Las elecciones británicas de 2010 plantearon un
escenario nuevo: romper el bipartidismo endémico y clásico entre
conservadores y laboristas con la entrada en liza de un tercer actor,
también antiguo, pero hasta entonces irrelevante en la política de
Westminster: los liberales demócratas liderados por Nick Clegg. Los
tories, con David Cameron al frente, confiaban en arrebatar Downing
Street a unos laboristas desgastados tras trece años de gobierno y con
un primer ministro, Gordon Brown, exhausto. La campaña electoral, en
abril, demostró que la «vieja política» que tories y laboristas llevaban
practicando desde décadas (cuando no un siglo) atrás era cosa del
pasado… o así parecía serlo cuando alguien joven, carismático y con
cierta telegenia como Clegg lo decía en la pequeña pantalla. ¿Era Clegg,
hijo de un banquero de procedencia rusa, educado en Cambridge y con una
mirada cercana a Europa (había sido eurodiputado) el cambio
revolucionario que necesitaba el Reino Unido? ¿Era, en cambio, Cameron,
descendiente de Guillermo IV, eslabón entre los viejos tories y una
nueva generación de conservadores (con George Osborne al frente, hasta
entonces canciller del Exchequer «en la sombra»), el cambio que
necesitaba Britain tras diez años de blairismo y oros tres de un Gordon
Brown que no levantaba cabeza? Pero la pregunta más determinante era:
¿podía el Reino Unido gobernar sin un Gobierno con mayoría absoluta, tal
y como las encuestas predecían?
Nick Clegg, el "tercer hombre". |
Sobre esta cuestión el Channel 4 británico estrenó, el pasado 28 de
marzo y a escasos días de empezar la campaña electoral para los comicios
generales del 7 de mayo, Coalition, un largometraje para televisión de
74 minutos de duración que retrata los días posteriores a aquellas
elecciones de 2010 y las negociaciones entre tories, laboristas y
liberales demócratas. La película se inicia con el primer debate
televisado, que muchos pensaron que sería un toma y daca entre tories y
laboristas, dejando a los libdems a un lado («no molestéis, nenes»,
vienen a decir), pero en el que Clegg (Bertie Carvel) dio la sorpresa y
anunció que los old politics tenían los días contados. En los primeros
minutos del filme se sobrevuela la campaña electoral, que parece dar
alas a unos libdems que necesitan conseguir muchos escaños, a pesar de
un sistema electoral que les perjudica, y los resultados electorales,
que no fueron los esperados: con un 23% de los votos apenas lograron 57
escaños, perdiendo cinco respecto a las anteriores elecciones. Los
tories vencieron, con un 36% de los votos y 305 escaños (97 más que en
2005), mientras que los laboristas consiguieron remontar un poco las
encuestas contrarias, hasta el 29% de los votos y quedarse en 258
escaños (perdieron 91 respecto a los anteriores comicios), insuficientes
para mantener un Gobierno siquiera en minoría. A la postre el globo de
los liberales-demócratas, castigados por un sistema electoral que da la
victoria al que más votos consigue en una circunscripción, se desinfló, y
es algo que Clegg lamenta desde el principio, en conversación con Paddy
Ashdown (Donald Sumpter), anterior líder de los libdems y perteneciente
a la anterior generación del partido. En los siguientes días, y
mientras se realizaban las negociaciones entre los tres partidos, Brown
(Ian Grieve) asume el rol de primer ministro en funciones, incómodo y
agotado, sabedor de que sus opciones por revalidar gobierno son escasas.
Frente a ellos, Cameron (Mark Dexter), con Osborne (Sebastian Armesto),
debe lidiar con el ala más conservadora y euroescéptica del Partido
Conservador, que le exige no ceder nada ante nadie. Y es donde la
película entra de lleno en materia: negociar una coalición, algo que
queda en manos de Clegg, en quien se centra gran parte de la acción. Son
los días posteriores a las elecciones, una semana de negociaciones para
formar una coalición ante un hung Parliament («Parlamento colgado», es
decir, sin mayoría), algo con lo que los británicos suelen ser muy
reacios; aunque se produzca, claro. Desde 1974 el Reino Unido no tenía
un Parlamento sin mayoría absoluta y era una situación incómoda para
ellos: aun siendo el país que más de cerca vive el proceso electoral en
todas sus vertientes y la democracia (moderna) en sí misma, aborrecen
las situaciones en las que no hay un ganador claro. Para el ciudadano y
el político británicos, las coaliciones son, grosso modo, antinaturales,
complejas e inestables.
