Nota: esta reseña parte de la lectura de la edición en tapa dura del libro, publicado en enero de 2018; apareció reseña en Hislibris en noviembre de ese año. En septiembre de 2022 se publica una edición en rústica.
En su saga de novelas Canción de hielo y fuego (1996–¿?)–posteriormente adaptadas en la serie de televisión Juego de tronos (HBO: 2011-2019)–, George R.R. Martin creó un enorme “Muro”, en el norte del territorio de Poniente (Westeros), de una altura de más de doscientos metros y con una extensión de alrededor de los trescientos kilómetros. La función de este Muro, vigilado y custodiado por los Hermanos de la Espada de la Guardia de la Noche (The Night’s Watch), es establecer una barrera permanente que separe (y proteja) los Siete Reinos de los salvajes del otro lado, así como de los llamados Los Otros (The Others) –los Caminantes Blancos (White Walkers) en la serie televisiva–, figuras humanas que han vuelto de la muerte y que, dirigidos por el Rey de la Noche (Night King), pretenden invadir y destruir Poniente. Pero hace miles de años que Los Otros no han dado señales de “vida” y se les considera en Poniente una antigua leyenda, un cuento con el que asustar a los niños. En la serie de televisión, los Caminantes Blancos aparecen ya en el primer episodio, una velada amenaza de que “llega el Invierno”, el final de una era y la destrucción de la vida humana; a medida que avanzan las temporadas de la serie, los Caminantes Blancos van avanzando, especialmente en las temporadas seis y siete, mientras que desde el Norte se intenta advertir a los demás reinos de que la leyenda es una peligrosísima realidad. Al final de la séptima temporada, el Muro es destruido por los invasores y queda expedito el camino para que Poniente caiga en sus manos. Una batalla final que será el leitmotiv de la esperadísima octava y última temporada, que prevé una alianza de los reyes que disputan el Trono de Hierro (Cersei Lannister, Danerys Targaryen, Jon Nieve) y los Siete Reinos frente a esta amenaza “global”.
Martin, de manera indisimulada y como ha reconocido (del mismo modo que se ha basado en la Guerra de las Dos Rosas en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XV para componer el tablero de juego de su saga, entro otras muchas referencias del período medieval),* se inspira en el Muro de Adriano para recrear el Muro en el extremo norte de Poniente. El muro romano no es tan imponente como el creado por Martin, pero sus dimensiones también impresionan diecinueve siglos después de su construcción: con una extensión 118 kilómetros, recorre el norte de la isla de Gran Bretaña entre el golfo de Solway y el estuario del río Tyne. Una primera sección del muro, al oeste, hasta Bowness-on-Solway, y con una distancia de 46 km, estuvo construida con madera, césped y tierra, y con una muralla de unos 6 metros de ancho. Los 73 kilómetros siguientes se construyeron en piedra y con una anchura de 3 metros. Contaba con unas 15 fortalezas cada 11-12 kilómetros, para albergar guarniciones permanentes; en el lado norte del muro había un foso de unos 10 metros de distancia y un camino militar en el lado sur, al que se añadiría otro foso y unos montículos. Una estructura construida a lo largo de una década (122-132), abandonada temporalmente cuando, a unos 160 kilómetros al norte, Antonino Pío hizo erigir otro muro entre los años 140 y 142 entre el estuario de Forth y el golfo de Clyde, y recuperada tras el abandono de esta segunda muralla en torno al año 162.
*Resulta ineludible mencionar el imprescindible libro de Carolyn Larrington, Winter is Coming. El mundo medieval en Juego de Tronos (Desperta Ferro Ediciones, 2017), en cuya presentación en Barcelona tuve el placer de participar, en junio de 2017.
El Muro de Adriano permanecería entonces como una frontera estable al norte de Britania, separando la provincia romana de las poblaciones de caledonios y pictos. ¿Con qué propósito? Como menciona Adrian Goldsworthy en la introducción de su libro, «el muro de Adriano y todas las instalaciones asociadas al mismo estaban destinados a ayudar al ejército romano en las tareas que tenía asignadas en el norte de Britania. Los soldados no estaban allí para servir al Muro, sino que el Muro estaba allí para servirles a ellos» (p. 20). Como detalla en la parte final del libro, el Muro «no se diseñó para resistir el ataque de un gran ejército hostil, pues era demasiado largo para poder ser defendido con fuerza en cada punto», sino que su intención era «ralentizarlo», pues el enemigo se tomaría su tiempo (y tendría bajas) para encontrar un cruce, y más tiempo aún para superarlo. Este retraso proporcionaría tiempo a los romanos para recuperarse y traer tropas de otros rincones de la provincia –o incluso de otras provincias–, de modo que pudieran tener un contingente lo suficientemente fuerte para derrotar al enemigo en una batalla campal. De este modo, combinando la solidez del Muro con sus tropas, «disuadieron a los atacantes o trataron con ellos de manera efectiva en el terreno» (p. 134). La constante presencia romana en el Muro, con guarniciones permanentes de soldados, muchos de ellos a caballo, la convertirían en una «barrera para un paso no autorizado» (p. 136); de hecho, su fortaleza era tal que «mientras […] estuviera razonablemente guarnecido, sería muy difícil que hubiera incursiones a través de él que tuvieran éxito» (p. 139). Desde el momento en el que, ya en el siglo V, los recursos y sobre todo los hombres dejaran de llegar a Britania para defender sus fronteras septentrionales, el Muro perdería su eficacia, como así fue: el colapso administrativo, financiero y político de la parte occidental del Imperio Romano en la primera mitad del siglo V –cuestión que Goldsworthy consideró clave para entender la “caída” del Imperio, como detalla en su libro La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente (La esfera de los libros, 2009).–, afectó a Britania especialmente, que paulatinamente en el período 410-450 fue abandonada como provincia romana, imposible de defender ante las invasiones de los pueblos anglosajones; y, lógicamente, el Muro, cuya defensa pudo pasar a la población local, iniciándose, sin embargo, un progresivo abandono (y destrucción) en las siguientes décadas y hasta muy avanzado el siglo VI.
