Con Mapas del tiempo: introducción a la «Gran Historia» (Crítica, 2005, 2010), David Christian presentó una gran obra sobre esta corriente historiográfica y un «viaje» por la historia del Universo desde el Big Bang, hace unos 13.820 millones de años y hasta la actualidad. Una versión actualizada, y reducida, La gran historia de todo. Desde el Big Bang a las primeras estrellas, nuestro sistema solar, la vida en la Tierra, los dinosaurios, el Homo sapiens, la agricultura, la Edad de Hielo, los imperios, los combustibles fósiles, el alunizaje y la globalización masiva. Y lo que el futuro nos depara… (Critica, 2019, 2021), acercaba al lector a la evolución del Universo y la vida en una serie de «umbrales» que eran decisivos para observar los cambios; se ofrece, además, en este volumen un cuadro «cronológico» muy útil para comprender los grandes (inmensos) períodos de tiempo (véase el cuadro) prácticamente inconcebibles para el cerebro humano, y que los paleontólogos etiquetan en grandes períodos. Pero, tampoco se preocupe demasiado el lector al leer esta reseña: cada capítulo consta de un cuadro lo suficientemente pormenorizado de la "cronología" de los principales "hechos" tratados en el mismo.
Nótese que en el cuadro del libro de Christian hay dos últimas «etapas», a llegar en un futuro «muy muy lejano». Sobre ello también incide Henry Gee en su libro Una (muy) breve historia de la vida en la Tierra: 4600 millones de años en solo 12 capítulos (Indicios Editores, 2022) hacia el final del capítulo 12, “El pasado del futuro”, cuando «anticipa» que dentro de unos 250 millones de años los continentes de la Tierra volverán a converger en un súper continente, como Rodinia que se fracturó hace unos 825 millones de años o, después, Pangea hace unos 330 millones de años; será un escenario con muy pocas señales de vida sobre la tierra y con una vida más simple en el mar, concentrada en las profundidades marinas. Obviamente, será un escenario sin animales como los conocemos actualmente y, desde luego, sin seres humanos, pues las temperaturas en la superficie terrestre serán insoportables para que haya nada vivo que no sean bacterias u hongos. Ese súper continente, dentro de unos 800 millones de años, será el más grande jamás existido y el último; y sin vida, ni siquiera en el fondo del mar. «Dentro de unos mil millones de años, la vida en la Tierra, que tan hábilmente ha convertido cada desafío a su existencia en una oportunidad para florecer, finalmente, habrá expirado» (p. 182). Se habrá cerrado «una» historia de la vida, ¿empezará otra de otra manera?
Henry Gee (n. 1962), editor de la revista científica Nature durante teres décadas, nos ofrece una «breve» pero muy completa historia de la vida en la Tierra, desde que hace unos 4.600 millones de años se formó el planeta, una bola de hielo y fuego, que, con la concentración del oxígeno en la atmósfera a un 2%, hace unos 2.100 millones de años, pondría las bases para un primer ecosistema, aún no respirable para todos los seres vivos, excepto las bacterias, la primera forma de vida. Las células eucariotas emergieron entre hace 1.850 y 850 millones de años, y comenzó el ciclo de la vida multicelular hace unos 1.200 millones de años: los primeros hongos, hace unos 900 millones de años (todo aproximadamente, claro está). Para entonces surgió el súper continente Rodinia y el inicio de una serie de edades de hielo que cubrieron la Tierra de hielo de manera periódica. «Porque si la vida en la Tierra se forjó en el fuego, se endureció en el hielo» (p. 21).
«¿Cuál será entonces el legado humano? Si se compara con la duración de la vida en la Tierra: nada. Toda la historia humana, tan intensa y tan breve, todas las guerras, toda la literatura, todos los príncipes y dictadores en sus palacios, toda las alegrías, todos los sufrimientos, todos los amores, los sueños y los logros no dejarán más que una capa de milímetros de espesor en alguna futura roca sedimentaria hasta que esta también se erosione, se convierta polvo y llegue a descansar en el fondo del océano.
De alguna manera, sin embargo, esto hace que sea aún más significativo, más importante que tratemos de preservar lo que tenemos, para hacer que nuestra existencia de libélula sea lo más cómoda posible, para nosotros mismos y para nuestras especies compañeras» (p. 188; la cursiva en el original).
Una estimulante conclusión tras 11 capítulos sobre la historia de la vida en la Tierra, desde hace unos mil millones y hasta los próximos mil millones, aproximadamente.
Este es un sustancioso volumen, con una cierta sensación de especulación para el lector profano en la materia en la primera mitad (básicamente hasta los dinosaurios), pero que se sostiene en un aparato crítico con extensas notas que es una pena que se ubiquen, como ya es habitual, al final del texto, pues se invisibiliza su solidez. Es un texto amenísimo y que, sin renunciar al rigor académico, o de la altísima divulgación con el que se envuelve el volumen, consigue hacer comprensible un relato sobre la historia de la vida, con especial incidencia en el último tercio de la especie humana; y no es nada fácil: no sorprende por ello la afirmación del autor, en la nota de agradecimientos final, de que no quisiera escribir otro libro tres su anterior obra, Across the Bridge (2018). El texto, a pesar de la especialización en nomenclatura científica que a menudo salpica el volumen, fluye muy bien y el relato del autor, junto con el análisis de las causas de la extinción de unas especies y el surgimiento de otras (hasta llegar a los mamíferos y, de ahí, a nosotros, seres humanos), deja al lector con más ganas de indagar en el tema.
