Nota: esta reseña parte de la lectura del original, The Catalogue of Shipwrecked Books. Young Columbus and the Quest for a Universal Library (William Collins, 2018).
En el epílogo de este libro, Edward Wilson-Lee “convierte” a Hernando Colón en un “precursor” de Google Books (se podría añadir también que de Internet Archive) por la labor que hizo el hijo del Almirante con la biblioteca que acumuló y creó en su casa en Sevilla: organizar la gran Biblioteca Universal, el receptáculo de todos los saberes del mundo, en sus diversas lenguas y creencias religiosas. Por desgracia, la mayor parte de esa biblioteca –que llegó a acumular entre 15.000 y 20.000 volúmenes y se convirtió en una de las más grandes, si no la más grande, en el primer tercio del siglo XVI– se perdió en los decenios y siglos posteriores a la muerte de Hernando en 1539, ya fuera por catástrofes naturales (inundaciones), por la venta de parte de sus activos o por la negligencia de los herederos de Colón. Sea como fuere, de esa riquísima biblioteca, que no sólo incluía libros sino también imágenes y partituras musicales impresas, apenas se conservan algo menos de 4.000 volúmenes [es la cifra que proporciona el autor] en la Catedral de Sevilla, que es donde actualmente está ubicada; se perdió para siempre la colección de imágenes que Hernando persiguió por talleres impresores, así como el legado que recibiera de su padre, el Almirante: los cuadernos de bitácora originales de sus viajes, de los que hoy quedan copias gracias a transcripciones posteriores –de Bartolomé de las Casas, por ejemplo–. También desaparecieron, si no se perdieron, las páginas del Libro de los Epítomes, la obra que debía ser síntesis y a la vez punto de partida para elaborar una gran obra de síntesis a modo de los modernos abstracts: un resumen sobre lo esencial de un libro para que el lector se haga una idea del mismo y decida si continúa con la lectura completa o queda satisfecho con ello; y también repertorios bibliográficos y registros para clasificar los libros según una sistematización que sería la base de sistemas de catalogación bibliográfico posteriores (y actuales), como el CDU o el Thesaurus.
El título que pone Wilson-Lee a su obra se refiere en esencia uno de los registros que Hernando elaboró para tomar constancia escrita de los 1.674 libros adquiridos en Venecia y que, en viaje por mar a Sevilla, se perdieron al naufragar el barco que los llevaba en 1522. Este “memorial”, como se define en la Biblioteca Colombina –o Hernandina, así mencionada el propio Hernando en su testamento– “de los libros naufragados” aparentemente es una anécdota en el libro, y se menciona casi de pasada aun siendo un hecho de enorme trascendencia para la biblioteca que estaba forjando el hijo del Almirante desde unos trece años atrás, a su regreso de un segundo viaje a las Indias (su primer viaje fue con su padre, el cuarto que realizó Colón entre 1502 y 1504). La pérdida de esos 1.674 libros fue pronto resarcida, en cuanto al número, por otros muchos libros que Hernando consiguió por toda Europa, pero supuso también un mazazo personal para él, al mismo tiempo que un estímulo que llevaría a la elaboración de un catálogo bibliográfico que no sería meramente una lista alfabética de autores, sino algo enteramente nuevo:
«Era un especie de registro, aproximadamente siguiendo el orden de la adquisición, en el que comenzó a asignar a cada volumen un número identificador y a realizar notas sobre cada pieza única en una minuta pormenorizada, consignando también el autor y el título, detalles sobre las primeras líneas de cada libro, el lugar de impresión y dónde se había comprado y cuánto se había pagado por él» (p. 236 de la edición original; traducción propia).
Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal (Ariel, 2019) es un libro fascinante que trasciende meras etiquetas. Es una biografía de Hernando Colón (1488-1539) y, en cierto modo, también de su padre el marino y almirante genovés Cristóbal Colón (c. 1451-1506): de los orígenes familiares, de los empeños colombinos por encontrar una Corte que patrocinase sus viajes de exploración, de los beneficios que logró y las penas que padeció para defender una idea –que el Nuevo Mundo descubierto no eran las Indias, sino un continente “nuevo”– y de su final. Es la historia de la vida de Hernando, como decíamos, desde su infancia y crianza en la Corte de los Reyes Católicos, como paje del infante don Juan, mientras su padre realizaba su segundo y tercer viajes; la relación con su padre y hermano Diego, y su propia condición de hijo ilegítimo en un tiempo en el que el “honor” familiar era muy importante; sus viajes a América en la primera década del siglo XVI y, ya muerto el padre, los suyos propios por toda Europa, en ocasiones al servicio de la Corona castellana y después española con Carlos I. Viajes como cosmógrafo y piloto marino, pero sobre todo como bibliófilo que rastreó diversas ciudades y talleres de impresores en busca de libros: en Roma, Venecia, Núremberg, Basilea, Londres, Amberes, París, etc. Viajes que durante treinta años forjaron la gran biblioteca establecida desde 1526 en su casa de la Puerta de los Goles, en Sevilla.
