No abundan los libros en castellano sobre la Guerra Civil norteamericana (1861-1865). Y quizá por ello la publicación de Secesión. La guerra civil americana de John Keegan (Turner, 2011) sea una magnífica noticia. Hasta ahora teníamos que conformarnos, entre lo más reciente, con Norte contra Sur. Historia de la Guerra de Secesión de Jesús Hernández (Inédita, 2007), un libro que peca de una cierta superficialidad y que, una vez leído, no convence. Antes de eso teníamos que buscar manuales generales de historia de los Estados Unidos para encontrar capítulos que narraran, en unas pocas páginas, el caminon hacia la guerra, su desarrollo y el proceso de la Reconstrucción. Una narración, pues, que insiste sobre todo en las esclavitud como causa de fondo de un conflicto bélico, la guerra más importante que han vivido los Estados Unidos, pero que minusvalora otros factores como las dinámicas federalismo vs. soberanía de los estados, la economía o la propia evolución bélica del conflicto. Un libro de conjunto en castellano nos faltaba. Y ahora tenemos el de Keegan. Satisfacción, aunque con reparos. De entrada, mi interés por la guerra civil estadounidense no va más allá de lecturas más o menos generales, películas como Tiempos de gloria de Edward Zwick (1988) o míticas series de televisión como Norte y Sur
(1985-1986), basada en novelas de John Jakes y que en la España de la
segunda mitad de los años ochenta, con un canal y medio de televisión,
devoramos con fruición. Una serie de una enorme calidad técnica, con un
elenco de actores impresionante y unos guiones magníficos (algo que,
en cuestión de series históricas televisivas, suele faltar hoy día).
Por tanto, mis conocimientos sobre la materia son relativos, y por ello
críticas que ha recibido el libro de Keegan por parte de especialistas
en la materia, como la crítica de James McPherson en The New York Times, las tengo en cuenta pero no puedo decir gran cosa.
Y eso que estamos ante un libro muy bueno, como obra general y especializada al mismo tiempo. Un libro que dedica unos primeros capítulos a las crecientes diferencias entre los estados del Norte y del Sur, el camino hacia la guerra, la formación de los primeros ejércitos, la geografía militar (un aspecto importante y que me ha parecido de lo más interesante… aunque reiterativo a lo largo del libro), la vida del soldado y los primeros planes, tanto por el Norte (el Plan Anaconda de Winfield Scott y la réplica, o el intento de ella, por parte de George McClellan) y el Sur (con un Robert E. Lee que aún no era el comandante supremo). Para, a partir de ahí, entrar ya en materia bélica: la parte central del libro (capítulos VIII-XVI) recorre cronológica y espacialmente el conflicto. Espacialmente por la dicotomía entre los combates en la zona este (Virginia y Maryland) y las batallas en el Medio Oeste (Tennessee, Kentucy y la zona del Mississippi). Keegan alterna capítulos sobre estos dos grandes escenarios (no dejamos de lado el frente marítimo o los estados ribereños con el golfo de México) y nos acerca, sobre todo, a los grandes comandantes militares: George B. McClellan, Ulysses S. Grant y William T. Sherman, por el Norte, y Robert E. Lee, Thomas Stonewall Jackson y Pierre Gustave Toutant Beauregard. Sin duda, me dejo por el camino a Braxton Bragg, Joseph Hooker, George Meade y Henry Halleck, hombres que también tuvieron sus momentos de gloria. Pero si Keegan eleva casi a los altares, además de Grant y Lee, es Abraham Lincoln, el presidente cuya elección encendió una de las mechas del conflicto, y cuya voluntad, firmeza y resolución jalonaron los éxitos crecientes de la Unión frente a la Confederación. Lincoln es el político que, como comandante supremo, se esforzó por encontrar al general que dirigiera los ejércitos de la Unión y acabara con las tropas confederadas. Lincoln, el hombre que no sabía nada de cuestiones militares y fue aprendiendo sobre la marcha. El hombre que confió primero en McClellan, pero cuyas vacilaciones y constantes titubeos, le forzaron a destituirle y que no respiró tranquilo hasta encontrar en Grant a su paladín. McClellan contemporizaba, Grant no escatimaba costes, especialmente humanos. McClellan confiaba, a medio plazo, en un acuerdo de paz con los rebeldes confederados; Grant odiaba la carrera militar y la guerra en sí, pero una vez en ella su determinaciónm no cesaría hasta derrotar a los confederados y forzarlos a una rendición incondicional.
