Esta reseña parte de la lectura del original en inglés, The Rise and Fall of Adam and Eve (W. W. Norton & Company, 2017).
Notas al final de la reseña.
El crítico e historiador literario estadounidense Stephen Greenblatt se ha convertido en uno de los representantes, sino el principal, del llamado Nuevo Historicismo, tendencia que –no sin críticas– [1] conjuga crítica literaria e historia desde una aproximación no reduccionista, sino a partir del contexto histórico en el que las obras literarias en el que fueron creadas y, al mismo tiempo, la historia cultural desde las piezas que se escribieron en ese período. Sus estudios sobre Shakespeare [2] o la recuperación de Lucrecio a cargo de Poggio Bracciolini en el siglo XV, [3] por poner dos ejemplos recientes, siguen esta particular “hoja de ruta”, de modo que conocemos las obras de un período a través de un ejercicio de historia cultural que no se circunscribe únicamente a su condición de artefacto literario producido en un momento determinado (y consumido como tal en ese período). Así, en la biografía que escribió sobre Shakespeare, Greenblatt emprende el viaje para conocer al personaje a través de sus obras, más que de las evidencias que tenemos del personaje (que también); pero no sólo sus obras (pues cómo reconstruir los “años perdidos” –entre 1585 y 1592, es decir, entre el nacimiento de sus hijos gemelos y la primera mención como autor teatral en Londres–, sino del ambiente literario que conoció el Bardo (el desprecio que sufrió por parte de los escritores de formación “oxoniense”, con Robert Greene a la cabeza, y de cómo el caldo de cultivo social y cultural nos permiten conocer a William a través del espejo de sus obras (o, cómo se menciona en el título original de la biografía citada, situar a Shakespeare en el mundo que lo rodeaba y del que bebió tanto, ya sea la cuestión de la Reforma anglicana en su familia y círculo de amigos o el antisemitismo latente en la sociedad inglesa, y de ahí obras como El mercader de Venecia, por ejemplo). En esta cuestión shakesperiana, que en el fondo es el iceberg de mucho más, sin disociarse en exceso del neohistoricismo, es el de James Shapiro, y sus estudios sobre el Bardo, aunque el estilo de este especialista británico es diferente: escoge un año de la vida, y sobre todo de la producción teatral de Shakespeare, y “reconstruye” a partir de un análisis de esos libros lo que sabemos del autor y su contexto histórico. [4]