mal) «acostumbrados» a una historia de los pueblos mesoamericanos y del “Imperio azteca” en particular que pone el foco en la visión de quienes les conquistaron, los españoles, los europeos en general, que se horrorizaron con el carácter salvaje de sus costumbres, con la imagen de los sacrificios humanos en el Gran Templo de Tenochtitlan. Incluso una serie de televisión como Hernán (Azteca 7/Amazon: 2019), que ofrece una visión matizada de los acontecimientos iniciales de la conquista (de la llegada de los españoles a tierras mayas a la Noche Triste) y con una imagen ecuánime de españoles y pueblos indígenas, no se está de destacar en un capítulo el sacrificio de una prisionera española, a la que arrancan el corazón (como seguramente el espectador «espera» que sucederá), o en su propia (y espectacular) cabecera; el horror que produce conocer esos sacrificios humanos por parte de los mexicas es utilizado, de hecho, como pretexto por Pedro de Alvarado (Michel Brown) a la hora de reprimir a sangre y fuego algunas celebraciones de la población de Tenochtitlan mientras Cortés (Óscar Jaenada) está ausente.
Sobre este tema en particular, Townsend (pp. 48-51) sitúa los sacrificios en un contexto sobre las prácticas religiosos de mexicas y pueblos nahua en relación con sus dioses: una relación de reciprocidad, por la que las deidades otorgaban bienes a los hombres y estos realizaban estas ofrendas humanas; la propia existencia humana, concebían estos pueblos: «si los seres humanos rechazaban hacer esto, el frágil mundo podría acercarse a su fin» (p. 50, traducción propia). Hay ejemplos de sacrificios humanos también en la Biblia hebrea (y ejemplos romanos), arguye Townsend, y conviene no recordar que los mexicas «no vivieron en un mundo moderno, un estado liberal, donde ciertas protecciones están garantizadas para la mayoría» (p. 151).
De mismo modo, sobre Malintzin, doña Marina o la Malinche, Townsend matiza sobre el personaje:
Los actuales mexicanos generalmente consideran a Marina una traidora a la población nativa americana. Pero entonces, si alguien le hubiera preguntado si debería mostrar más lealtad a sus congéneres indios, ella se habría quedado sinceramente confundida. En su lenguaje, no había palabra que fuera equivalente a “indios”. Mesoamérica era todo el mundo conocido; el único término para “personas nativas de las Américas” habría sido “seres humanos”. Y en su experiencia, los seres humanos la mayor parte de las veces no están en el mismo bando. Los mexicas eran los enemigos de su pueblo. Fueron ellos los que la apartaron de su familia y sus mercaderes quienes la habían vendido en Xicallanco. Ahora este relativamente pequeño número de recién llegados querían hacer la guerra con los mexicas. Nadie en el mundo podría haber imaginado que ella debía lealtad al pueblo de Moctezuma, Mientras vivió, y durante muchos años después, nadie expresó sorpresa por el rumbo que decidió. Solamente las personas modernas que no conocían su situación dirían más tarde que era una especie de traidora (pp. 93-94).
Moctezuma Xocoyotzin en el Códice Durán, capítulo LXIII. Wikicommons. |
En este sentido, y en relación a este personaje, Townsend parece seguir lo desarrollado con más detalle en su biografía del personaje, Malintzin’s Choices: An Indian Women in the Conquest of Mexico (University of New Mexico, 2006) –traducido al castellano en México: Malintzin. Una mujer indígena en la conquista de México (Ediciones Era, 2015). Resulta más interesante el matiz en el título original, pues la Malinche, a lo largo de su vida, tuvo que tomar decisiones que afectaron a su vida y a los que le rodearon– del que este libro también parece ser deudor en gran parte, tanto por el personaje como por lo que se comenta sobre el hijo que tuvo con Cortés, don Martín Cortés (c.1523-1595), que también aparece con detalle en varios capítulos.
