Es curioso, dos de los recientes estrenos del cine español nos llevan a 1987: Grupo 7, que empieza en esa fecha, y este Madrid, 1987, que significa el retorno de José Sacristán a la gran pantalla desde Roma,
buenísima película hispano-argentina de 2004. Y precisamente Sacristán
lo hace en un rol similar al que desarrolló entonces: un escritor
desencantado, desubicado y que es el testimonio vivo de una época ya
pasada.
David Trueba escribe y dirige una película que parece, huele y sabe a
cine independiente, que resulta minimalista (encerrar a dos actores en
un escenario minúsculo durante tres cuartas partes del metraje), con
apenas medios y con una gran historia. Que en sí pudiera no ser
novedosa: un periodista veterano, Miguel Batalla (Sacristán) se cita con
una estudiante de periodismo (María Valverde) en una cafetería para
hablar de periodismo y literatura, pero la cosa va más allá cuando
Miguel invita a la chica (de la que no sabemos su nombre) a casa de un
amigo. Es el verano de 1987, el inicio de la cultura del pelotazo, la
transición ya puede verse desde la perspectiva que ofrece un hecho
histórico y España apuesta por entrar en el club de los países del
primer mundo con los preparativos de los fastos de 1992. Pero las cosas
se complican para Miguel y la chica cuando se quedan encerrados,
prácticamente desnudos, en un cuarto de baño durante horas y horas... Y
comienza el viaje de esta película: el inetrcambio de impresiones entre
un escritor veterano y la periodista principiante; entre un hombre que
ha estado escribiendo la crónica política y social de los últimos
veinticinco años y la joven que siente el gusanillo de escribir; entre
el hombre maduro que apenas busca ya el cuerpo joven de una mujer, y la
chica que reconoce no estar a la altura de lo que se supone que debe ser
a su edad.