Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
Como bien sabemos, la ciencia-ficción enfocada a mirar más allá de nuestro mundo es un género recurrente en el cine y en los últimos años hemos asistido a buenas muestras de ella: la belleza y el peligro del vacío en Gravity (Alfonso Cuarón, 2013); la búsqueda de nuevos mundos que poblar ante la certeza del final de la Tierra en Interstellar (Christopher Nolan, 2014) o el contacto con una especie extraterrestre que llega a nuestro planeta en La llegada (Arrival) (Denis Villeneuve, 2016). Sobre este último aspecto, y como ya comentamos en la crítica correspondiente, Hollywood ha hecho muchas variaciones, con la dicotomía esencial entre el contacto amistoso y aquel más peliagudo, violento y… letal. En este último caso, apartándonos de los Independence Day de turno, en ocasiones el género espacial se mezcla con el thriller, el terror o incluso el gore. E inevitablemente el espectador potencial de esta película pensará en Alien: el octavo pasajero de Ridley Scott (1979) como espejo en el que se ha mirado Life del director sueco de origen chileno Daniel Espinosa. Y es que la odisea de la teniente Ripley y del bicho alienígena siempre está ahí, latente.
Como bien sabemos, la ciencia-ficción enfocada a mirar más allá de nuestro mundo es un género recurrente en el cine y en los últimos años hemos asistido a buenas muestras de ella: la belleza y el peligro del vacío en Gravity (Alfonso Cuarón, 2013); la búsqueda de nuevos mundos que poblar ante la certeza del final de la Tierra en Interstellar (Christopher Nolan, 2014) o el contacto con una especie extraterrestre que llega a nuestro planeta en La llegada (Arrival) (Denis Villeneuve, 2016). Sobre este último aspecto, y como ya comentamos en la crítica correspondiente, Hollywood ha hecho muchas variaciones, con la dicotomía esencial entre el contacto amistoso y aquel más peliagudo, violento y… letal. En este último caso, apartándonos de los Independence Day de turno, en ocasiones el género espacial se mezcla con el thriller, el terror o incluso el gore. E inevitablemente el espectador potencial de esta película pensará en Alien: el octavo pasajero de Ridley Scott (1979) como espejo en el que se ha mirado Life del director sueco de origen chileno Daniel Espinosa. Y es que la odisea de la teniente Ripley y del bicho alienígena siempre está ahí, latente.
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Sí, acierta el espectador: esto ya lo vi, de una manera u otra y con
mayor o menor diferencia en Alien; o si no en Horizonte final (Paul
W.S. Anderson, 1997), que dosificaba la tensión sin la necesidad de una
criatura babosa letal; o quizá, si quiere ir más atrás en el tiempo, en
Terror en el espacio (Mario Bava, 1965); o puede que en… ponga aquí el
espectador la película que prefiera. En este sentido, pues, Life no
presenta novedades sobre un subgénero, el horror espacial, que ha tenido
mucha vida, especialmente en la serie B. La película de Espinosa tiene
su virtud principal en que sabe jugar con los precedentes, más que
reconocibles para el espectador atento, y mantiene el suspense de manera
efectiva, pero sin alardes, a lo largo de su hora y media de duración
(rectifico, esta es su principal virtud). Cierto es que, una vez
comienza la caza, la cosa (no va con segundas) no tiene mucha más
trayectoria (al margen de dirigirse a la Tierra, tic-tac, tic-tac,
tic-tac). Como se podrá imaginar el espectador la cuenta atrás es tanto
cronológica como física, pues Calvin se irá cobrando sus piezas, de modo
que a lo Diez negritos de Agatha Christie (o sólo puede quedar uno en
plan inmortal) la película camina hacia un final que parecerá a priori
el sospechado, aunque finalmente no lo será pero que sin embargo… bueno,
dejémoslo ahí.
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Cuando acaba la película (y no digo más, tarjetita por allí…) y aparecen los títulos de crédito, se escuchará la ya clásica (y manida en el género) canción de Norman Greenbaum “Spirit in the Sky”. Quizá al espectador de turno le suceda como al autor de estas líneas, que soltó una carcajada. O quizá se pregunte si hacía falta tanta alharaca para llegar a esa conclusión. Sea como fuere, al menos se habrá entretenido… y poco más.
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