Sobre este y otros temas, Townsend hace valer el subtítulo del libro, «una nueva historia de los aztecas». Pues su relato es diferente, «nuevo», a través de las fuentes indígenas, materia sobre la que ha estado trabajando desde hace tiempo y que ha dado sus frutos en un libro anterior, Annals of Native America: How the Nahuas of Colonial Mexico Kept Their History Alive (Oxford University Press, 2016), que trata sobre los xiuhpohualli o «anales» escritos en náhuatl en las décadas posteriores a la conquista y que recogen tradiciones mesoamericanas anteriores, así como el punto de vista de autores (ya mencionado al principio de este informe), «indios» descendientes de mexicas y otros pueblos del Valle de México, y que también presenta extractos de sus obras; una mirada a su índice de contenidos revela que el volumen comparte contenidos con tres de los capítulos del presente libro.
Y es que resulta importante que el lector sea consciente de que esa «nueva» historia lo es por enfoque y tratamiento de fuentes, y este libro sale claramente beneficiado del trabajo realizado. El volumen se estructura en tres partes claras –amén de una introducción que aclara al lector el planteamiento de la obra–: para empezar (capítulos 1-3), la «formación» del pueblo mexica, sus orígenes legendarios, la aparición de los primeros tlatoani (jefes u «oradores»), la expansión del «imperio» en el valle central de México y la colaboración con pueblos vecinos (tlacaxtecas, tepanecas y totonacas), y el sojuzgamiento de otros tantos y que serían los primeros aliados de los españoles; a continuación (cap. 4-5), la llegada de los españoles y los principales acontecimientos de la conquista en los años 1519-1521; y finalmente (capítulos 6-8), las consecuencias de la conquista para los pueblos vencidos, sus descendientes mestizos y la construcción de una «memoria histórica» en lengua náhuatl, que ha perdurado hasta la actualidad y que en las décadas más recientes ha sido recuperada, analizada y transcrita en castellano en ediciones críticas. Resulta muy valioso el apéndice sobre fuentes indígenas y cómo los especialistas han trabajado sobre ellas, y en el que se recopilan y comentan brevemente (añadiéndose dónde se han conservado) diversos anales y crónicas indias.
El resultado es un libro tremendamente interesante por el enfoque y tratamiento del tema, que aleja el foco de las sempiternas visiones españoles sobre los «aztecas», a los que siempre se pone en su contexto, y que aclara leyendas o lugares comunes: por ejemplo, la muerte de Moctezuma, que Cortés, la primera fuente española, coetánea a los hechos, narró como consecuencia de una herida en la cabeza tras recibir una pedrada por los mexicas que le escucharon cuando intentaba mediar con ellos desde la terraza de su palacio en Tenochtitlan. Townsend considera que lo más probable es que Cortés ordenara su ejecución cuando ya no le fue de utilidad y que se creó esa leyenda del propio pueblo «azteca» que ataca a su pusilánime líder. Sobre el propio Moctezuma, de hecho, ya en el capítulo 3, Townsend matiza mucho sobre su labor como huey tlatoani y el gobierno que ejerció sobre su pueblo y las campañas militares de su época. O el papel complejo de los mestizos, como el propio hijo de Cortés, don Martín, y las tribulaciones que debió pasar, vía juicio procesa, ante los rumores de que estaba implicado en una conjura contra las autoridades españolas en la década de 1560.
Las abundantes y jugosas notas permiten conocer con más detalle qué dicen las fuentes sobre algunos acontecimientos y los matices que se pueden hacer sobre hechos asumidos como tales ya en los primeros tiempos de la conquista. La labor historiográfica de la autora es de gran altura. En conclusión, por proponer una «nueva historia» del «Imperio azteca», y especialmente por tratar en un tercio del volumen la visión de los descendientes de los pueblos vencidos y la recuperación de su propia «memoria» a través de anales y escritos en lengua náhuatl y al margen de la visión que crónicas españolas ya estaban ofreciendo sobre los pueblos conquistados, estamos ante un libro que brilla por su análisis y el alcance del estudio realizado sobre algunos personajes indígenas y mestizos en las generaciones posteriores a la conquista. Un libro que resulta ideal complementar con When Montezuma Met Cortés: The True Story of the Meeting that Changed History de Matthew Restall (Ecco [HarperCollins], 2018), que también merecería una traducción castellana.
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