Sobre Felipe V, antes, durante y después del III Centenario de la llegada de los Borbones al trono de España, conmemorado con todo lujo de boatos y congresos, se ha escrito mucho, y no menos sobre la Guerra de Sucesión de España (1702-1714) en los últimos años (al margen de polémicas y controversias más o menos "historiográficas"). Desde que Philippe Erlanger (1903-1987) publicara este libro –edición original, Philippe V d'Espagne: un roi baroque esclave des femmes (Perrin, 1978; la edición que consta en los créditos de la traducción española, Philippe V d’Espagne, 2000, debe de ser una reedición)– ha llovido mucho, historiográficamente hablando (la edición castellana es de Ariel, 2003, en una colección de biografías nada desdeñable). Tanto, de hecho, que la valoración de este libro, dentro del panorama de estudios sobre el monarca español, puede caer fácilmente en la etiqueta “superado”. Pero es que, y hay que decirlo de entrada, este libro juega en otra liga, dentro del mismo deporte. Fundamentalmente porque Erlanger no fue un historiador académico, y menos en clave actual,
sino un alto funcionario, escritor y periodista, autor de algunas
biografías escritas a partir de memorias y correspondencia, y con un estilo netamente
évènementielle. Y es importante incidir en ello para comprender el
estilo de Erlanger en este libro.
A nivel de contenidos, se percibe claramente que la “visión francesa” de los acontecimientos que rodean la biografía de Felipe V y su reinado en España, especialmente durante la Guerra de Sucesión española, es la que predomina en este libro, sin que por ello tengamos que hablar de un libro escorado hacia los franceses... necesariamente. Con ello queremos decir que el volumen, escrito con un tono tremendamente ameno, socarrón e irónico, nos permite conocer los intríngulis de las cortes de Luis XIV y Felipe V, del mundo nobiliario y de las élites del poder en Versalles y Madrid, a partir de numerosas referencias a correspondencia entre ambos centros (sin olvidarnos del Londres de Guillermo III de Orange y Ana I Estuardo o el Turín de la casa de Saboya, con la Viena de los Habsburgo de refilón); y con personajes singulares como la princesa de los Ursinos (¡personajazo!), los ministros Amelot y Orry, los embajadores de varios países, intrigantes de todo tipo y, muy de pasada, el pueblo español que jalea a Felipe V y especialmente a su primera esposa, María Luisa de Saboya. Son, pues, muchos personajes, muchos los puntos de vista y las pullas y dimes y diretes, que jalonan este volumen.
Miguel Jacinto Menéndez, María Luisa Gabriela de Saboya, c.1712, Museo Cerralbo, Madrid. |
De este modo, estamos ante un libro muy “francés” en su estilo y elaboración, con un punto de vista también “francés” que le lleva a considerar “Estados” a las Cortes catalanas y aragonesas,* de manera impropia, como si se tratara de los États de Pays de la época en Francia. O repetir a menudo que la España del último Habsburgo y la que se encontraron Felipe V y sus ministros era pasto de un atraso endémico: “España vivía como una dama noble, es decir sin trabajar y menospreciando el comercio. De modo que no tenía ni fábricas ni productos capaces de crear riqueza. Ningún navío tampoco cuando, en realidad, el mar le era indispensable”, en la p. 22; o “este reino, o mejor dicho esos veintitrés reinos sin finanzas, sin flota, sin ejército, sin industria” en la p. 23, y que puede resultar chocante si uno espera una biografía histórica convencional. Pero es que no lo es (no se rasgue el lector hispano las vestiduras, no se "ofenda"), sino que, como se irá entendiendo a lo largo de la lectura, ello forma parte del estilo "literario" que el autor imprime a su texto, y que no es el propio de un histroiador (algo que no es, insistimos). Como otros autores, de Lytton Strachey a André Maurois, Erlanger está mucho más interesado en "escribir" que en "historiar", y es un matiz que el lector debe tener claro desde el principio para ahorrarse disgustos innecesarios... y apreciar el libro que tiene en sus manos y, desde luego, disfrutarlo.
