Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
El espectador algo irónico puede que vea
los primeros minutos de esta película con esta idea en la cabeza (que no
necesariamente tiene que ver con lo que se ve en pantalla, pero, oye,
yo se la vendo…): el personaje que encarna un Russell Crowe pasado de peso y de vuelta de todo bien podría ser aquel que Bud White
que interpretara en L.A. Confidential (Curtis Hanson, 1997)… veinte
años después. El hecho mismo de que Crowe se reencuentre de nuevo con Kim Basinger en la pantalla (que no hace aquí de una Veronica Lake
madura), que la acción transcurra en un Hollywood menos glamuroso y que
el elemento cinematográfico forme parte también aquí de la trama (cine
porno, de hecho, frente a las femmes fatales del cine negro que
aparecían en el filme de Hanson) permiten que se pueda esbozar, durante
unos segundos, una sonrisa en quien se acomoda en la butaca, sabiendo
perfectamente que no, que Dos buenos tipos (Shane Black,
2016) no tiene nada que ver con aquella película. Pues ni el género es
el mismo ni tampoco el resultado. Pero podemos anticipar que el
espectador no saldrá del cine defraudado con esta película.
No lo hará porque habrá pasado casi dos horas riéndose y entretenido con
estos dos “buenos” tipos (“nice guys” en el título original) y que son
el mencionado Crowe, en la piel de Jackson Healy, un peculiar matón a sueldo, y Ryan Gosling, como el desastrado detective privado Holland March, más interesado en cobrar la guita que en realizar el trabajo encargado. Ambos, mal que bien, coincidirán en la investigación del caso de una chica desaparecida, Amelia Kutner (Margaret Qualley), y contarán con la colaboración de la hija de March, Holly (Angourice Rice, ojo con esta chica). Y, claro, el producto a lo buddy movie
está servido… algo que ya nos podíamos imaginar con Shane Black tras
las cámaras: no en balde, Black (que también escribe el guion de esta
película a cuatro manos) fue el exitoso guionista de películas “de
género” como Arma letal (1987), El último boy scout (1991), El
último gran héroe (1993) y Kiss Kiss, Bang Bang (2005), entre otras. Y
se nota su huella en una película que combina humor, acción y una trama
detectivesca que funciona bien… aunque le podrían haber recortado unos
quince minutos para que el resultado final fuera (casi) perfecto.
Black nos traslada a Los Ángeles de 1977 y el auge del cine porno, a las fiestas y la música de Al Green, Bee Gees, Kool & The Gang, Earth, Wind and Fire entre otros (qué estupenda banda sonora y más si la cosa empieza con The Temptations y “Papa Was a Rollin’ Stone” en los créditos iniciales) y a un estilo groovy setentero que, junto al vestuario que lucen Crowe y Gosling, consigue evocarnos aquel año, aquella atmósfera, aquel desparrame. La trama, trufada con hilarantes diálogos y situaciones que los puristas
que no se escandalicen demasiado reconocerán como deudoras (en clave
actual, claro está) de Blake Edwards o del slapstick clásico,
alterna la investigación criminal, que termina por incluir una
conspiración desmadrada sobre la industria automovilística
estadounidense (Detroit como enemigo imposible de batir… algo que
resulta especialmente irónico a tenor de la bancarrota actual de este
modelo industrial, además de la ciudad, y del desplome de las grandes
marcas de coches norteamericanas frente a los modelos asiáticos) con el
ejercicio (también “clásico”) de la pareja de detectives que, al margen
de unas fuerzas de la ley bastante inoperantes, se conocen, se pelean,
se ayudan y acaban por unir esfuerzos para desentrañar un enredo que
tiene más aristas de lo que inicialmente parece.
Quizá la trama, por ponerle peros (además de esos minutos sobrantes) y más allá de los numerosos momentos graciosos, resulte algo deslavazada (sobre todo en lo que acaba “uniendo” a Healy y March en el caso de marras) y que haya momentos valle que se podrían haber eliminado (y más en una comedia en la que un metraje de casi dos horas resulta algo excesivo); quizá al personaje de Kim Basinger se le vean bastantes costuras y quizá (bueno, digamos que seguro) que al asesino a sueldo que interpreta Matt Bomer (con ese peinado…) se le podría haber sacado un poco más de jugo. Pero nos quedan secuencias memorables como la de la fiesta (el eco psicodélico de El guateque de Edwards) y personajes como Holly, robaescenas oficial de esta película frente a los pesos pesados.
Quizá la trama, por ponerle peros (además de esos minutos sobrantes) y más allá de los numerosos momentos graciosos, resulte algo deslavazada (sobre todo en lo que acaba “uniendo” a Healy y March en el caso de marras) y que haya momentos valle que se podrían haber eliminado (y más en una comedia en la que un metraje de casi dos horas resulta algo excesivo); quizá al personaje de Kim Basinger se le vean bastantes costuras y quizá (bueno, digamos que seguro) que al asesino a sueldo que interpreta Matt Bomer (con ese peinado…) se le podría haber sacado un poco más de jugo. Pero nos quedan secuencias memorables como la de la fiesta (el eco psicodélico de El guateque de Edwards) y personajes como Holly, robaescenas oficial de esta película frente a los pesos pesados.
Tenemos una divertidísima película con dos actores principales que
desbordan química entre sí (¿podría haber una secuela?), como en otras
películas de Shane Black, y en la que destaca la sorprendente vis cómica
de Ryan Gosling y la réplica gochona de Russell Crowe, que parece
sentirse muy cómodo aportando un matiz oscuro a un personaje que calza
bien. Es, en conclusión, una sorpresa muy agradable para variar de
marvels y superhéroes varios, y que nos recuerda que una comedia bien
hecha no tiene por qué recurrir simplonamente a bodas-de-mis-amigos,
resacones varios y demás parafernalia escatológica para hacer reír. Y si
encima suenan los Bee Gees de fondo, mejor aún…
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