Publicado en el período más crítico de la crisis
financiera y económica que ha afectado, sobre todo, a los países del
llamado Primer Mundo, la tesis del libro The Invisible Hook. The Hidden Economics of Pirates (Princeton University Press, 2009) de Peter Leeson –cómo la piratería de la
Edad de Oro, es decir, entre 1630 y 1740, estableció unos códigos de
comportamiento, desarrolló un funcionamiento socioeconómico
«igualitario» y eficaz para conseguir un botín con rapidez y los menores
riesgos posibles– puede quedarse, en una primera lectura, en una
provocación intelectual más o menos plausible. El libro desmonta mitos
sobre los piratas –la crueldad y tortura inherentes a su oficio, su
componente anárquico aprovechándose durante un período de tiempo de
algunas carencias de instituciones permanentes como la Royal Navy
británica, una visión romántica de la piratería– pero también ofrece una
lectura interesante de cómo el fenómeno pirata puede servir como
acicate para analizar el funcionamiento actual de la economía, desde un
punto de vista «racionalista», incluso en comparación con otros
fenómenos… que en el momento de la publicación del libro estaban en el candelero, como lo fue la piratería en
el océano Índico.
El primer planteamiento de Leeson es el análisis de la piratería
como reverso (no especialmente opuesto) a la teoría económica de Adam
Smith; o, visto de otra manera, como una puesta en práctica de algunos
de sus postulados… desde un punto de vista alternativa. Así, lo que
Smith planteaba en La riqueza de las naciones (1776) como una «mano
invisible» que corregiría las contradicciones surgidas en una economía
basada en la libre competencia y una división del trabajo, Leeson lo
aplica en el caso de los piratas. La libre competencia smithiana trataba
de solucionar la tendencia humana al egoísmo personal, mientras que una
colaboración mutua y libre podría llevar a un intercambio que
conduciría a un bienestar social general. De un modo similar, Leeson
plantea el «garfio invisible» del pirata como otro tipo de cooperación,
aunque surgida de un interés criminal, que se establece en las
organizaciones piratas. Leeson no reivindica a los piratas, lo deja bien
claro, y tampoco trata de realizar comparaciones que pueden resultar
ociosas (y odiosas): está claro que, en la retórica de Smith, los
piratas sólo buscan un beneficio personal, no tratan de influir (o
mejorar) el libre mercado ni tienen necesidad de satisfacer a ningún
cliente. Roban bienes ajenos y no dudan en utilizar la violencia para
conseguirlos. Pero Leeson pone el acento en que, al margen de la imagen
violenta, caótica cuando no anárquica de los piratas, estos pudieron
desarrollar contextos de cooperación y coordinación dentro de un marco
llamémoslo «ordenado» e incluso «normativo» que condujo, en ese período
histórico, a un desarrollo «racional» de su oficio.
Si el primer capítulo del libro establece el marco teórico, los
restantes tratan cuestiones concretas que completan ese marco
referencial: la elección de sus líderes y capitanes, dentro de un
sistema más o menos «democrático» e «igualitario» (que, en cierto modo,
recoge algunos postulados del republicanismo del siglo XVI y XVII); los
incentivos económicos (el botín), que buscaban ganancias que mejorasen
los salarios medios de «rivales» como los marinos mercantes (y que sería
el elemento que explicaría en parte el auge de la piratería: ganarse
bien la vida), con «golpes» que podrían permitir a los piratas retirarse
tras realizar un solo atraco (beneficios de hasta 4.000 libras por
operación, cuando el suelo medio de un marino mercantes oscilaba entre
las 15 y las 33 libras anuales); el funcionamiento de la Jolly Roger, la
bandera pirata (de la calavera y los huesos cruzados), como una,
digamos, «marca registrada» que a su vez establecería una advertencia y
una pauta de trabajo: enarbolarla a la hora de atracar un navío serviría
como aviso para no presentar resistencia, del mismo modo que la
violencia y la crueldad de los piratas se perpetuaría como «modus
operandi» para inducir a las víctimas a rendirse con prontitud en
beneficio de todos: nosotros conseguimos un buen botín sin necesidad de
sufrir pérdidas ni mermar el beneficio, y vosotros salváis la vida. Esta
«racionalidad» en el oficio de los piratas, que exacerbaba el mito de
la crueldad para atizar el miedo al mismo tiempo que se establece una
pauta de comportamiento «registrada» resulta especialmente interesante a
la hora de analizar a los piratas casi como «emprendedores» (Leeson no
defiende a los piratas, que conste, simplemente establece un análisis
racional) que realizan su labor (criminal) con el mínimo riesgo posible y
pensando, sobre todo, en el beneficio.