A grandes rasgos tenemos en este libro, breve pero muy sustancioso (y que, como reconoce con justicia el autor en unos agradecimientos finales, es la síntesis de las contribuciones de trabajos precedentes de arqueólogos e historiadores especializados en el tema), la historia del Muro de Adriano. Una historia que a su vez es una descripción detallada de sus partes, defensores y de la vida alrededor del mismo, y que cubre el núcleo central del libro (capítulos 5-8). Esta parte central es sin duda la más interesante, pero no lo son menos los primeros cuatro capítulos, que sirven de extensa introducción y contextualización del Muro: la conquista romana de Britania (“última avanzadilla del Imperio”) en sus diversas fases, el papel de Adriano como primer “diseñador” del Muro, las campañas de Antonino Pío a Septimio Severo, y el período hasta mediados del siglo IV.
En los capítulos centrales Goldsworthy disecciona el Muro (capítulo 5), sus partes y construcciones, y establece las sinergias entre los habitantes de los alrededores (y los pueblos que pudieron crearse a su alrededor) y los soldados acantonados (capítulo 6), de modo que observamos de cerca cómo era la vida en la frontera, sin ser el Muro de Adriano una frontera tan “permeable” como pudo ser la línea Rin-Danubio, aspecto que el autor trata con detalle en un capítulo de Pax Romana. Guerra, paz y conquista en el mundo romano (La esfera de los libros, 2017). En el capítulo 7, quizá el más descriptivo pero no por ello menos estimulante, se describe la vida del soldado en el Muro y sus fortalezas, con especial incidencia en fuentes de la época que detallan las instalaciones, la alimentación, las relaciones con la población local y los posibles matrimonios de los soldados, la vestimenta y los cultos religiosos; un capítulo que recuerda, por sus contenidos, el titulado “Una vida en armas” en Los olvidados de Roma. Prostitutas, forajidos, esclavos, gladiadores y gente corriente de Robert C. Knapp (Ariel, 2011). El octavo capítulo, y como ya entrecomillamos antes, supone el aporte interpretativo del volumen alrededor de la función del Muro a partir de las evidencias (arqueológicas y textuales) de que disponemos, mientras que el capítulo 9 nos traslada al período de crisis de finales del siglo IV a mediados del V, el abandono de Britania y el declive del Muro (y su recuerdo en la posteridad). En su globalidad, el libro nos traslada a la vida de frontera de los soldados romanos en los siglos II-IV, grosso modo, y a las construcciones que llevaban aparejadas el diseño de una estructura fronteriza estable y con voluntad de perdurar.
Especialmente interesante es el capítulo 10, a modo de breve guía para el visitante que quiera conocer in situ lo que queda del Muro de Adriano y algunas de las reconstrucciones que se han realizado (siguiendo las evidencias arqueológicas). Unas sugerencias bibliográficas, suficientes para seguir tirando del hilo cierran un volumen que tiene en el aparato visual, entre fotografías aéreas y de secciones del Muro, así como algunas reconstrucciones muy sugerentes, otro aliciente esencial para tener muy en cuenta este volumen. Un libro concebido para un público amplio (y en una colección sobre temas cruciales de la historia de la civilización) y con el estilo asequible de Goldsworthy, marca personal y que ha logrado que sea uno de los historiadores romanos más populares entre los aficionados al mundo romano.
El resultado es un valioso libro, de lectura cómoda y apasionante sobre uno de los vestigios que nos quedan del mundo romano, comparable a la Gran Muralla china por su función. Un libro que, además, cubre en inglés lo que aún es un vacío en el mercado editorial en castellano, pues hasta ahora no hay una obra específica sobre el tema en español, al menos en ensayo histórico (dejaremos la novela histórica al margen). Y que, a modo de sugerencia, podría complementarse con la publicación de una obra, también breve, sobre el otro Muro, el de Antonino: The Antonine Wall. A Handbook to Scotland’s Roman Frontier de Anne S. Robertson, edición revisada por Lawrence Keppie (Glasgow Archaeological Society, 2015), otro indispensable estudio-guía de la frontera septentrional romana en Gran Bretaña. El análisis de Goldsworthy se combina con un aparato visual muy sugerente, y una eventual traducción castellana supondría un importante aporte sobre los estudios de la frontera romana, en este caso en Britania.
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