4 de abril de 2018
3 de abril de 2018
2 de abril de 2018
31 de marzo de 2018
Reseña de El cuarto disparo, de Javier Lacomba Tamarit
Robert Louis Stevenson popularizó (que no inventó), en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886) la figura del Doppelgänger,
la dualidad o la duplicidad en una misma persona entre un ente “bueno” y
otro “malvado”. La literatura romántica del siglo XIX, con algunos
precedentes, hizo especial hincapié en la figura de los “dobles”, los
“gemelos”, a lo que Stevenson añadió el matiz de que uno de ellos era un
“reverso tenebroso” del alma humana, idea que el cine y la televisión
extendieron a lo largo del último siglo, y que encontramos también en la
imagen del asesino en serie que oculta una doble o múltiple
personalidad y que aparece a menudo en un género de tan éxito como la
novela negro-criminal. Pero la duplicidad también puede entenderse, lato sensu,
si observamos la diferenciación que pude haber, en una figura pública,
entre la imagen que tuvo y proyectó en vida y la leyenda que surgió y se
extendió con su muerte. Y en este sentido, alguien como John Fitzgerald
Kennedy, el 35º presidente de los Estados Unidos (20 de enero de
1961-22 de noviembre de 1963) quizá sea el exponente más claro, en este
tipo de disquisiciones, de la disparidad que hubo entre lo que fue su
vida (y su carrera política) y su leyenda tras su asesinato en Dallas
aquel mediodía de un día de otoño. Quizá dicho de manera un tanto cruda,
Kennedy se convirtió en un icono para su generación, y las que la
siguieron, no tanto por los logros (más bien escasos) de su presidencia
como por el hecho de morir asesinado en acto de servicio.
30 de marzo de 2018
Crítica de cine: Barbara, de Matthieu Amalric
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
De entre las películas que se estrenan para este puente largo de Semana Santa, seguramente Barbara será la que menos llame la atención, sobre todo cuando el interés mediático se focaliza en el último filme de Steven Spielberg. También es cierto que el personaje protagonista de este particular biopic, la cantautora francesa Monique Serf (1930-1997), que actuó artísticamente bajo el nombre de Barbara, tampoco es alguien que sea conocido por nuestros lares. Para los franceses, Barbara es la tercera gran B del género de la chanson de contenido político y social de la segunda mitad del siglo XX, junto a Georges Brassens y Jacques Brel, y coetánea de artistazos como Serge Gainsbourg, Charles Trenet o Georges Moustaki. Quizá algunas de sus canciones sí resulten algo más familiares, como “L’Aigle noir”, que Maria del Mar Bonet popularizó con su versión, “L’àliga negre”; una canción que, como muchas de las que compuso y cantó Barbara, tiene un contenido autobiográfico subyacente y doloroso, en este caso los abusos sexuales que sufrió por parte de su padre durante su infancia. “Gottingen”, “Amours incestueuses”, “Musique pour una absente”, “À mourir pour mourir”, “Una petite cantata”, “Ma plus belle histoire d’amour”, “Attendez que ma joie revienne”, “Nantes” o “Je ne sais país dire” son algunas de las canciones del repertorio de Barbara que se han hecho famosísimas, junto a “L’Aigle noir”, y que no pueden faltar en una película que recrea algunos momentos de su vida y que forman parte de la banda sonora de una generación… que ya no es la nuestra.
29 de marzo de 2018
28 de marzo de 2018
27 de marzo de 2018
26 de marzo de 2018
24 de marzo de 2018
Crítica de cine: Pablo, el Apóstol de Cristo, de Andrew Hyatt
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Llegadas estas fechas hay tradiciones en el cine que no cambian: el cine de Semana Santa o dícese de esas películas, a veces péplums o “cine de romanos”, en las que se recrean, reconstruyen o revitalizan las viejas historias del Nuevo Testamento relacionadas con la Pasión y Resurrección de Jesús de Nazaret o las andanzas posteriores de algunos de sus seguidores más destacadas, recogidas en los Hechos de los Apóstoles. Películas que no faltan en la programación televisiva de Viernes Santo y Domingo de Resurrección, y que se acompañan de procesiones en algunas calles, torrijas de diversa consistencia en casa y pescado en vez de carne el Viernes Santo (el consabido bacalao). Tradiciones que no faltan en la pequeña pantalla –una Semana Santa sin Ben-Hur, Rey de Reyes, La túnica sagrada, Barrabás o, por supuesto, Quo Vadis no es digna de tal nombre– y que tenemos más que asumidas (y apetecidas). En la pantalla grande, el cine religioso abunda menos actualmente, pero Mel Gibson reverdeció laureles del género, aunque en el camino dejara a una generación de católicos traumatizada con La Pasión de Cristo (2004), una de las películas –ya me disculparán por expresarme así– más sádicas que recuerdo haber visto y que, en su pretensión de ser fiel al relato testamentario (uso del arameo incluido), en mi humilde opinión consigue lo contrario de lo que pretende: más que consolidar unas creencias, las fustiga, y espanta más que convence. Pero ya se sabe que, en esto, uno puede ser minoría y para los millones de católicos fervientemente practicantes como Gibson –que, recuérdese, puso su propia mano en la secuencia en la que se clava la de Cristo, interpretado por Jim Caviezel, en la cruz–, esta película fue muy bienvenida. De todo hay en la viña del Señor.
