"Tú no quieres estar conmigo, quieres que yo esté contigo".
Esta es una historia de nuestro tiempo. Así ha definido el director Carlos Marques-Marcet a su película en la promoción de las últimas semanas, y lo reiteró en la sala de cine a la que acudí ayer por la tarde-noche, y en la que estaba presente junto a uno de los dos actores protagonistas, David Verdaguer (un plus para ir a una sala de cine: que el equipo de la película esté allí para poder charlar un rato sobre lo que acabamos de ver). Una película que en muchos sentidos no sería igual si no tuviera ese cuadro visual: el juego de pantallas en los ordenadores portátiles, la impronta de la tecnología para visualizar una relación a distancia. Hace años se habría hecho con cartas, después con el e-mail como elemento de comunicación; ahora podemos mantener esa relación vía Skype, pero ¿es posible que en una era tecnificada, con móviles de última generación y aplicaciones diversas, la distancia no sea el olvido? 10.000 km nos acerca a preguntas como esa y al mismo tiempo muestra la erosión de una pareja. Y todo en formato 2.0 (o incluso 3.0).
Esta es una historia de nuestro tiempo. Así ha definido el director Carlos Marques-Marcet a su película en la promoción de las últimas semanas, y lo reiteró en la sala de cine a la que acudí ayer por la tarde-noche, y en la que estaba presente junto a uno de los dos actores protagonistas, David Verdaguer (un plus para ir a una sala de cine: que el equipo de la película esté allí para poder charlar un rato sobre lo que acabamos de ver). Una película que en muchos sentidos no sería igual si no tuviera ese cuadro visual: el juego de pantallas en los ordenadores portátiles, la impronta de la tecnología para visualizar una relación a distancia. Hace años se habría hecho con cartas, después con el e-mail como elemento de comunicación; ahora podemos mantener esa relación vía Skype, pero ¿es posible que en una era tecnificada, con móviles de última generación y aplicaciones diversas, la distancia no sea el olvido? 10.000 km nos acerca a preguntas como esa y al mismo tiempo muestra la erosión de una pareja. Y todo en formato 2.0 (o incluso 3.0).
Ya con Her
de Spike Jonze fabulamos con la idea de establecer una relación
personal y afectiva con un programa informático. Pero la película de
Marques-Marcet, que tiene algunas trazas autobiográficas, es
eminentemente física a pesar de que los ordenadores portátiles y Skype
marquen los tempos. Física de principio a fin, comenzando y terminando
con un acto sexual, un "polvo" de pareja, aunque muy distinto el primero
y el último por las consecuencias y las connotaciones que se perciben.
Que la película de poco más de media hora se enmarque con un prólogo de
23 minutos en plano secuencia y se cierre con otro (no tan largo),
debería ponernos en aviso que la parte central, la relación vía Skype,
no esconde la necesidad de que los dos (y únicos) personajes en pantalla
necesiten tocarse y sentirse "físicamente"; incluso en algunas de esas
secuencias Skype se muestra la necesidad de que los personajes se
huelan, toquen e incluso besen, aunque tenga que ser con una pantalla
por medio. La tecnología, como es de prever, precisamente acentúa esa
necesidad de que el contacto físico se produzca o se pueda realizar en
cualquier momento.
La película nos cuenta la historia de una relación a distancia: Alex
(Natalia Tena) consigue una beca para desarrollar un proyecto
relacionado con la fotografía en Los Ángeles durante un año. Duda en
aceptar, lo discute con su pareja Sergi (Verdaguer), pues la situación
es compleja: tras varios años de vivir juntos han decidido tener un
hijo, lo buscan y anhelan... ¿pero con la misma intensidad? Alex siente
que esta oportunidad laboral es única y a la vez pueda ser la última
posibilidad de encontrar ese trabajo que hasta ahora no ha podido
realizar. Por su parte, Sergi persigue la estabilidad: un hijo (una hija
es lo que quiere) sería el paso lógico en una relación de pareja, al
mismo tiempo que estudia unas oposiciones mientras trabaja
(presumiblemente) de profesor interino en un colegio. Son estados (y
estadios) diferentes los de ambos: Alex busca el viaje, Sergi quiere
quedarse. Los dos emprenderán ese viaje/residencia y será en el tramo
central de la película, con la selección de días a lo largo de ese año,
de modo que el espectador ve de primera mano como los dos personajes
"viven" ese período de tiempo separados; y con diversos estados de
ánimo: la soledad, el miedo a lo desconocido, la adaptación a la
ausencia, el trauma de la separación "física", las dudas, los engaños de
cada uno a su manera, las discusiones (ya sean vía Skype o por e-mail),
las reconciliaciones, la forja de proyectos en común...
La película se engrandece por las actuaciones de los dos únicos actores y
se modula a través de sus estados de ánimo. El director-guionista
consigue situarnos en esa concatenación de pantallas y primeros plano de
los dos personajes, y nos atrapa con una historia sencilla (y al mismo
tiempo compleja: una relación en pareja) y habla tanto de ellos como de
nosotros mismos, de nuestra percepción de los cambios de la sociedad
actual (el peso de la crisis actual, la búsqueda de expectativas
laborales en el extranjero, el hecho de que ambos personajes estén en la
treintena y sientan que es hora de formar una familia estable).
Visualmente la película resulta un ejercicio estimulante de reflexión
sobre cómo los medios tecnológicos actuales afectan a nuestras vidas.
Pero, en realidad, la película no deja de ser una pequeña historia, una
reflexión acerca de las relaciones personales, la madurez y lo
terriblemente solos que nos sentimos en un mundo cada vez menos físico.
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