Pero no es sólo un libro sobre la vida y los viajes de Hernando Colón, que ya de por sí suponen un aliciente para el lector, pues de la mano de Hernando y con la pluma de Wilson-Lee “viajamos” por toda Europa y nos hacemos una idea de la diversidad cultural que suponía lo que comúnmente llamamos “Renacimiento”. Es una mirada amplia y fascinante: de la corte papal en Roma (para representar a su hermano Diego en un pleito canónico contra su amante Isabel de Gamboa en lo que pudiera ser un caso de bigamia, estando casado con la sobrina del duque de Alba), a los talleres de impresores venecianos (en la senda de los de Aldo Manuzio), para captar así mismo como era la vida en la Ciudad Eterna con Julio II o la elección de un nuevo dogo en Venecia; así como los viajes por el sur de Alemania, en el Núremberg de Durero, en la Basilea suiza o en las ciudades de los Países Bajos, donde Hernando conoció y estableció una cierta afinidad (los libros de por medio) con Erasmo de Rotterdam. Ya al servicio de Carlos I, que heredó los reinos hispanos de su abuelo Fernando el Católico y, al mismo tiempo, el buen ojo para captar las aptitudes excepcionales de Hernando, éste viajaría por diversos rincones europeos y se convertiría en una de las figuras más respetadas en cuanto a cosmografía, lo cual le valdría ser la figura principal para negociar con los portugueses, a mediados de la década de 1520, los límites de las por entonces vetustas Bulas Alejandrinas y el Tratado de Tordesillas de 1494. ¿Dónde se establecía finalmente la línea de separación entre lo que “pertenecía” a España y lo que caía bajo “jurisdicción” portuguesa? Wilson-Lee detalla todos estos escenarios y situaciones, además de la inestable situación en cuanto a los derechos de la familia Colón por el gobierno del Nuevo Mundo, las pensiones a recibir por la Corona e incluso los títulos que correspondían por las Capitulaciones de Santa Fe de 1492. De hecho, se trata de las cuitas de Hernando por defender y mantener el legado de su padre, el Almirante, y que la Corona aceptó y retiró en varios momentos.
No es sólo un libro sobre esta Europa del Renacimiento, a nivel de grandes ciudades y círculos culturales, la que propone Edward Wilson-Lee; también lo es de un cierto caldo de cultivo religioso, de raigambre escatológica, que Cristóbal Colón cultivó en el Libro de las Profecías, en el que pudo contar con la ayuda literaria de un jovencísimo Hernando. Un libro, del que se conserva el manuscrito original en la Biblioteca Colombina de la Catedral de Sevilla, en el que Colón vincula sus viajes a las Indias y el descubrimiento de tales territorios con una profecía bíblica sobre el fin de los tiempos y un medio para el que los Reyes Católicos reconquistasen Jerusalén. Una visión de un mundo nuevo predestinado y de una preeminencia de los reyes españoles, si sabían aprovecharla. Wilson-Lee detalla este libro colombino y cómo, quizá de su colaboración como amanuense, Hernando “descubrió” su propia pasión por los libros y en cómo empezó a recopilar obras que, paulatinamente, dejaron atrás el ámbito religioso.
