Un patio. Una muerte absurda. Cuatro comunidades de vecinos. Un problema. Y nueve meses por delante. Este es punto de partida de El patio dormido, ópera prima de Mª José Galván (Edicions Evohé, 2011), una, hasta cierto inclasificable novela y, a la postre, una de novela que te sorprende, te hace sonreír y te pega de lleno en el plexo solar. Y todo en 367 páginas.
Un muchacho, Julio, fallece en el patio en el que confluyen cuatro edificios de un barrio de Madrid. La muerte del chico, hijo único, deja huérfanos a sus padres y plantea la necesidad de que alguien pague por la muerte de un joven que tuvo la mala suerte de morir en un patio desvencijado, descuidado y prácticamente olvidado por cuatro escaleras de vecinos. Se presenta una denuncia contra las cuatro comunidades, se deben depurar responsabilidades, alguien debe pagar por una negligencia. El dolor de unos padres frente a la desidia de unos vecinos, cada uno a su manera. La incomprensión en estado puro.
Galván consigue, desde el principio, que su novela sea familiar para todo tipo de lectores. Conmigo, al menos, lo ha conseguido. Me he sentido identificado con las vivencias en esas cuatro comunidades de vecinos; ¿quién no podría comentar, chafardear, susurrar, denunciar o clamar ante todo tipo de situaciones vividas en comunidades de vecinos (y eso que llevo viviendo, desde la cuna, en un edificio de alquiler). Conseguida la complicidad del lector, la novela sorprende por un maravilloso collage lingüístico. Nos quejamos a menudo de que se usa poco vocabulario, o siempre el mismo, en la actualidad (y ya no hablemos de las generaciones más jóvenes). El libro de Galván es un alegato por el lenguage, por el uso de un riquísimo y variado vocabulario, por el juego de registro lingüísticos, por la variedad de tonos, maneras de hablar, expresiones... que básicamente son las que encontramos en cualquier comunidad de vecinos. Así, pues, desde el principio conectas con una trama, rica en matices y detalles, y con un estilo narrativo, poliédrico, coral como la propia novela. Porque, y vamos con la tercera razón para disfrutar de este libro, la novela recoge un amplio tapiz de personajes, todos con su manera de ser, con un toque personal que les hace únicos. Difícil papeleta, amigos, construir una novela coral en la que se mantenga el equilibrio. Y eso que, paulatinamente, Amalia, una de las vecinas, improvisada y a contravoluntad presidenta de una de la comunidades, se erige, entre el polivalente elenco "interpretativo", en una progresiva protagonista, asumiendo una parte importante de la acción narrativa, y llegando a un clímax que, no por menos esperado, deja de impactar.
Descubrirá el lector (en realidad, confirmará) que el ser humano es complejo, egoísta, solidario, generoso, miserable... la condición humana, que dirían los clásicos, pues de eso se trata al fin y al cabo. Cómo somos los seres humanos, cómo nos enfrentamos a los problemas, a un escollo, a la soledad, a la incomprensión, a la vida, en última instancia. Mucho se puede aprender de una tragedia en el patio escondido de varias comunidades de vecinos: algo bueno, pero especialmente bastante de lo malo. Y no es ésta precisamente una reflexión negativa, pero... ya sabemos cómo es el ser humano. Por otro lado, Galván nos sorprende con un conocimiento prácticamente enciclopédico dee la ley de la propiedad horizontal, de cómo funcionan una comunidad de vecinos, de cómo actuar ante una demanda...
Qué queréis que os diga a estas alturas: conseguid esta novela, disfrutadla, emocionáos con algunas secuencias, reíros con otras, manteneós enganchados a lo que sucede en la mayoría. Y maravilláos por el talento de una autora que, sin hacer ruido pero trabajando poco a poco, consigue crear una personalísima voz narrativa. Probablemente si me pongo a pensar y dejo pasar unos días, le encontraré defectos a la novela, pero hoy no. Hoy sólo me quito el sombrero ante una soberbia primera novela. Y esperando más de esta autora, que ya nos conquistó con "El cuento de otoño", el relato vencedor del III Concurso de Relatos Históricos Hislibris (2011). Y sin necesidad de amiguismos: no los necesita esta autora.
Por último, para la autora, sólo me queda una palabra: ¡gracias!