23 de marzo de 2018
Crítica de cine: Peter Rabbit, de Will Gluck
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Beatrix Potter (1866-1943) fue una escritora e ilustradora de, entre otras cosas, una serie de libros infantiles protagonizados por un conejo, Peter Rabbit, vestido con una chaqueta azul y zapatos, que actuaba como si de un ser humano más se tratara… no siéndolo, desde luego. Sus aventuras, junto a las de su primo Benjamin Bunny y sus hermanas mellizas Cottontail (Colita de Algodón), Flopsy (Pelusa) y Mopsy (Pitusa) Rabbit han formado parte de la infancia de generaciones de niños, especialmente británicos, desde hace más de un siglo. Llevar a la gran pantalla a unos personajes, reconozcámoslos, algo acartonados de la época eduardiana, puede que no fuera la mejor idea, arriesgándose además a despertar las suspicacias por no decir las iras de esos niños-ahora-adultos que devoraron los libros de Potter. Quizá por ello la mejor manera era hacerlo actualizando los personajes (o trasladándolos a este siglo XXI), abriendo el público a no sólo los pequeños de la casa, combinando los actores de carne y hueso con otros generados por ordenador y con técnicas de live-action (a lo Gollum pero con animalejos adorables) y usando la voz de actores conocidos para esos personajes, y metiéndole un poco de humor y música a la cosa. El resultado es Peter Rabbit, película de Will Gluck –corramos un tupido velo respecto su anterior filme: Annie (2014)– para todos los públicos e ideal para un fin de semana o una Semana Santa en ciernes.
22 de marzo de 2018
Crítica de cine: La casa junto al mar, de Robert Guédiguian
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Una cala en un pueblo turístico de la Provenza, al oeste de Marsella, con un enorme viaducto ferroviario prácticamente en primera línea de mar (es la cala de Méjean, pero ésta no se menciona en ningún momento). Es invierno y, por tanto, temporada baja: la actividad se ha reducido al mínimo en los hoteles y restaurantes de la zona, apenas se percibe la vida de quienes son los habitantes naturales de la zona, muchos de ellos pescadores. Maurice, un anciano que reside en una casa con una enorme terraza-mirador al mar Mediterráneo, mira las vistas y enciende un cigarrillo. “Qué más da”, pronuncia antes de sufrir un síncope. Dos de sus tres hijos, ya maduros, regresan a la casa familiar para hacerse cargo de un patriarca en estado casi vegetal. Por un lado, Joseph (Jean-Pierre Darroussin), profesor ya retirado y antes de eso trabajador en una fábrica, con unos ideales de clase obrera que el tiempo ha convertido en decepción y cinismo; le acompaña su novia, Bérangère (Anaïs Demoustier), quien ya hace tiempo de sentirse seducida por quien fuera también su profesor.
21 de marzo de 2018
20 de marzo de 2018
19 de marzo de 2018
18 de marzo de 2018
Crítica de cine: El insulto, de Ziad Doueiri
El libanés Ziad Doueiri empezó su carrera cinematográfica en Estados Unidos como ayudante de cámara de las primeras películas de Quentin Tarantino (Reservoir Dogs, Pulp Fiction, Jackie Brown) pero en 1998 realizó su debut como director, West Beirut, un filme sobre la guerra civil libanesa. Desde entonces, ha alternado su corta filmografía (cuatro películas hasta ahora), y en la que hay destacar la sensual Lila dice (2004), con la dirección de la serie televisiva francesa Baron Noir (Canal+). Doueiri vivió en el Líbano hasta 1983, cuando, en el fragor de la cruenta guerra civil que asoló la llamada “Suiza del Próximo Oriente”, se trasladó a Estados Unidos. Pero el recuerdo de la patria siempre pesó en el cineasta que, con estancias entre Los Ángeles y Beirut, finalmente se instaló en la capital libanesa en 2011. El insulto, película que estuvo entre las nominadas a los Oscars de este año en la categoría de mejor película de habla no inglesa, es quizá su filme más comprometido hasta la fecha sobre el conflicto del Líbano.
16 de marzo de 2018
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