En una secuencia de la película Yo, robot (Alex Proyas, 2004), película que adapta libremente la recopilación de cuentos homónima de Isaac Asimov (1950), el robot NS-5 “llamado” Sonny (Alan Tudyk) le pregunta al detective inspector Del Spooner (Will Smith) qué significa el gesto del guiño en el ojo que ha visto que éste le hacía a su superior policial. «Significa confianza. Cosas de humanos, no lo entenderías». Spooner interroga a Sonny por el aparente suicidio del doctor Alfred Lanning (James Cromwell), ingeniero en robótica y en muchos aspectos «padre» de Sonny (fue su creador), como este a menudo menciona: «mi padre me enseñó las emociones humanas. Son muy… difíciles». Spooner, que tiene prejuicios contra los androides («los robots no sienten miedo, no sienten nada […] Tú sólo eres una máquina, una imitación de la vida»),* piensa que Sonny asesinó a Lanning y a lo largo del interrogatorio lo deja claro. En un momento determinado, Sonny, «exasperado» por la insistencia del detective («creo que lo mataste porque te enseñó a simular emociones y la cosa se te fue de las manos»), golpea la mesa con furia. «Eso se llama ira», responde Spooner mientras Sonny se mira con cierta «sorpresa» e incluso «incredulidad» las manos metálicas, «¿la habías simulado antes?». Spooner insistirá en la causa del homicidio: «¿por eso lo mataste, porque te puso furioso?», a lo que Sonny responde: «El doctor Lanning se suicidó. No sé por qué querría morir, pensé que era feliz. […] Quizá estuviera asustado. […] Uno debe hacer lo que le piden, ¿verdad, detective Spooner? […] si es que quieres a alguien» (las cursivas son mías).
*En su argumentación con el robot, Spooner comenta: «¿Puede un robot componer una sinfonía? ¿Puede convertir un lienzo en una hermosa obra de arte?», a lo que Sonny responde con sarcasmo y algo de agresividad: «¿Puede usted?». Secuencia disponible en V.O. en YouTube.
Desde luego, esta reseña no es el lugar para tratar la cuestión de la robótica o la inteligencia artificial, pero el filme de Proyas, como la serie de novelas y cuentos en los que se inspira, indirectamente incide en el tema de las emociones y en cómo se sienten. Spooner mismo muestra bastantes a lo largo del filme: arrogancia, desprecio, incredulidad, impaciencia, sarcasmo, imprudencia, valor y a la postre simpatía hacia Sonny, que reconoce como «alguien» capaz de sentir y no simplemente un «algo», no «sólo luces y engranajes». Los seres humanos sentimos emociones a diario, nacimos con ellas y las desarrollamos a lo largo de la vida: muchas nos gustan, algunas a menudo nos «sorprenden», otras lamentamos (nos «arrepentimos», no nos «orgullecemos») sentirlas… o quizá no.** Unas emociones que, como menciona Tiffany Watt Smith en la introducción de The Book of Human Emotions. An Encyclopedia of Feeling from Anger to Wanderlust (Profile Books, 2016), «nacen» después de 1830: hasta entonces no se hablaba de «emociones» como tales, sino de «pasiones», «accidentes del alma», «sentimientos morales» (p. 3); con el desarrollo de la ciencia desde el siglo XVII y la obra de científicos como el naturalista Charles Darwin desde esa década decimonónica, se dejan de lado antiguas teorías (los «humores», por ejemplo) y se analizan las emociones desde un punto de vista «biológico» y no filosófico o moral.
**A menos que seas un psicópata, suele decirse, pues los psicópatas no sienten emociones… una cierta leyenda urbana, pues muchas personas con este trastorno antisocial de la personalidad pueden sentir emociones… y otras muchas no sentirlas; del mismo modo, hay una cierta generalización sobre la psicopatía y la violencia: un psicópata puede desarrollar comportamientos violentos, pero no todos lo hacen.En el capítulo 12 de la 6ª temporada de la serie House, M.D. (FOX: 2004-2012), titulado “Remordimientos”, la paciente es una mujer ambiciosa y calculadora que aparentemente no «siente» emociones. «Es una psicópata», comenta la doctora Remy Hadley «Trece» (Olivia Wilde) cuando le hacen una resonancia y se da cuenta de que «simula» emociones: «usa la parte del lenguaje del cerebro y evita la emocional. Puede entender el amor, el dolor, la empatía, pero no puede sentirlos». Cuando su equipo le pregunta por qué quiere conocer a la paciente (algo que no suele interesarle), el doctor House (Hugh Laurie) responde: «Me fascinan los psicópatas. Creo que es por su nivel cultural y sus fuertes valores familiares… ¿o esos son los judíos?».
Pero la biología no es suficiente: ¿qué es una emoción? Es interesante lo que menciona Watt Smith sobre la opinión al respecto del antropólogo Clifford Geertz en la década de 1870: «Geertz planteó una pregunta elegante: “Qué diferencia hay entre un parpadeo y un guiño?”. Si respondemos en términos puramente psicológicos –decir que es una cadena de contracciones musculares en los párpados–, entonces un parpadeo y un guiño son más o menos lo mismo. Pero es necesario entender el contexto cultural para apreciar lo que es un guiño. Hay que entender los juegos y las bromas, el coqueteo y el sexo, y convenciones aprendidas como la ironía y la exageración. El amor, el odio, el deseo, la ira y las demás emociones son iguales: sin contexto, sólo tenemos una “fina descripción” de lo que sucede, no el todo, y esta historia completa es la emoción» (pp. 9-10, traducción propia, cursiva en el original).
El propósito de la autora, pues, es poner el foco en estas historias y en cómo cambian, «las diferentes maneras en las que las emociones han sido percibidas e representadas» (p. 10), de la Antigüedad a nuestro presente. «Las diferentes maneras en las que nuestros tristes, ceñudos, avergonzados, alegres cuerpos vivieron en el mundo. Y cómo el mundo humano, con sus valores morales y jerarquías políticas, sus suposiciones sobre el género, la sexualidad, la raza y la clase, sus visiones filosóficas y sus teorías científicas, vive en nosotros a cambio» (ibídem). Interesante planteamiento que se desarrolla a modo de diccionario –154 términos, sin ánimo de absoluta exhaustividad– que explican la complejidad del ser humano. «Una colección de ensayos en miniatura» (p. 12), dice la autora, sobre las emociones que «sólo intentan sugerir destellos del pasado histórico y actuales políticas culturales de las emociones con la esperanza de arrojar algo de luz sobre por qué sentimos de este modo en la actualidad» (ibídem). Cada breve ensayo cuenta con referencias cruzadas al final de cada uno de ellos («véase también: xxxx»).
Este es el organigrama del libro: una sucesión de «emociones» que explican pequeñas historias, pasadas y presentes, con un contenido histórico y una narración amena y ligera. Muchos de estos ensayitos se hacen a partir de palabras en otros idiomas (que el inglés) y que recogen otras «emociones» en culturas «diferentes» a la netamente occidental, lo cual aporta un plus de «variedad» e incluso de «globalidad» (hasta cierto punto).
Sobre la lengua. Siendo un libro concebido para un lector anglosajón (británico en particular), el idioma importa en la elaboración de esta enciclopedia y que dificultaría una eventual traducción castellana, en la que lo de menos sería que se cambiaa el orden de los conceptos seleccionados: anger va en la A, pero su traducción ("ira" o "cólera") iría en otros apartados. Por el camino se perderían juegos de palabras implícitos en algunos casos. Pero sería más problemático el hecho de que bastante a menudo la autora incluye un somero origen etimológico de la palabra en inglés, aspecto la mar de interesante, y que supone un matiz que se perdería (o dejaría de tener sentido) en una traducción a menos que se añadan notas que expliquen para el lector hispano a que se refiere en concreto la autora. Un ejemplo (de muchos) es "overwhelmed, feeling" (pp. 188-191); comenta la autora: «to feel overwhelmed comes from the Middle English word whelme or quhelm (to capsize)» (p. 188); en la traducción castellana («abrumado», «agobiado» o «consternado») esta explicación ya no tendría razón de ser… a menos que se incluyese una nota explicativa. O regret (pp. 2018-210, «arrepentimiento»), cuando la autora dice: «From the Old French regrés (sorrows or disappointments)» (p, 208). O sadness (pp. 224-227; «tristeza»): «From its earliest incarnations, sadness –from Old English sæd (sated), and with overtones of the Latin satis (satisfied) – has been associated with having had one’s fill» (p. 224). Lo dicho: interesantísimo..., pero en inglés. Ya en el caso de neologismos en esta lengua, como umpty (pp.250-251), se añade la cuestión de que es una palabra intraducible.
Hay casos en los que puede haber una cierta adaptación. Por ejemplo, happiness (pp. 128-131). Dice la autora en la página 129: «From the Old Scandinavian root happ (chance, luck or success), before the eighteenth century, the word ‘happiness’ most often described feeling that God’s grace was shining upon you». En la traducción para «felicidad», esta explicación se puede adaptar, pues «feliz» (latín: felix) etimológicamente significa «favorable», «afortunado» o «auspiciado por los dioses». Y en otros casos puede hacerse un paralelismo, como la palabra galesa hiraeth (pp. 134-135) y su relación con la portuguesa saudade (pp. 231-232) e, implícitamente con la gallega «morriña».
Por ello, lector curioso, si te interesa este libro deberás leerlo en inglés.
¿Puntos a favor de este libro? El tema, para empezar: hablar de las emociones, contar historias a su alrededor, matices: por ejemplo, no es lo mismo «vergüenza» que «bochorno» o «lástima» que «pena». El estilo de la autora, ameno y claro, a veces con un cierto punto de ironía, logra que a sigas leyendo conceptos (e historias que las rodean) y que, si no quieres limitarte a una lectura lineal (alfabética), te aventures a seguir las referencias cruzadas que, de este modo, permiten matizar o contraponer algunas emociones similares con otras. La brevedad de los ensayitos (de una línea a cuatro o cinco páginas como mucho) permite que sea un libro ideal para leer a sorbos; incluso para los que demandamos estructuras más extensas, la compartimentación no resulta incómoda (puedes incluso plantearte una lectura por letras, «ahora leo la N, que hay pocas y no tengo tiempo; o ahora la R, que hay más definiciones»). El hecho de que se incluyan conceptos de otras culturas no europeas (de Japón a la India, de Papúa-Nueva Guinea a Indonesia, pasando por las Isla Carolinas o de Hawái en el Pacífico, incluso) resulta también interesante y alimenta la curiosidad.
No es un libro de filosofía ni de antropología al uso, pero tiene mucho de ambas disciplinas. Hay una mirada histórica en muchas de las definiciones. Referencias a la literatura universal, también, así como al cine o a la religión (en su sentido más amplio). El resultado es un cajón de sastre estimulante y bien sazonado. No es una mera colección de anécdotas, pero quizá se quede corto para lectores acostumbrados a libros más «contundentes». Yo, particularmente, lo disfruté.
PS: enlazo una conferencia TED de la autora sobre la historia de la emociones humanas, realizada en noviembre de 2017.
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