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* Hacemos un inciso. Es cierto que hay "errores" que llaman la atención, como cuando se afirma que Velázquez pintó
a Carlos II, “la espantosa imagen de su degeneración, su rostro
extraordinariamente estrecho y largo con unos rasgos desproporcionados”
(p. 19), algo imposible, pues el pintor sevillano murió antes de que
naciera el último de los Habsburgo españoles; o cuando escribe
“Jacobo tenía entonces cincuenta y aun años y padecía una grave
enfermedad”: se trata de Guillermo III 1650-1702, rey de Inglaterra y
Escocia desde 1689), en la p. 63. ¿Un lapsus del traductor, quizá? Probablemente. La
nómina de "errores" se repite al decir, en la página 9, que, en el marco
de la Guerra de Sucesión española, “los reinos de Valencia, Murcia y
Alicante se dejaron conquistar de buen grado” por los austracistas;
Alicante no era un reino en el marco de la Corona de Aragón. Errores de
transcripción del traductor como “Tulón”, en vez de Tolón o Toulon, en
la p. 124. En la p. 224 se habla del titular del ducado de la Toscana de
manera incompleta: “gran duquesa de Toscana porque Médicis, tío suyo,
que reinaba en Florencia, no lograba tampoco tener descendencia”; debe
de referirse a Juan Gastón de Médicis, último gran duque.
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Louis-Michel van Loo, Isabel de Farnesio c. 1739, Museo del Prado, Madrid. |
Y con todo esto dicho, podemos decir que estamos ante un libro que, si se me permite la ya trillada expresión, se lee, se devora más bien, como si de un Juego de Tronos se tratara o como la también serie Versalles (Canal+, 2016-2018); de hecho, y al margen de lo tremendamente adictiva que es la serie de Martin, la ficción sobre Luis XIV y su corte es quizá el mejor ejemplo que podamos poner: una trama adictiva sobre conjuras y ambiciones palaciegas, y en las que a menudo hay que dejar a un lado lo que sabemos de la Historia real si queremos disfrutar de la serie. Con el libro de Erlanger sucede prácticamente lo mismo. El relato de las intrigas palaciegas desde que Felipe V llega a recoger el trono de España y que le acompañan toda su vida, así como el de la corte de Versalles, es apasionante, lo mejor del libro. El autor desarrolla la biografía del primer Borbón español a partir de sus dos matrimonios, primero con María Luisa de Saboya, con la que se casó en 1701 y que falleció en 1714, y a continuación con Isabel de Farnesio, con quien se casó apenas viudo y con quien viviría el resto de su vida, hasta 1746 (la reina italiana viviría hasta 1766), y como dependió de ambas mujeres en su día a día (es la "tesis" de fondo), hasta el punto de justificarse el título, sin duda novelesco, de este libro. Con María Luisa Felipe mantuvo una relación pasional (a pesar de la mojigatería y las fuertes, excesivas de hecho, convicciones católicas del monarca (apenas le enseñaron mucho más en Versalles); con Isabel, el rey asumió un rol más dependiente de su esposa, sumiso, y con arrebatos de inestabilidad psíquica cada vez más agudizados y que le mantenían aparte de los asuntos de gobierno.
El libro, aprovechando a fondo las fuentes de época y la correspondencia del período de la Guerra de Sucesión, está claramente descompensado: más extenso y detallista en la primera parte, la de María Luisa de Saboya, que una segunda, en la que además se incide mucho más en los cinco años posteriores a la Guerra de Sucesión que en los últimos veinticinco del reinado de Felipe V. Cierto es que, con Luis XIV de personaje secundario casi protagonista y la no menos “estelar” presencia de la intrigante por naturaleza princesa de Ursinos, la primera parte del libro resulta muy atractiva y gana mucho (lo dicho, el “juego de tronos”). En la segunda, se focaliza la atención en el empeño de la Farnesio por buscar unas coronas para sus hijos (esencialmente, Carlos, futuro Carlos III, y Felipe), así como de casar a sus hijas con soberanos, como el proyecto frustrado de casar a Mariana Victoria con Luis XV de Francia, ahondando en ese progresivo deterioro mental de Felipe V.
