6 de abril de 2012

Reseña de La venganza del emperador, de Gisbert Haefs


Gisbert Haefs ha vuelto. Lo echábamos de menos, la verdad, ya hace tres años y pico desde César. Las cenizas de la República y en cierto modo los seguidores de sus novelas históricas estábamos esperando otar de sus novelas históricas. ¿Y adónde nos llevará ahora, pensábamos? Pues al siglo XVI, al Sacro Imperio Romano Germánico de Carlos V, Martín Lutero, la Reforma protestante, la Guerra de los Campesinos de 1524-1525, los ecos de Pavía y la derrota y captura de Francisco I de Francia, el Sacco de Roma de 1527, el asedio turco de Viena de 1529, la colonización de las Indias Occidentales (la América hispana),… y no es poco. Todo ello con el estilo de Haefs al que ya estamos acostumbrados y una venganza por medio. Porque de eso va la novela, más allá de los acontecimientos y los escenarios históricos. Una venganza, la del joven Jakko Spengler, cuya familia al completo fue asesinada (así como los habitantes de la aldea alemana en que vivían) una noche de 1519. Cuatro hombres, uno de ellos con una mano de hierro, y sólo Jakkom sobrevivió, aunque con el rostro de sus asesinos en la retina. Entrando al servicio de un misterioso mercader y diplomático musulmán, Kassem, que le acogió como a un hijo, y rodeado de dos fieles servidores de éste, Jorgo y Avram, auténticos hermanos, Jakko creció pero nunca olvidó el propósito de su vida: encontrar a cada uno de los asesinos de su familia, vengarse y descubrir quién estaba detrás de todo ello.

En este sentido, pues, estamos ante una novela con ese estilo de Haefs al que ya estamos acostumbrados (y que la traducción de Carlos Fortea refleja bien): diálogos vivaces, un ritmo ágil, personajes que no hablan como si estuvieran en un escenario, y que incluso puede parecer que lo hacen como si no vivieran en el siglo XVI (lo agradezco: acabo por hartarme de novelas trufadas con interminables “vos”, “vuecencias”, “usías” y demás giros culteranos que, a la postre, suenan huecos), descripciones ricas en detalles pero sin necesidad de aburrir (y apabullar) al lector. Haefs nos sumerge en la época, nos sitúa en escenarios sin necesidad de darnos demasiadas lecciones de historia (alguna hay, no obstante: por ejemplo, el sacco de Roma o el asedio turco de Viena). Y es cierto que no estamos ante una novela perfecta, ni de lejos: la trama, la búsqueda de los asesinos, ese particular (y plurinacional) “grupo salvaje”, es precedible en bastantes tramos; la explicación de lo que subyace en el asesinato de la familia de Jakko suena a déjà-vu (el Gran Juego); me sobran los capítulos del viaje de Jakko a Santo Domingo (¿una oportunidad más de Haefs para lucirse con su dominio de la época?). Con todo, el estilo del autor te atrapa desde el principio y, a pesar de que queden flecos sueltos, casi todo se resuelve; lo que se abre en las primeras páginas se cierra en las últimas. Quizá el asunto Kassem quede algo descolgado… pero no os voy a adelantar más.

Por otro lado, es fácil ver esta novela como un engranaje más del imaginario literario de Haefs, de su manera de crear mundos, de acercarse con detalle a diversas grandes épocas, vastos imperios y grandes personajes. Jakko tiene mucho del Tigo de Aníbal, del Tiglath en Troya y del Dimas del díptico alejandrino. El Gran Juego del Imperio de Carlos V evoca el otro Gran Juego de las dos novelas de Alejandro o lo que se cuece en La primera muerte de Marco Aurelio. Mientras en novelas anteriores el personaje histórico real (Alejandro, César, Aníbal) forma una parte esencial de la trama, en este caso Carlos V es apenas un nombre mencionado, pero nunca visto (como Francisco I de Francia). La Venecia de esta novela juega un papel similar a la Cartago del díptico alejandrino, moviendo los hilos en la sombra; y el Mantegna de esta novela a ratos me recuerda el Bagoas alejandrino o el Hannón anibálico.

Me lo he pasado muy bien con esta novela, la he disfrutado mucho. Incluso los defectos acaban por ser peccata minuta. Quizá al final el lector esperaba más de lo que esconde el título de la novela. Pero por el camino, como Jakko buscando a los asesinos de su familia, habrá encontrado viveza, estilo, buen pulso narrativo. Haefs sigue ofreciéndolo. Y no decepciona.

Canciones para el nuevo día (885/113): "Human"

The Pretenders - Human



Disco: Viva el amor (1999)


5 de abril de 2012

Crítica de cine: Grupo 7, de Alberto Rodríguez

Alberto Rodríguez ya es un director español consolidado: tras 7 vírgenes y After, llega Grupo 7, una película que aúna el cine polícíaco con el noir, una pizca de thriller y la crónica social. Y quizá sea ésta su película más madura.

Sevilla, finales de los años 80. La Expo 92 pone la ciudad patas arriba, y no sólo en la Cartuja. El centro de Sevilla es territorio para traficantes de droga y yonquis. No es una buena imagen para la ciudad ante el evento que va a llegar. El Grupo 7, una unidad de la policía, se dedica a limpiar el centro de la ciudad. Un equipo formado por el taciturno Rafael (Antonio de la Torre), el novato pero ambicioso Ángel (Mario Casas), el salao Mateo (Joaquín Núñez) y el arisco Miguel (José Manuel Poga). Policías expeditivos, dispuestos a romper huesos y a conseguir lo que sea para capturar a los camellos de la zona. Y si hay que jugar sucio, se juega sucio. Seguimos, pues, a cuatro hombres, su día a dia, centrándonos especialmente en Rafael (que arrastra una penitencia que no parece tener fin) y el arrogante Ángel, que esconde su diabetes para no parecer menos duro.