A estas alturas de la película no hay que
explicarle a nadie quién es John Le Carré y lo que ha significado para
la literatura del género "de espías". Hace poco tuvimos la oportunidad
de revisar El topo, basada en
una de sus novelas de "guerra fría", con el Circus y Smiley en danza.
Una película sosegada, muy pausada, lenta incluso se podría decir, en la
que trama se construye poco a poco, se cocina con mimo y se llega a un
desenlace de altura. Con El hombre más buscado,
película basada en otra novela de Le Carré (y coproducida en parte por
él y sus dos hijos), volvemos al cine de espías... pero los tiempos han
cambiado. Lo que fue el Circus en la serie de Smiley y lo que significó
la pugna entre los dos bloques durante el período de la guerra fría, ha
quedado reducido a un pasado romantizado tras los atentados del 11-S y
el cambio de paradigma: el enemigo ya no es el soviético, sino el
terrorista islamista radical de diverso pelaje, más anónimo en sus
métodos, más ruidoso en sus acciones y más imprevisible en su modus operandi.
La CIA fracasó con la previsión de Nueva York (o su fracaso fue no
lograr que sus informes llegasen a influir en las decisiones del
Despacho Oval y el Pentágono) y el panorama se radicalizó por todas
partes. La saga Bourne nos mostraba un juego de espías más físico que
propio de servicios de inteligencia. Con sus novelas posteriores al
11-S, Le Carré juega con personajes que van a la deriva, sin tener nada
claro cómo moverse en un terreno desconocido y mucho más complejo que el
clásico gato contra el ratón de apenas unos decenios atrás...
La película de Anton Corbijn es europea en su estampa y desarrollo.
Plenamente europea, y no sólo por el cásting de autores en el que Philp
Seymour Hoffman y Robin Wright aportan la pátina estadounidense, aunque
no su filosofía de blockbuster al uso. Hamburgo se erige en escenario y
coprotagonista: de Hamburgo partió Mohammed Atta para preparar los
atentados del 11-S. La antigua ciudad hanseática es unos de los puertos
más importantes del mundo y uno de los centros de recepción de
contenedores, inmigrantes y posibles terroristas. En los primeros
minutos vemos la llegada, casi surgida de lo más profundo del océano, de
un hombre barbudo, fibrado y oscuro. Un hombre con un pasado que
siempre queda en al indefinición: mitad ruso, mitad checheno, asume una
identidad y el credo islámico, reniega del referente paternal (un
militarote ruso que violó a su madre chechena cuando esta tenía 15 años,
y que a su vez murió al darle luz a él mismo). Issa Karpov, pus, llega a
Hamburgo y con él se encienden varias alarmas. Entre ellas las de una
innominada agencia de inteligencia ¿alemana? ¿europea?, con Günther
Bachmann (Philip Seymour Hoffman) al frente. Un hombre curtido en el
oficio, siempre al margen del oficialismo; que fuma carretadas de
cigarrillos, que es evidente que no se cuida y que conoce al dedillo lo
que se cuece en los bajos fondos de ese Hamburgo de grises y azules
metalizados. Bachmann no se fía de las altas esferas de Berlín ni de la
CIA (el personaje de Robin Wright, enlace estadounidense de varias
agencias, y bajo cuyo teñido cabello oscuro subyace parte de esa Claire
Underwood que vimos recientemente en House of Cards).
Bachmann dirige su equipo con empatía y vigor, pero sin olvidar a lo
que se dedican. La suya es una labor meticulosa y poco agradecida, al
margen de los servicios alemanes de inteligencia y de invitados no
deseados como al CIA; capaz de infiltrarse en el círculo de posibles
enlaces terroristas y de jugar, con la máxima discreción de la que son
capaces (y no siempre) con reglas nuevas en un juego viscoso. La cosa se
complica cuando Issa Karpov reclama un dinero paterno que se atesora en
el banco de un banquero local (Willem Dafoe), hijo de un amigo del
padre de Issa. El pasado involuntario reúne a los dos personajes
mediante una abogada ingenua y a la que Bachmann moteja con desprecio de
"pacifista" (Rachel McAdams), que irá puliendo a Issa, empatizando poco
a poco, rascando en su superficie para tratar de entender quién es y
qué quiere. Nunca nos quedará claro lo que busca el taciturno "hombre
más buscado".
La película es de desarrollo muy pausado; lento incluso, muy lento pero
no aburrido. Todo se muestra poco a poco, la trama se construye a medida
que los personajes entran en contacto/conflicto y se pergeña el plan
que Bachmann intuye desde el principio pero que no puede asegurar.
"¿Crees o sabes?", le pregunta en un par de ocasiones el personaje de
Robin Wright. Una misión fallida de Bachmann en Beirut le fuerza a ser
cauteloso, a no dejarse llevar por la impulsividad del "pienso que" sino
a esperar la confirmación del "ahora sé que", y por eso en gran parte
el ritmo de la película depende de que llegue esa confirmación, de que
se llegue al punto de entrar en acción y actuar. Por tanto, si el
espectador espera un Bourne, olvídese. Más le vale acomodarse en la
butaca y dejarse llevar, sobre todo por la presencia, física e
interpretativa, de un Philip Seymour Hoffman que firma aquí su última
actuación completa (dejemos al margen la última parte de Los juegos del
hambre que no pudo terminar). Y dejémonos llevar por ese Günther
Bachmann que interpreta con una notable fuerza, ya sea con un inglés con
acento europeo (es imprescindible ver la película en versión original
subtitulada), con un constante cigarrillo en los labios o con sus
movimientos por Hamburgo, ya sea negociando con el banquero,
teatralizando con la abogada o luchando contra el oficialismo de los
servicios de "inteligencia", que van del blanco al negro sin comprender
los matices grises que Bachmann sí es capaz de entender en el nuevo
escenario de los espías y la caza del terrorista allá donde se oculte.
El referente de la serie televisiva Homeland,
pero a la europea (es decir, sin estridencias) sobrevuela la película,
es evidente, pero Bachmann no es el histerismo de Carrie Mathison... ni
Issa Karpov un nuevo Nicholas Brody. Hamburgo no es Washington ni
Beirut, el escenario es más indefinido y la fauna local más diversa y a
la vez indistinguible del blanco o negro que buscan los superiores de
Bachmann. El final de la película no deja pie a componendas y Bachmann
lo descubrirá en su propia piel. Para entonces, el espectador ha tenido
que tener paciencia, mucha paciencia incluso, pero el esfuerzo ha valido
la pena. Con ese final queda claro que el mundo seguirá siendo tan
blanco o negro como Bachmann temía que los demás pensaran que es...
aunque quizá no de la manera que esperaba.
Buena película, pero probablemente no para un espectador cada vez más acostumbrado a la rapidez y el impacto inmediato.
Buena película, pero probablemente no para un espectador cada vez más acostumbrado a la rapidez y el impacto inmediato.
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