¿Dónde reclutar a los piratas? Pues entre gente que sabía navegar y
conocía las rutas comerciales. Leeson habla de ex marinos mercantes e
incluso pertenecientes a la Royal Navy en tiempos de paz como materia
prima. Hombres dispuestos a ganarse la vida mediante el crimen a través
de un sistema que, curiosamente, trata de evitar la represión de quienes
participan: del mismo modo que incentivan la imagen de violentos y
crueles para desalentar la resistencia, los piratas inducen a creer que
muchos marinos son capturados por ellos(aunque en realidad se les
«contrata»), e incluso lo anuncian en la «prensa» de la época, para de
este modo, en caso de ser derrotados y a su vez capturados por la
autoridad, puedan declarar que eran inocentes, que se vieron forzados a
realizar una labor criminal. No deja de ser un incentivo más, peculiar
incluso, que demostraría (en la tesis de Leeson) el grado de
funcionalidad y desarrollo económico, de capacidad «emprendedora», de la
figura del pirata: alguien, en cierto modo, que formaba parte de la
cadena de la economía y de su desarrollo… dentro de parámetros más o
menos «racionales». De un modo similar, Leeson entra en un análisis de
la «tolerancia» de los piratas hacia relativa «igualdad» racial (según
casos), en la que negros esclavos o liberados podrían participar del
«sistema» en condiciones iguales o similares que los demás (con la
paradoja de que algunos piratas podían traficar con esclavos, otros
otorgar derechos a todos sus marinos sin distinción racial, y otros
hacer ambas cosas al mismo tiempo); el resultado, en última instancia,
dependería de factores económicos –la relación entre costes y
beneficios– para llegar a consideraciones de tolerancia social. En pocas
palabras: si la cosa funciona (económicamente), miel sobre hojuelas; si
no, lo que resulte menos gravoso y molesto para el «sistema».
La Jolly Roger... ¿una marca registrada? |
Como podemos observar, el libro de Leeson, que combina un retrato de la piratería clásica con un análisis económico, resulta muy interesante. La tesis del autor puede ser controvertida (¿establecer parámetros «racionales» en el relato del funcionamiento de la piratería?), pero también ofrece una mirada fresca sobre un periodo histórico, el de la Jolly Roger y la expansión de los piratas en el Caribe y el Atlántico, que deja a un lado la imagen romántica de la piratería (la utopía del pirata que crea un reino propio a partir del crimen) y que a su vez explica por qué esta tuvo éxito durante un siglo, sobre qué bases (políticas, económicas y sociales), con qué objetivos (el beneficio económico) y qué resultados (lograr un botín cuantioso). Por el camino, Leeson habla de los motivos que incentivaron a que en la época dorada hubiera alrededor de 3.000 piratas (un 15% del total de marinos enrolados en la Royal Navy británica) –y que van de conseguir dinero a huir de una autoridad excesiva por parte de los propios capitanes y almirantes británicos– a, por qué no, conseguir mejores «condiciones laborales». A fin de cuentas, se trata de eso: de conseguir dinero, sin pagar impuestos y en un «ambiente de trabajo» lo más «agradable» posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario