A finales de los años setenta, y especialmente
durante la década de los ochenta, hubo cinco hombres que ejemplificaron
la perfección en el hockey sobre hielo. No sólo la perfección que se
traduce en el triunfo (dos oros olímpicos, varios campeonatos mundiales y
premios individuales), sino también la perfección que se visualiza en
un juego hermoso, bellamente coreografiado, técnicamente impecable.
Cinco hombres que representaron a la Unión Soviética por todo el mundo,
mientras que el régimen del interior se hundía en la ineficacia y la
imposible competencia económica ante el bloque capitalista.
Los años
ochenta vieron un recrudecimiento de la Guerra Fría (consecuencia a su
vez de los años de la revolución conservadora de Ronald Reagan en
Estados Unidos, la Iniciativa de Defensa Estratégica o Guerra de las
Galaxias, el intento imposible de la URSS de ponerse a su altura, el
corolario de la invasión soviética de Afganistán, la guerra sucia en
América Latina...) y el hockey sobre hielo formaba parte de la
estrategia de las dos grandes superpotencias mundiales por establecer su
supremacía. La selección soviética perdió la final de hockey sobre
hielo de los Juegos Olímpicos de invierno de 1980 ante los Estados
Unidos: la victoria de unos ("que demuestra que nuestro estilo de vida
es el correcto", dijo su entrenador) y la derrota y especialmente la
humillación de otros, que decidieron dar un cambio de rumbo y crearon,
sobre unas bases, el mejor equipo de hockey sobre hielo de la historia.
Pero Red Army,
el documental de Gabe Polsky, no es simplemente un ejercicio de filmar
las excelencias y miserias alrededor de un deporte (no se asusten los
que desconocen, como servidor, el hockey sobre hielo o les deja
"helados" dicha disciplina), sino que trasciende el deporte y nos habla
de un país, una época y unas personas.
El equipo Red Army. De izquierda a derecha, detrás, Katosonov y Fetisov; delante: Makarov, Larionov y Krutov. |
Los cinco grandes jugadores de hockey sobre hielo soviéticos son
Viacheslav (Slava) Fetisov, Vladimir Krutov, Igor Larionov, Sergei
Makarov y Alexei Kasatonov. Fetisov, leyenda del hockey ruso, que jugó
incluso en la NHL canadiense-estadounidense en los años 90, fue ministro
de Deporte con Putin entre 2002 y 2008 y actualmente ejerce como
senador en la Duma y sigue colaborado para devolver el hockey sobre
hielo ruso a su esplendor, es una de las voces de este documental. Una
voz en ocasiones arrogante, otras divertida, en muchas incisiva y en
otras tantas nos deja ver a alguien que vivió aquella época; bajo su
ironía y su capa de dureza, Fetisov encarna al alma del Red Army, o el
nombre con el que era conocido el CSKA de Moscú en Occidente, y a su vez
simbolizó a la selección soviética de hockey. Polsky escoge a Fetisov, a
algunos de los otros cinco jugadores, a leyendas vivas del hockey sobre
hielo, a entrenadores y periodistas para contarnos la historia del Red
Army, sí, pero también de un estilo de vida, el soviético en la década
de los años setenta y ochenta, y la construcción de un modelo de
perfección deportiva, dentro y fuera de las pistas de hielo, y de guerra
ideológica en el exterior contra el enemigo capitalista. Se narra el
origen del sistema soviético de hockey, con la figura de Anatoli
Tarasov, entrenador de la selección, que creó el estilo de juego que
haría a los rusos los grandes dominadores de la especialidad.
Un estilo
basado en un entrenamiento constante, sí, pero también en influencias de
los movimientos del ballet del Bolshoi o incluso de jugadas del ajedrez
(aparece Anatoli Karpov para contar como se pidió su consejo al
respecto). Tarasov tenía un talento natural para descubrir a jóvenes
jugadores de hockey y vio en Fetisov a quien sería el capitán de su
selección. Defenestrado por Brezhnev tras los Juegos Olímpicos de 1980,
su sucesor sería un hombre militar y con métodos militares, afín a la
KGB y de vieja escuela: Víktor Tikhonov. Con este entrenador militar (no
olvidemos que muchos deportistas soviéticos eran oficiales militares, a
su vez, y de ahí también el componente bélico del equipos como el CSKA
de Moscú o el Red Army de la selección nacional). Once meses al año los
jugadores vivían sólo para el deporte, con varias sesiones de
entrenamiento al día, con una intensidad que algunos de ellos llegaron a
orinar sangre; apenas veían a sus familias, Tikhonov no les dejaba
incluso asistir a la agonía de sus padres, utilizaba métodos brutales y
siempre iba, en los viajes de competición de la selección al extranjero,
con miembros de la KGB, que controlaban los pasaportes e impedían las
"fugas" a Occidente. "Como entrenador le respetaba (estaba obligado a
ello)", dice Fetisov en un momento determinado, "pero como persona, no".