Los tories, vencedores pero no imperiales. |
Cualquiera que haya echado un vistazo a las hemerotecas de aquella
semana de mayo de 2010 recordará cómo un nervioso Cameron, victorioso
pero no imperial, ofreció (desde la soberbia de quien mira a los libdems
como aficionados que bastante contentos tenían que sentirse con el
hecho de que se dirigiera a ellos) un acuerdo de gobierno. Para los
libdems había líneas rojas que no podían cruzar: la principal, la
necesidad de una reforma electoral, para cambiar un sistema que les
perjudicaba especialmente (en las circunscripciones británicas se lleva
el escaño quien gana aunque sea por un voto; el voto libdem es disperso,
en pocas circunscripciones gana el escaño de calle, siendo para ellos
necesario un sistema electoral proporcional). Para los tories también
era un tema espinoso: significaba ceder en algo que les iba bien; pero
su principal línea roja era Europa, ante la que el ala más euroescéptica
del partido era rotundamente contraria a negociar (y frente a unos
libdems con Clegg, que apostaban por la permanencia y una mayor
colaboración con Bruselas). Por su parte, los laboristas ponen al frente
de las negociaciones a Peter Mandelson (Mark Gatiss), antiguo enemigo
de Brown y a quien este recuperó en su Gobierno, confiando en que pueda
lograr algo imposible: mantener a los laboristas en el poder con apoyo
de los liberales demócratas; en muchos aspectos, Mandelson, eminencia
gris de Brown, representa una manera «antigua» de hacer política, con la
que los libdems no comulgan (en especial, Danny Alexander [Chris
Larkin], segundo de Clegg), pero con quien pueden hablar. Resulta más
difícil hablar con Osborne y los tories, que ya en la primera reunión
con los libdems plantean una propuesta en la que poco se puede aceptar y
que ofrece una imagen de soberbia y prepotencia del ganador de los
comicios… aunque pendiente de un hilo. Hay constantes reuniones en la
semana posterior a las elecciones, negociaciones entre los enviados de
los tres grandes partidos, mientras los tres líderes esperan entre
bambalinas, teléfono en mano, a ver qué se puede conseguir.
Brown y Clegg: una relación imposible. |
La película muestra con acierto las tensiones internas con las que
tories y libdems deben lidiar: los dos líderes deberán «convencer» a sus
diputados o bases, ya sea en Westminster o en la sede del partido. No
faltan viejos diputados tories que le insinúan a Cameron que su
liderazgo no es incuestionable y que líderes más sólidos y preparados
que él, como Margaret Thatcher, cayeron; y Clegg debe convencer a sus
bases, y a hombre como Ashdown, de que el futuro necesita que se ceda
para ganar algo… ¿pero qué pueden ganar los liberales demócratas? Clegg
está en la duda de que lo que se gane en el corto plazo (entrar en un
Gobierno y quizá implementar leyes que favorezcan a las clases medias)
se pierda en la larga distancia; y por tal entendemos (entiende Clegg)
el camino que conduce a los comicios de 2015, un voto de castigo de la
ciudadanía y que los libdems vuelvan a ser irrelevantes… como así ha
sucedido. En el Labour el escollo es Brown: lo saben los suyos, pero no
se atreven a plantear la retirada del líder. Que sea Clegg, que se
muestra muy nervioso e incómodo en cada reunión o llamada telefónica con
el líder laborista (las relaciones entre ambos siempre fueron malas
tirando a odiosas), quien acabe planteando la necesidad de que no esté
Brown al frente del hipotético Gobierno que se pueda formar en
coalición, resulta especialmente interesante en la película: de modo
inverso a cómo los tories «asesinaron políticamente» a la Thatcher, uno
de los suyos, en octubre de 1990, ahora es alguien de fuera quien
elimina a Brown, cuando los suyos no se atreven a hacer el trabajo
sucio. El postblairismo entró en barrena con Brown al frente del
Gobierno, pero tras las elecciones de 2010 parece incluso que los
laboristas se quedan atascados: no se atreven a «matar al padre», a un
líder agotado, tosco y arisco, caricaturizado incluso en la película.