Y uno de los motivos de por qué ese relato llega tan bien a un lector no necesariamente especializado, pero sí curioso (¿a quién no le llaman la atención los trilobites, el origen de los vertebrados o, por supuesto, los dinosaurios?), es el estilo a menudo desenfadado del autor, con comparaciones muy ocurrentes. Pongamos algún ejemplo en su inglés original para conservar la gracia, y su correspondiente traducción:
Dinosaurs took up the middle seats in the Triassic reptilian orchestra, behind the star soloists, and stayed there for thirty million years.
(«Los dinosaurios ocuparon los asientos centrales de la orquesta de reptiles del Triásico, detrás de los solistas estrellas y permanecieron allí durante 30 millones de años»; p. 86).
O esta otra:
So, by the time the dinosaurs finally died out, the mammals were ready, honed by a million years of evolution. They burst forth like a well-aged champagne, shaken beforehand, and inexpertly uncorked.
(«Así que, cuando los dinosaurios se extinguieron los mamíferos ya estaban listos, perfeccionados por un millón de años de evolución. Estallaron como el tapón de un chamán bien envejecido, agitado de antemano y descorchado de forma inexperta»; p. 118).
O también:
In general, animals with a leg at each corner are like workhorse cargo planes, which, when pointed in the right direction, keep gamely flying along. Human beings, without such aids, are, like fighter jets – almost preternaturally manoeuvrable, at the cost of stability – only the very best pilots get to fly the fastest jets. Like the dinosaurs, hominins not only walked – they danced, they strutted, they pivoted and they pirouetted.
(«En general, los animales con una pata en cada esquina son como los aviones de carga, los que, cuando se apuntan en la dirección correcta, continúan volando establemente. Los seres humanos, sin esas ayudas, son como los aviones de combate, con una maniobrabilidad casi preternatural, a costa de la estabilidad: solo los mejores pilotos consiguen pilotar los aviones más rápidos. Los homínidos caminaban, como los dinosaurios, pero también bailaban, se pavoneaban, giraban y hacían piruetas»; p. 128).
Y, sin duda, mi favorita:
All happy, thriving species are the same. Each species facing extinction does so in its own way.
(«Todas las especies felices y prósperas son iguales. Cada especie que se enfrenta a la extinción lo hace a su manera»; p. 165).
Y que remite en su nota:
I call this ‘The Karenina Principle’. You’re welcome.
(«Yo lo llamo 'El principio de Karenina'. De nada»; p. 245)
Aquí ya solté la carcajada.
El resultado es un libro francamente estimulante, de lectura fluida y con una pléyade de notas (casi 400) que amplían y documentan en detalle el trabajo del autor. Se sugieren algunos libros a modo de bibliografía recomendada, comentados brevemente por el propio autor: por ejemplo (ponemos las ediciones traducidas), Steve Brusatte, Auge y caída de los dinosaurios: La nueva historia de un mundo perdido (Debate, 2019); Henry Gee y Luis V. Rey, Dinosaurios; guía de campo (Océano Ámbar, 2003); Nick Lane, La cuestión vital: ¿por qué la vida es cómo es? (Ariel, 2016); Daniel E. Lieberman, La historia del cuerpo humano. Evolución, salud y enfermedad (Pasado y Presente, 2014): Neil Shubin, Tu pez interior: 3.500 millones de años de historia del cuerpo humano (Capitán Swing, 2015); Edwad O. Wilson, La conquista social de la Tierra: ¿de dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? (Debate, 2102; DeBolsillo, 2020).
El libro de Gee, todo un especialista, vendría a completar, con su estilo, otras respuestas a la historia (y quizá el sentido) de la vida y todo lo demás, como ya plantearon anteriormente Cynthia Stokes Brown con Gran Historia: del Big Bang a nuestros días (Alba Editorial, 2009), Frank Spier con El lugar del hombre en el cosmos. La Gran Historia y el futuro de la humanidad (Crítica, 2011; no estaría de más, quizá, publicar la segunda edición publicada por el autor en 2015, Big History and the Future of Humanity (Wiley-Blackwell), Peter N. Stearns con Una nueva historia para un mundo global. Introducción a la "World History" (Crítica, 2012), José Enrique Campillo Álvarez, Homo climaticus. El clima nos hizo humanos (Crítica, 2018) o el y clásico volumen de John R. McNeill y William H. McNeill, Las redes humanas. Una historia global del mundo (Crítica, 2003; ed. de bolsillo, 2010).
Que no falten lecturas tan estimulantes como la que nos ofrece Henry Gee con este delicioso volumen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario