Nieve negra es una película curiosa por varias
cuestiones, algunas de ellas relacionadas con su producción; en este
caso, coproducción hispano-argentina, con participación de medios
españoles y catalanes por igual en el primer caso. Ello quizá explique (o quizá no, quién sabe)
que el rodaje se haya realizado en el Pirineo catalán y andorrano para
simular la Patagonia argentina. Más difícil de entender, y entramos ya
en lo narrativo, es que los personajes principales, que en la edad
adulta interpretan Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, suelten algunos
diálogos en catalán en sus roles adolescentes; no demasiados, pero sí
los suficientes como para que después de oírlos durante casi una hora en
ese delicioso deje argentino que tienen ambos a uno le llame la
atención oír a varios personajes dialogar en la lengua de Mercè Rodoreda
(¿que los personajes se apelliden Sabaté tendrá algo que ver?). Quizá
esta sea la nota más llamativa de una cinta que se sumerge en el
thriller y en ambientes montañeses pero que aporta más bien poco a un
género habitualmente manoseado, más que homenajeado, como es el
thriller.
Marcos (Sbaraglia) regresa a Argentina tras la muerte de su padre
(Andrés Herrera). Le acompaña su esposa Laura (Laia Costa), embarazada
de pocos meses, y el propósito del viaje es lidiar con una complicada
herencia familiar y hacerse cargo de una hermana, Sabrina (Dolores
Fonzi), ingresada en un hospital psiquiátrico. Un amigo de la familia,
Sepia (Federico Luppi), insiste en que Marcos viaje a un paraje
montañoso de la Patagonia para reencontrarse con el hermano que no ve
desde muchos años atrás, Salvador (Darín), con el objetivo de que venda
su parte de la herencia y poder encarar así un futuro incierto; hay una
oferta por la finca familiar, dividida entre los tres hermanos al morir
el padre, pero sólo se hará efectiva si venden los tres. Pero Salvador,
que ocupa una cabaña en su parte de la finca, en medio de las montañas,
no está dispuesto a vender. Y es el que el tortuoso pasado regresa con
el recuerdo de la muerte de un cuarto hermano, Juan (Iván Luengo), que
siendo apenas un niño fue asesinado, supuestamente, por Salvador; de ahí
su aislamiento y decisión de no querer saber nada ni de la familia del
pasado ni de ese hermano que aparece en el presente con una oferta que
no le tienta.
Nieve negra juega con una historia de muerte y culpa en dos tiempos,
pasado y presente, con numerosos flashbacks que se visualizan al mismo
tiempo que avanza la trama. Unas imágenes, en ocasiones muy breves, que
muestran a los cuatro hermanos Sabaté y a un severo padre, especialmente
con Salvador, viudo y con mucho dolor contenido. La película del
guionista y director Martín Hodara –que ha realizado varias películas
con Darín: la exitosa Nueve reinas (2000), las menos laureadas El aura
(2000) y La señal (2007), al menos por nuestros lares– tiene en esa
estructura narrativa una de sus principales bazas, siendo la segunda los
escenarios nevados de montaña, el frío y esa sensación constante de
soledad y desarraigo. Podríamos añadir una tercera en el elenco de
actores, con ya veteranas primeras figuras del cine argentino y jóvenes
promesas como Laia Costa, que recientemente certificó que es algo más
que una promesa con su papel en Victoria (Sebastian Schipper, 2015), con
la que ha conseguido numerosos premios en España y Europa. Con tales
ingredientes, la receta parece sabrosa y toda una apuesta ganadora. Pero
la primera conclusión con que se queda el autor de estas líneas es que
Hodara y su coguionista Leonel D’Agostino desaprovechan unos materiales
de primera, se quedan en la referencia facilona y tratan de sorprender
con un giro final que también suena a manido.
No es una mala película la que estamos reseñando, ni de lejos; pero
sí un producto en cierto modo tópico en sus temas de fondo (el regreso
al hogar, las heridas no cerradas en una familia rota, la caza, la
violencia latente que en ocasiones rompe barreras), que promete un duelo
de actores que finalmente queda bastante descafeinado y que avanza con
demasiada lentitud en su primera hora (y eso que son noventa minutos de
metraje). Hay personajes apenas desarrollados, como el que interpreta
Luppi, extraña figura que orbita alrededor de esa familia, o la hermana
desequilibrada; de hecho, Dolores Fonzi apenas tiene una participación
con entidad en el filme. Tampoco los principales actores sacan todo el
partido posible de sus personajes; Ricardo Darín, por ejemplo, apenas
tiene diálogos para llenar un folio y medio y su presencia en el filme,
que se nota que es para potenciar una modesta producción, no saca
petróleo como uno esperaría con ese personaje a priori muy apetitoso:
resulta demasiado cerrado para el espectador, sin apenas aristas y con
una mínima empatía. Sbaraglia y Costa acaban por llenar la mayor parte
del metraje y con méritos, pero no tantos como para que a uno le
atraigan del todo lo que hacen o dicen. Que esa falsa Patagonia nevada
sea lo que a la postre acabe por destacar es un acierto del filme, pero
también un hándicap narrativo que no esconde las flaquezas de un guion
que a menudo se percibe escrito con el piloto automático. Una película
de suspense no sólo tiene que captar atmósferas sino también desarrollar
personajes, y en esta ocasión no se cumple del todo la fórmula. Los
flashbacks al pasado, que van mostrando el quid de la cuestión que se
lanzará al espectador en los minutos finales, a la postre quedan
demasiado deslavazados narrativamente hablando, con bastantes agujeros
(la cuestión lingüística, innecesaria a nivel argumental, comentada al
inicio de esta crítica es una muestra de ello).
En definitiva, estamos ante una película que promete mucho más de lo
que acaba por ofrecer, que se queda en la superficie en cuanto a la
esencia del thriller (o lo desarrolla, si se quiere, con poca fuerza) y
que trata de llenar sus carencias echando mano de un puñado de buenos
actores que tampoco pueden hacer mucho más con los roles que les han
tocado. Entretiene lo justo, si bien el metraje ayuda a ello: la cinta
dura lo que tiene que durar en función de lo que se quiere contar y en
este caso es poco, pero al menos no se alarga innecesariamente. Nieve
negra remolonea demasiado en su primera hora y trata de recuperar tiempo
con un tramo final demasiado apresurado para lo que hasta entonces se
ha contado; y además con una “mirada” final que no sorprende ni
satisface. Y es una lástima, pues hay buenos ingredientes en esta
receta; lo malo es que o bien no se ha salpimentado bien la cosa o el
problema está en el cocinero. Sí, quizá sea ese el problema final…
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