Como ya sucediera con su anterior (y
espléndida) película, César debe morir (2012), Maravilloso Boccaccio
de los veteranísimos hermanos Paolo y Vittorio Taviani
llega con un cierto retraso a las salas españolas, pues fue estrenada
en Italia en 2015; y es probable que la película, que presumiblemente se
estrenará en pocas salas, pasará desapercibida en estos tiempos en el
que lo que abunda es el cine de superhéroes, precuelas y secuelas, y
comedias gamberras, que suelen ser los géneros en boga para el público
que suele ir semanalmente a las salas de unos (también presumiblemente)
multicines en un centro comercial: la gente joven. Por ello, películas de corte artesanal, de sello argumental más
contemplativo, películas más “relajadas” (aburridas, se dirá),
preciosistas en ocasiones, suelen pasar de puntillas por la cartelera y
apenas duran un par de semanas antes de convertirse en veneno para la
taquilla. Reconozcámoslo, el cine (en un porcentaje altísimo) está hecho
para ganar dinero, vender palomitas y retroalimentarse constantemente
con remakes y franquicias. Y, sin embargo, queda hueco para películas
diferentes (antes no lo eran, lo “diferente” era lo que abunda hoy en
día). Dejemos aquí, por tanto, la pataleta.
¿Una película inspirada libremente en el Decamerón de Boccaccio?
Parece una rareza (sobre todo para quienes no hayan conocido el cine
europeo de los años setenta y ochenta). Y de hecho lo es en el panorama
cinematográfico actual. Pero es el empeño de dos directores que siempre
trabajan juntos y que con sus 88 (Vittorio) y 86 años (Paolo) no
renuncian a hacer un tipo de cine “de toda la vida”, con historias que
no requieren de parafernalias visuales para atrapar al espectador. Y
este es el caso de Maravilloso Boccaccio, que remite a los cuentos e
historias de este escritor medieval italiano y que se ambientan en
Florencia (la Toscana, de hecho) en 1348. La Peste Negra ha llegado a la ciudad del Arno y la
gente huye de la ciudad, abandonando aterrorizada a familiares y amigos
enfermos de la epidemia, a los que dejan atrás. Siete muchachas se
reúnen en la iglesia de Santa María Novella y, acompañadas de tres
mozos, se refugian en una villa a salvo de la pestilencia que se ha
apoderado de sus hogares.
En medio de la naturaleza, los diez jóvenes
deciden que pasarán los días hasta que remita la peste contando relatos,
a razón de uno por día. Son cuentos sobre el amor, la voluble Fortuna y
la condición humana. A cambio, dejarán los placeres carnales a un lado,
aunque ello suponga que los tres muchachos no puedan disfrutar del amor
con tres de las muchachas de las que se han enamorado. Y así pasarán
quince días hasta que la peste se haya desvanecido y puedan regresar a
una Florencia vacía pero ya sana. Sin duda lo mejor de esta película esté en los primeros quince minutos,
que muestran los estragos de la Peste Negra en una Florencia de calles
vacías, con hombres enfermos que saltan de lo alto de las torres,
familias que huyen y carromatos que recogen los cadáveres abandonados en
las calles para ser enterrados en las afueras. La sensación de soledad
sobrevuela en esos primeros minutos, acompañada de una música ciertamente peculiar que evoca, por la tensión implícita, ambientes de
horror y el pavor desatado por la pestilencia (o, por qué no, a series
ochenteras como La Piovra de la RAI; búsquese la música de Ennio Morricone para esta producción televisiva y compárese).
Ante ese panorama de devastación, agudizado por la soledad de las calles
de Florencia, el colorido de los vestidos de las siete muchachas atenúa
el desamparo de unos personajes que, entre la frondosa naturaleza que
rodea la villa en la que se refugian, disfrutarán de esa vida
desbordante que se opone a la muerte en la ciudad. También resultan
interesantes, divertidas en algunos casos, las historias que los jóvenes
cuentan y que contienen una moraleja, en ocasiones implícita y otras
veces dejadas al albur de quien las escucha (o en este caso, como
espectadores, vemos). Lo bucólico se mezcla con lo “costumbrista”, con
el amor (fugaz, imperecedero o imposible) como gran tema que nutre los
cuentos, con lo irreverente en cuanto a la práctica religiosa (y es que
nos situamos en el siglo XIV, la época del exilio del Papado en Aviñón y
el temor al Fin del Mundo que la peste parece anunciar) y, también es
obligado decirlo, con una cierta rutina expositiva.
Pues, inevitablemente, la sucesión de historias que intercalan el guion de esta película corre el riesgo de caer en la monotonía, aun manteniendo cierto interés para el espectador. Pero no, no se aburrirá este espectador si “entra” en el meollo de una película de forma y fondo sencillo, con una hermosa fotografía y un acompañamiento musical variado. Si se deja llevar por lo que dos cineastas tan artesanales en la filmación y con una personalidad tan marcada (muy italiana también en estilo y contenido) como son los hermanos Taviani, uno pasará un buen rato. Quizá el final, por demasiado abrupto, deje una sensación extraña, incómoda incluso.
Pues, inevitablemente, la sucesión de historias que intercalan el guion de esta película corre el riesgo de caer en la monotonía, aun manteniendo cierto interés para el espectador. Pero no, no se aburrirá este espectador si “entra” en el meollo de una película de forma y fondo sencillo, con una hermosa fotografía y un acompañamiento musical variado. Si se deja llevar por lo que dos cineastas tan artesanales en la filmación y con una personalidad tan marcada (muy italiana también en estilo y contenido) como son los hermanos Taviani, uno pasará un buen rato. Quizá el final, por demasiado abrupto, deje una sensación extraña, incómoda incluso.
Pero al margen de eso, Maravilloso Boccaccio es una
película que no está hecha para impactar (aunque inicialmente pueda
hacerlo) ni sacudir al espectador más propenso a ritmos narrativos más
acelerados como los actuales. No, no es el caso. Es una película, si el
lector entra (y quiere hacerlo) en su mundo (ese microuniverso
bajomedieval, con todo lo que conlleva en cuanto a actitudes sociales y
mentalidades), que denota las inmensas ganas de vivir en medio de la
tragedia y el desastre, por encima de convencionalismos y contra viento y
marea. Vida y amor. No es poco para una serie de cuentos que Boccaccio
escribiera hace casi setecientos años…
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