El libro, aprovechando a fondo las fuentes de época y la correspondencia del período de la Guerra de Sucesión, está claramente descompensado: más extenso y detallista en la primera parte, la de María Luisa de Saboya, que una segunda, en la que además se incide mucho más en los cinco años posteriores a la Guerra de Sucesión que en los últimos veinticinco del reinado de Felipe V. Cierto es que, con Luis XIV de personaje secundario casi protagonista y la no menos “estelar” presencia de la intrigante por naturaleza princesa de Ursinos, la primera parte del libro resulta muy atractiva y gana mucho (lo dicho, el “juego de tronos”). En la segunda, se focaliza la atención en el empeño de la Farnesio por buscar unas coronas para sus hijos (esencialmente, Carlos, futuro Carlos III, y Felipe), así como de casar a sus hijas con soberanos, como el proyecto frustrado de casar a Mariana Victoria con Luis XV de Francia, ahondando en ese progresivo deterioro mental de Felipe V.
El rey en La familia de Felipe V, de Louis-Michel van Loo, c. 1743, Museo del Prado, Madrid. |
Erlanger (de)muestra brío en la narración –nunca mejor dicho lo de “narración”– y logra mantener al lector “enganchado” a las historias de intrigas cortesanas, el desarrollo de la Guerra de Sucesión (en España y en Europa), los envites del abate y después cardenal Alberoni por devolver la “grandeza” a España tras este conflicto, o las obsesiones diplomáticas de la Farnesio, moviendo los hilos con tal de que sus hijos logren coronas, ya sea en Nápoles o Parma. Un estilo novelesco, pero con un toque muy particular por parte del autor, que se empapa bien de la época, pero que tampoco pretende elaborar un ensayo histórico al uso: hay mucho de colección de semblanzas en este libro, mucha descripción de las ambiciones personales, dentro y fuera de España; a destacar, por ejemplo, el seguimiento que Erlanger hace de Felipe, duque de Orléans, sobrino de Luis XIV, y que, ambicionando la corona, se hizo cargo de al regencia del pequeño Luis XV, último descendiente directo del Rey Sol... al margen de Felipe V, que no se quiso desprender del todo de sus derechos a la corona francesa, renunciando incluso a la española si fuere el caso y en un cambalache a nivel europeo de coronas como lo fueron los rumoreados repartos de la herencia de Carlos II a finales del siglo XVII. La sucesión de semblanzas es, pues, un aliciente en este libro: un recurso literario que, bebiendo mucho de la correspondencia de época y de la rumorología en ambas cortes, francesa y española, aporta jugosísimos detalles de la "cultura" cortesana de este período. Semblanzas que no se limitan a reyes (y reinas) y nobles, sino también a ministros como Patiño, aventureros como el barón de Ripperdá o el cardenal francés Fleury, mentor de Luis XV y primer ministro de Francia durante entre 1726 y 1743 en los que se buscó un equilibrio de poderes en Europa y una entente anglo-francesa.
El resultado es un libro “diferente”, decíamos, y que conviene que el lector sepa tomarse con algo distancia y una pizca de la de sorna del propio autor. No es una biografía convencional de Felipe V, reiteramos, ni tampoco una obra “divulgativa”, ni superficial. Es una obra muy literaria y con la que Erlanger parece liberarse de las carcasas historiográficas y no duda de poner, de pasada, su propio (y sarcástico) punto de vista. El autor ha querido escribir una biografía que no se ciñe exclusivamente a lo histórico y eso se percibe a lo largo de las páginas, retrato sesgado de unas décadas. Y como esa biografía diferente hay que tomársela... y disfrutarla; personalmente, lo he hecho. Y, ya puestos, no estaría de más una reedición por parte de Ariel, que la tiene en su fondo de armario.
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