Hace dos años Guy Ritchie, el "niño malo" (en realidad, el sucedáneo europeo y barato de Quentin Tarantino) estrenó su particular versión de Sherlock Holmes. Una película estimable, como lo que es, y que en cierto modo reconstruye la figura de Holmes entre una cierta verosimilitud (eso va a gustos) y el patische victoriano (más logrado). La película gustó y tuvo el taquillaje de sobra como para que los productores le dijeran a Ritchie "oye, ya que esto parece que se te da mejor que imitar a Quentin o rodar bodrios con tu ex-pareja Madonna, prepáranos una segunda parte. Y si puede ser, con más acción, un Holmes más canalla, más rollo buddy movie con Watson, intercala a una estrella en alza desde los vientos del norte (Noomi Rapace) y céntrate en ese "Napoleón del crimen" llamado James Moriarty". E voilà!, he aquí el resultado, y más o menos el esquema de esta continuación: Sherlock Holmes. Juego de sombras.