No es fácil encontrar libros de historia donde el fondo y la forma,
el qué se cuenta y el cómo se cuenta, estén perfectamente entrelazados,
de modo que uno llega a preguntarse si estamos ante un excelente ensayo o
ante una deliciosa obra literaria. No es común hoy en día una historia
netamente narrativa y de hechos estrictamente políticos (pongamos
también religiosos, si acaso) que deje al lector tan satisfecho y con
ganas de más, de mucho más. Y no es sencillo relatar en apenas 400
páginas unos hechos que sucedieron durante medio siglo, que dejaron
huella y que acontecen en un ámbito a caballo entre Occidente y Oriente.
Pero, sin duda alguna, sir Steven Runciman (1903-200) lo consiguió con Las Vísperas Sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII (Reino de Redonda, 2009). Hablar de Steven Runciman es hablar del hombre que, según se comentó
cuando murió en el cambio de milenio, nos devolvió Bizancio. Su
biografía nos remite al segundón de una familia nobiliaria británica,
inmensamente curioso, con una capacidad innata para los idiomas («al
parecer dominaba el latín a los seis años y el griego a los siete, a los
que fue añadiendo el árabe, el turco, el persa, el hebreo, el siriaco,
el armenio, el georgiano, el ruso yel búlgaro»). Profesor en Cambridge,
heredó la fortuna de un abuelo acaudalado, lo cual, para envidia de
muchos que le leemos hoy, le sirvió para retirarse a los 35 años y
dedicarse a investigar y a viajar por todo el mundo. Todo un bon vivant,
de buen gusto en la mesa, delicioso conversador, de esas personas que
uno siempre quiere tener a su lado a la hora del café, capaz de contar
chismes graciosos sobre la alta sociedad. En pocas palabras, un hombre
de su tiempo que hoy en día se diría que está chapado a la antigua.