Polsky crea un documental de ritmo vertiginoso, con sucesión de imágenes en los que se intercalan los diálogos de los entrevistados, mostrando las diversas aristas de una selección y un país: la excelencia por el deporte (nunca hubo un equipo como aquel que prácticamente jugaba de memoria y con una imprevisibilidad que lo hizo temible para sus rivales), el dominio al Politburó (que imponía hasta el más mínimo detalle), la idea de que representaban el ideario político de la URSS, las presiones para obedecer los dictados de arriba y el brutal trato a quien no lo hacía, sobre todo cuando en la segunda mitad de la década de los años ochenta hubo la posibilidad, primero combatida por el Ministerio de Defensa, de que los jugadores soviéticos compitieran en la NHL (Fetisov lo intentó y pugnó por hacerlo según sus condiciones, no las del Politburó).
Polsky crea un documental de ritmo vertiginoso, con sucesión de imágenes en los que se intercalan los diálogos de los entrevistados, mostrando las diversas aristas de una selección y un país: la excelencia por el deporte (nunca hubo un equipo como aquel que prácticamente jugaba de memoria y con una imprevisibilidad que lo hizo temible para sus rivales), el dominio al Politburó (que imponía hasta el más mínimo detalle), la idea de que representaban el ideario político de la URSS, las presiones para obedecer los dictados de arriba y el brutal trato a quien no lo hacía, sobre todo cuando en la segunda mitad de la década de los años ochenta hubo la posibilidad, primero combatida por el Ministerio de Defensa, de que los jugadores soviéticos compitieran en la NHL (Fetisov lo intentó y pugnó por hacerlo según sus condiciones, no las del Politburó).
Las entrevistas a algunos de aquellos jugadores nos
muestran también cómo vivieron y sintieron aquellos años: para ellos era
impensable huir a Occidente, algo "ilegal", aunque fueran conscientes de
las abismales diferencias de jugar en la NHL (y sus beneficios) y
hacerlo en una URSS que, a pesar de Gorbachov y sus reformas, se
encaminaba al abismo. Su mentalidad puede chocarnos ahora, sobre todo
cuando vemos en ellos que siguen pensando de manera similar a entonces
en algunos aspectos. Pero Polsky consigue que vayamos más allá en
nuestra reflexión: que veamos a aquellos jugadores en su contexto y,
sobre todo, el que después vivieron, con la caída del comunismo (y el
sistema económico socialista), la llegada de un capitalismo desaforado,
la idea de que un sistema de valores (discutible, por supuesto) se
perdió y, en última instancia, una cierta mirada al "alma rusa", a sus
contradicciones y sus inquietudes.
Viendo y escuchando a Fetisov,
Kasatonov o Krutov nos acercamos a una manera de ver las cosas, sin que
el objetivo de la cámara nos impida reflexionar por nosotros mismos.
Pues, más allá del hockey como deporte y arma ideológica, se nos
presenta a cinco hombres, cinco amigos que en algún momento dejaron de
serlo, que entrenaban, competían y pasaban juntos las vacaciones en
aquellos años ochenta. Unos hombres que no eran inmunes a lo que sucedía
a su alrededor y que con el tiempo han visto las cosas de otra
manera... o se han aferrado a lo que recordaban como positivo entonces.
El capitán Fetisov, detrás del entrenador Víktor Tikhonov. |
La película documental de Polsky (cuyos padres son ucranianos emigrados a
Estados Unidos, lo cual también explica su interés y motivación por el
tema) nos acerca a un retrato de época, a imágenes y vídeos que
constituyen un documento histórico per se y que refleja las
contradicciones y vivencias de aquellos años. Un documental en el que
hay héroes y villanos, sí, pero sobre todo personas que son testimonio
vivo (aunque algunos de ellos, como Tikhonov se negaran a participar) de
un período histórico determinado; no tan lejano como la textura y los
colores de las imágenes pudieran dar e entender, sino tan cercano como
queramos si pensamos en Rusia como la continuidad histórica de la URSS.
Slava Fetisov puede ser arrogante y muy ruso en algunas de sus actitudes
cuando habla (o deja de hacerlo) a la cámara, pero en las ocasiones en
que esa misma cámara enfoca sus ojos (o los de Kasatonov o Krutov)
comprendemos un poco más el "alma rusa" de quienes vivieron aquellos
años.
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