No abundan los libros sobre el fascismo italiano y
es curioso, siendo un tema tan apasionante. Pero en comparación con su
«hermano menor», el nazismo alemán, el fascismo no parece llamar tanto
la atención de los editores españoles. Apenas encontramos en el mercado
español las obras de Emilio Gentile, La vía italiana al totalitarismo.
El partido y el estado en el régimen fascista (Siglo XXI, 2005)yEl culto del littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista
(Siglo XXI, 2007), el librito Mussolini y el ascenso del fascismo de
Donald Sassoon (Crítica, 2008) o el curioso (y visualmente fascinante)
Atlas ilustrado del fascismo publicado por Susaeta. U obras
conceptualmente más complejas como Modernismo y fascismode Roger Griffin (Akal, 2010) o Fascistas de Michael Mann (Publicacions
Universitat de Valencia, 2006), ésta última desde una órbita
sociológica Y seguimos contando con obras generales del fenómeno
fascista como El fascismo de Stanley Payne (Alianza Editorial, diversas ediciones) o su voluminosa Historia del fascismo (Planeta, 1995), o
Anatomía del fascismo de Robert O. Paxton (Península, 2005) o Fascismo.
Historia e interpretación del citado Gentile (Alianza Editorial, 2004),
pero apenas hay libros concretos sobre el fascismo italiano. Y la
biografía de R.J.B. Bosworth Mussolini (Península, 2003) va camino de
convertirse en un libro descatalogado. ¿Por qué, se preguntará el lector
curioso, este relativo páramo mientras que sobre Hitler, nazis y el
Tercer Reich no pasa prácticamente un mes sin que se publique o se
reedite algo?
Y la respuesta no es fácil. Ni en cierto modo comprensible.
Mussolini abrió la senda a otros movimientos fascistas, creando un
régimen que duró dos décadas, aunque también es cierto que el fascismo
puro apenas existió en la Italia del período. Y aunque se popularizó la
imagen de un Mussolini con la vestimenta fascista, el saludo a la romana
o su hiperactividad como gobernante (que hay que relativizar, sin
embargo), el corporativismo fascista se quedó en intento: la sociedad
italiana participó de aquello que le interesó del fascismo
(organizaciones como el Dopolavoro); el mensaje fascista pronto quedó
diluido desde arriba, con un Mussolini receloso de cualquier veleidad
ambiciosa de los ras y los squadristi; las instituciones fascistas
apenas sustituyeron al Estado fuerte que Mussolini se encargó de
mantener (a diferencia de lo que sucedió en la Alemania, donde el
«Estado prerrogativo», formado por las organizaciones paralelas del
partido nazi, se impuso al «Estado normativo», compuesto por las
autoridades legalmente constituidas y el funcionariado tradicional;
definiciones de Ernst Frankel recogidas en la obra anteriormente citada
de Paxton, p. 143); y la aparente solidez del régimen fascista se hundió
por los efectos de la participación italiana en la Segunda Guerra
Mundial, hasta el punto de que bastó la destitución de Mussolini por
parte del rey Victor Manuel III para acabar con veintiún años de
fascismo en el poder.
Un análisis a fondo de este tema, pues, es el que ha realizado
Álvaro Lozano en Mussolini y el fascismo italiano(Marcial Pons, 2012), de quien ya comentamos hace unas semanas su también reciente libro, Anatomía del Tercer Reich (Melusina). Y
lo hace con un libro muy completo, ameno y de ágil lectura. Un libro
que puede ser asumido como una síntesis historiográfico sobre el
fascismo italiano; de hecho, al final de cada capítulo el lector
encontrará, bajo el título «El veredicto de los historiadores», la
selección de los debates historiográficos sobre cada tema, un elemento
que aumenta el valor del libro de Lozano y que ya puede ser considerado
como una marca de la casa. Estructurado en capítulos temáticos, y
siguiendo un orden cronológico, Lozano analiza la crisis del Estado
liberal italiano antes y especialmente después de la Primera Guerra
Mundial; las causas del ascenso del fascismo, que convendría no ver como
un bloque monolítico, sin con diversas aristas (y sensibilidades)
siendo el éxito de Mussolini su capacidad (quizá su versatilidad) para
aunar tendencias y crear la plataforma para, en apenas dos años,
alcanzar el poder. Un poder que se basó, en gran parte, en el mito de la
«Marcha sobre Roma» y en la necesidad de una figura diferente al
sistema de Giolitti al frente del gobierno.