Las negociaciones son complejas y jugosas (con momentos hilarantes
como esa caja de muffins que los laboristas traen en la segunda reunión
con los libdems). La política de recortes que traen bajo el brazo los
tories es un obstáculo más para los libdems… y algo con lo que Clegg
debe lidiar en las reuniones con las bases del partido, que no están
dispuestas a aceptar un acuerdo de gobierno que signifique atacar el
estado del bienestar. Osborne lo tiene claro: es irrenunciable, como
para los libdems es innegociable una reforma electoral. Las reuniones en
paralelo entre los equipos de cada partido se suceden mientras
transcurren los días y la cuenta atrás cada vez es más opresiva: hay que
formar un Gobierno. La coalición que se fragua en esos siete días es
compleja: por principios ideológicos, laboristas y libdems tienen más en
común que en contra; pero Clegg no traga a Brown y se ve incapaz de
poder negociar con él. Por otro lado, tories y libdems, aunque
representan lo lógico en cuanto a un acuerdo estable coalición, están
demasiado alejados unos de otros como para poder rubricar la alianza;
hasta el último momento no se logrará, y no gracias a sus empeños: será
Brown quien dé el paso definitivo, echando mano de la poca dignidad que
le queda (y negándose a abandonar su despacho de noche, lo cual sería
humillante para él), al plantear su renuncia y abrir la puerta de
Downing Street a Cameron, que se sienta en un despacho aún por vaciar (y
temiendo liderar un efímero Gobierno tory en minoría, que apenas
duraría por sí mismo), mientras Osborne aún negocia con el equipo de
Clegg. La coalición llegará obligada para ambos, aunque lógicamente
desigual: los tories son más numerosos que los libdems, en diputados y
(lógicamente) en ministros del gabinete que se formará. Cameron cede
(algo) para poder gobernar, como Clegg lo hace (en algo), aunque
intuyendo a su vez que será para perder en el largo plazo (y así ha
sido, tras la debacle de hace apenas tres semanas). La última secuencia,
la rueda de prensa de Cameron y Clegg que presenta la coalición
gubernamental, muestra más en su trasfondo (durará, pero no será para
bien de ambas fuerzas) que por su simbolismo (antinatural).
Ficción... y realidad. |
Pero la última secuencia de la película resulta reveladora de cómo
funcionan las cosas en Britain y qué percepciones hubo de lo que sucedió
en esos días y de lo que podía significar. Clegg llega caminando al
número 10 de Downing Street, con Cameron esperándole para rubricar
públicamente el acuerdo de gobierno, de coalición. «Todo nuestro sistema
está diseñado para que esto no suceda», comenta un funcionario del
Cabinet Office, mientras ve llegar a Clegg. La política ha fallado,
viene a decir, todo estaba dispuesto para que siempre haya un partido
que prevalezca por encima de los demás y gracias a los votos de los
ciudadanos; pero ahora no sucederá, remarca, sino que el Gobierno surge,
no de las urnas, sino de decisiones tomadas behind closed doors. «Si la
ciudadanía no puede decidir, sí», le responde Gus O’Donnell (David
Annen), secretario del Cabinet Office. «Quizá el problema no esté en
decidir», insiste el otro, «sino en la elección [del socio de
Gobierno]». «Cuidado, Jeremy. Imparcialidad, recuerda», le acaba
respondiendo O’Donnell. Por su parte, Clegg entra en su nuevo despacho,
tras ser recibido en la puerta de la residencia oficial del primer
ministro por Cameron en persona. Le enselan su despacho, aún sin línea
telefónica y vacío. Pero no está contento y así lo plantea ante un
colaborador suyo, David Laws (Richard Teverson): «En los próximos cinco
años… ¿y si la gente echa la vista atrás hasta este momento, hacia mí, y
simplemente no están de acuerdo? ¿Y si cometí un error [al aceptar la
coalición con Cameron]?». «Vamos, Nick, entraste en el Gobierno contra
toda probababilidad», le responde Laws, «ahora podemos cambiarlo todo. Del
mismo modo que un sistema de dos partidos puede abrirse a tres, incluso a
cuatro partidos, podemos darle a la gente una oportunidad de cambiar la
manera en la que los gobiernos han sido elegidos desde siempre. Ese
sería tu legado». Clegg termina diciendo, ya en voz en off mientras le
vemos esbozando una sonrisa al lado de Cameron, a punto de salir ambos
para dar la rueda de prensa: «Quién sabe: incluso el hacedor de reyes
puede sobrevivir al rey». «¿Por qué sonríes?», le pregunta Cameron. «Por
nada», responde. La realidad, sin embargo, ha sido que, cinco años
después, los temores de Clegg se confirmaron: los liberales demócratas
se hundieron en las elecciones de mayo de 2015 y el Kingmaker no pudo
sobrevivir a un rey, Cameron, que finalmente pudo conseguir la mayoría
absoluta que cinco años atrás le fue negada.
Una excelente película sobre la política (británica)... y el arte de la política.
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