Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
François Ozon, al modo de un Woody Allen, presenta con regularidad una película al año (o casi), y su manera de hacer cine siempre llama nuestra atención o como mínimo provoca la curiosidad; luego está por ver si esas expectativas se ven cumplidas. En 2019 comentamos Gracias a Dios (película del año anterior), un filme intenso y de necesaria denuncia social, y hoy toca hacerlo con este Verano del 85 con ecos a ese aire nostálgico ochentero que los estadounidenses saben presentar con resultados más que irregulares, y que (de)muestran que la mezcla de esos polvos llevan a unos sobrevaloradísimos lodos en la serie Stranger Things (Netflix: 2016-). Comentábamos entonces que en su ya larga trayectoria Ozon ha producido interesantes películas como Swimming Pool (2003), Ricky (2009), Potiche (2010), En la casa (2012), Joven y bonita (2013) y El amante doble (2017), que suelen poner el foco más en la forma que en el fondo; incluso en lo metanarrativo, como sucedía con la espléndida En la casa, y cuyo juego literario sobrevuela este filme, que a ratos desconcierta por la escasez argumental, pero que también seduce por el juego que el protagonista ofrece al espectador y que dirige con sus propias reglas.