Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
Desde Tres solteros y un biberón (Coline Serreau,
1985), cada cierto tiempo se realizan películas sobre padres que hasta
entonces no les pasaba por la cabeza hacerse cargo de la crianza de un
hijo o una hija. Son hombres egoístas, workaholics o simplemente
inmaduros e irresponsables que de un día para otro se encuentran con un
bebé en el felpudo ante la puerta de su casa y deben lidiar con una
situación que les supera en todos los sentidos. De aquella película
francesa –que tuvo una secuela en 2003–, Hollywood, siempre a la caza de
historias que contar y adaptar a su propio imaginario, hizo un remake,
Tres hombres y un bebé (Leonard Nimoy, 1987), que también tuvo su
secuela unos pocos años después (Tres hombres y una pequeña dama, 1991).
Por el camino llegaron películas con padres irresponsables al cuidado
de adolescentes problemáticas, como Mi padre, mi héroe (Gérard Lauzier,
1991), con Gérard Depardieu al frente y que se prestó para interpretar
el mismo papel en un remake en coproducción franco-estadounidense, Mi
padre, ¡qué ligue! (Steve Miner, 1994), con una jovencísima Katherine
Heigl en el rol de la despendolada chiquilla. Tuvimos a padres coraje
como el que interpretó Roberto Benigni en La vida es bella (1999) o
también el torturado progenitor en cuya piel se metió Will Smith en la
película En busca de la felicidad (Gabriele Muccino, 2006), siendo el
niño al que cuidar su propio hijo Jaden. Y he aquí que nos llega Mañana
empieza todo (Hugo Gélin, 2016), con Omar Sy al frente como un niño
grande al que le cae la responsabilidad de cuidar de una hija de la que
ni sabía la existencia. Y curiosamente esta vez se trata de un remake
francés de una película, No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez,
2013), de la que calca argumento adaptándolo a la realidad
franco-británica.