Es en la parte central del libro, los capítulos dedicados al
análisis del régimen totalitario, a la economía fascista y a la vida en
la Italia fascista, donde el lector disfruta más del libro (o al menos
así lo he hecho yo). En estos capítulos asistimos al relato de la manera
de Mussolini de gobernar (una hiperactividad relativa, un modo de
abarca demasiado acumulando ministerios, provocando confusión y logrando
pocos resultados), al establecimiento de un totalitarismo relativo, más
bien superficial, que se fundamenta en la propaganda y la imagen pero
con escasa solidez. El régimen fascista trató de crear una nueva
sociedad, pero más bien sobre el papel; el propio Mussolini rechazó la
«segunda revolución» que los jerarcas fascistas más vehementes
demandaban y a los que el Duce fue apartando del poder. La firma de los
pactos de Letrán con el Vaticano en 1929 pusieron fin a décadas de
enfrentamiento con la Santa Sede, pero también dejaron patente que el
fascismo no iba a cambiar sustancialmente la esencia de la sociedad
italiana. Los propios italianos se amoldaron a las formas fascistas,
pero mantuvieron una relativa crítica al régimen, impensable en la
Alemania nazi, e incluso hubo un espacio (pequeño, eso sí) para la
disidencia y la oposición. Las ambiciones de Mussolini de convertir
Italia en un imperio mediterráneo pronto chocaron con las limitaciones
de la economía italiana, especialmente con la industria, y el propio
estado corporativo fascista, queriendo ser un intermediario y una
amalgamador entre empresarios y trabajadores, sólo consiguió fortalecer a
los primeros mientras destruía la posibilidad de mejoras para los
segundos, y sin conseguir ser el Estado el motor de la economía, como
pretendía.
La política exterior de Mussolini –múltiple a lo largo de dos
décadas– centra la parte final del libro, así como la implicación en la
guerra al lado de la Alemania nazi. Las excesivas ambiciones de
Mussolini, la ruinosa guerra en Etiopía, la participación en la guerra
civil española, el acercamiento a la Alemania de Hitler como modo de no
aislarse ante el alejamiento de Gran Bretaña y Francia, y el salto al
vacío desde 1940 (desastrosa campaña de Grecia, participación en las
guerras de expansión alemanas en el Este europeo), fraguaron la caída
del régimen. La popularidad que alcanzó Mussolini a lo largo de la
década de 1930, especialmente tras la conquista de Etiopía, se malogró
durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que la caída de
Mussolini fue más fácil de lo que se podía haber supuesto. En este
sentido, Mussolini nunca pudo quitarse de encima la figura del rey
Victor Manuel III, al que despreciaba y consideraba una mera figura
honorífica, pero con la autoridad necesaria para que pudiera destituirle
cuando Italia ya caía por el abismo. La etapa final de Mussolini, como
dirigente sin ánimos de una República Social Italiana en Saló, muestra
al hombre abatido, el títere en manos de los alemanes.
De todo ello, y con un profuso aparato gráfico, se nutre este libro,
completa y necesaria síntesis sobre el fascismo italiano. Esta reseña
no le hará justicia, que quede claro, y es en su lectura, apasionante en
la parte central, donde el lector hallará el enorme valor del libro. A
ella encomiendo al lector curioso, al especializado en estos temas, al
que se acerca con una cierta base.