Sala de la Biblioteca Colombina de Sevilla. Fotografía de Luis Serrano. Cabildo de la Catedral de Sevilla. |
El análisis del Libro de las Profecías por parte del autor se repetirá en otras obras, ya de autoría hernandina, como la Descripción y cosmografía de España: proyecto científico que trataba, a modo de relación geográfica, de «hazer la cosmografía de España y en ella escribir todas las particularidades y cosas memorables que hay en ella», en palabras de su colaborador Juan Pérez, y que, aunque frustrado por falta de presupuesto y participación institucional, se anticipó e incluso dio idea para las Relaciones topográficas de los pueblos de España, hechas de orden de Felipe II en la década de 1560. Ya hemos mencionado anteriormente el Libro de los Epítomes y los repertorios bibliográficos, a los que cabe añadir el Libro de las Materias, y no puede faltar tampoco la Historia del Almirante o biografía que Hernando escribió sobre su padre y recopilación de sus viajes; una obra que plantea dudas sobre su veracidad y fiabilidad en cuanto a los datos que posiblemente Hernando inventara o tergiversara de los años iniciales de su padre, y que no encubre una intención de desacreditar a cronistas “oficiales” como Gonzalo Fernández de Oviedo o el recuerdo de los hermanos Pinzón, que viajaron con Cristóbal en el primer viaje de 1492 y que, en un pleito posterior que Hernando debió lidiar con sus descendientes, reivindicaron el co-descubrimiento de América.
Biografía, viajes al Nuevo Mundo, náutica y cosmografía (algunos avances técnicos procedieron de los dos primeros viajes que realizó Hernando a América), geografía y bibliofilia, sobre todo bibliofilia y bibliotecas… este libro se nutre de un saber polímata en relación a la figura de Hernando Colón, y todo ello resulta de un enorme interés. El estilo de Wilson-Lee es ameno y ágil incluso en aspectos más, a priori, tediosos, como los relacionados con la visión escatológica de Cristóbal Colón en el Libro de las Profecías. Resulta fascinante (es quizá el adjetivo que mejor define la lectura de este libro) la manera en que el autor vincula la pasión de Hernando por los libros con una panorámica de la cultura (no solamente) bibliográfica de varias ciudades europeas; el buen ojo clínico para describir las ciudades que Hernando visita en busca de libros; el detallismo en el análisis de las obras de Hernando, de sus relaciones geográficas a los repertorios bibliográficos; la pasión que se percibe en el personaje y en el empeño que pone en todo aquello que le interesaba… o incluso lo que no le interesaba tanto y se le encargaba desde la Corte.
Ruta de los viajes de Hernando Colón por Europa entre 1529 y 1531. Página 13 de la edición castellana. |
Este es un libro singular y valioso, por todo ello: por la manera en la que, a modo de un genio del Renacimiento (y nunca mejor dicho), recopila saberes e intereses de una época. Wilson-Lee casi sitúa al lector en esos escenarios y hace las labores de un cicerone. El libro también destaca por el entorno familiar de Hernando Colón: su padre, el recuerdo de una madre, su hermano Diego (y las complicaciones tanto personales como de gobierno en las Indias que le rodearon): el legado de una familia que Hernando defendió con la misma energía con la que se dedicó a sus intereses bibliográficos y científicos. Y, aun así, es curioso que del libro queda en modo difuso la propia esfera personal de Hernando: no se le conocen apenas relaciones personales afectivas, ningún amorío. Del libro queda la imagen de un Hernando Colón volcado al cien por cien en sus pasiones por todo aquello que forma la “obra” de un hombre, no quedando apenas nada para la “vida personal”. Quizá por ello las páginas que ha escrito Edwared Wilson-Lee sean tan interesantes: porque “vida” de Hernando Colón hay mucha, tanto como la ciencia y la bibliofilia que le acompañaron siempre; y, sin embargo, queda un aura de misterio en lo que atañe a lo más mundano y cotidiano. Y ese es un aliciente especialmente destacable en este libro: lo que no se cuenta, lo que queda en el tintero, quizá porque no existió o porque no fue de interés para el personaje biografiado.
Para concluir, estamos ante un libro apasionante, mezcla de muchos géneros, bien combinados y con una buena mano en la escritura: se podría decir que la carne de este plato es sabrosa y además está bien condimentada. Un libro que ofrece una (repetimos otra vez el adjetivo) fascinante panorámica de Europa en el medio siglo de vida de Hernando Colón: de los primeros viajes colombinos a la época de la Reforma luterana (que aparece de soslayo), de la Corte itinerante de los Reyes Católicos a la política imperial de Carlos V; de las ciudades que vieron salir a los navegantes hacia el Nuevo Mundo, y las que construyeron en éste, a la Roma de los papas que se encuentra con su pasado clásico, la Venecia de los impresores o las ciudades de los Países Bajos y Alemania antes y después de Lutero. Un libro de viajes y de libros de viajes: un libro sobre libros. Un libro sobre Hernando Colón (¡qué personaje!), quien, a su manera muy personal, encarnó las inquietudes, diversidades y contradicciones culturales, científicas y religiosas de la Europa del primer tercio del siglo XVI.
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