Es en estos capítulos centrales donde Keegan, con un estilo vibrante, nos acerca a una guerra feroz, incesante, dura, en la que se cuenta que hubo hasta diez mil batallas, aunque el autor y otros especialistas identifican al menos doscientas treinta y siete batallas, una arriba o abajo, importantes. Determinantes hubo pocas, decisivas casi ninguna. Hubo batallas con muchas bajas: Antietam (23.000 muertos entre ambos bandos, septiembre de 1862) fue una carnicería, como también Shiloh en el Oeste (23.700 bajas, abril de 1862), o incluso Gettysburg (150.000 soldados en combate por ambos ejércitos, un tercio fueron bajas, entre muertos y heridos, julio de 1863), pero no fueron batallas decisivas a corto plazo. Pero para la Confederación, incluso con victorias como Antietam, fueron debacles humanas que no podían permitirse y que, a medio plazo, significaron su derrota. Las diferencias poblacionales y económicas entre Norte y Sur eran numerosas, siempre favorables para la Unión. Contra ello la Confederación sólo podía resistir, la táctica de Lee, resistir siempre, pero era inevitable que, con un bloqueo marítimo fuerte y la pérdida de importantes puertos como Nueva Orleáns o las conexiones del río Mississippi, el Sur tenía prácticamente los días contados.Y eso que estamos ante un libro muy bueno, como obra general y especializada al mismo tiempo. Un libro que dedica unos primeros capítulos a las crecientes diferencias entre los estados del Norte y del Sur, el camino hacia la guerra, la formación de los primeros ejércitos, la geografía militar (un aspecto importante y que me ha parecido de lo más interesante… aunque reiterativo a lo largo del libro), la vida del soldado y los primeros planes, tanto por el Norte (el Plan Anaconda de Winfield Scott y la réplica, o el intento de ella, por parte de George McClellan) y el Sur (con un Robert E. Lee que aún no era el comandante supremo). Para, a partir de ahí, entrar ya en materia bélica: la parte central del libro (capítulos VIII-XVI) recorre cronológica y espacialmente el conflicto. Espacialmente por la dicotomía entre los combates en la zona este (Virginia y Maryland) y las batallas en el Medio Oeste (Tennessee, Kentucy y la zona del Mississippi). Keegan alterna capítulos sobre estos dos grandes escenarios (no dejamos de lado el frente marítimo o los estados ribereños con el golfo de México) y nos acerca, sobre todo, a los grandes comandantes militares: George B. McClellan, Ulysses S. Grant y William T. Sherman, por el Norte, y Robert E. Lee, Thomas Stonewall Jackson y Pierre Gustave Toutant Beauregard. Sin duda, me dejo por el camino a Braxton Bragg, Joseph Hooker, George Meade y Henry Halleck, hombres que también tuvieron sus momentos de gloria. Pero si Keegan eleva casi a los altares, además de Grant y Lee, es Abraham Lincoln, el presidente cuya elección encendió una de las mechas del conflicto, y cuya voluntad, firmeza y resolución jalonaron los éxitos crecientes de la Unión frente a la Confederación. Lincoln es el político que, como comandante supremo, se esforzó por encontrar al general que dirigiera los ejércitos de la Unión y acabara con las tropas confederadas. Lincoln, el hombre que no sabía nada de cuestiones militares y fue aprendiendo sobre la marcha. El hombre que confió primero en McClellan, pero cuyas vacilaciones y constantes titubeos, le forzaron a destituirle y que no respiró tranquilo hasta encontrar en Grant a su paladín. McClellan contemporizaba, Grant no escatimaba costes, especialmente humanos. McClellan confiaba, a medio plazo, en un acuerdo de paz con los rebeldes confederados; Grant odiaba la carrera militar y la guerra en sí, pero una vez en ella su determinaciónm no cesaría hasta derrotar a los confederados y forzarlos a una rendición incondicional.
Los capítulos finales del libro de Keegan están dedicados, de nuevo temáticamente, a los soldados negros, los heridos de guerra, los grandes generales (reiterando elementos ya comentados) y las batallas. Es precisamente en la reiteración –especialmente en la geografía, la carrera de generales como Grant, la cuestión de los soldados negros o las grandes batallas– donde podemos encontrar un hándicap en este libro. Keegan se repite a menudo, en ocasiones de un modo exasperante (la importancia de ríos como el Mississippi y sus grandes afluentes, el Ohio, el Missouri, el Tennessee y el Cumberland; pierdo la cuenta de las veces que lo reitera); comete errores que McPherson comenta en su crítica, y de muchos de los cuales se sorprende (es cierto, a mí también me pareció raro que Keegan comente que Lincoln nunca visitó a sus tropas en campaña, hay fotografías que contrarrestan esta afirmación). La narración es intensa, pero peca de una cierta irregularidad incluso en los capítulos de desarrollo puramente bélico: Antietam le importa a Keegan por la cuestión de las bajas (la mayor debacle norteamericana en un solo día, superando los muertos del Día D en el desembarco de Normandía), pero apenas la narra como batalla, mientras que, lógicamente, dedica un buen espacio a los prolegómenos y el desarrollo de Gettysburg. En cambio, la guerra marítima parece menos desarrollada en un capítulo propio (el XVI) que en otro anterior (VIII) donde a priori el tema de fondo es la estrategia de McClellan. Sobre éste mismo, o sobre Grant, Keegan repite una y otra vez sus virtudes y especialmente sus defectos. El libro es enormemente ameno, incluso para un profano en la materia o alguien, como yo mismo, a quien las largas descripciones de batallas suelen aburrirle. Pero también queda la sensación de que con algunas páginas menos se podría haber contado lo mismo, e incluso mejor.
Entre las virtudes del libro están los magníficos mapas, mientras que se echa de menos, y paradójicamente para una guerra que fue muy fotografiada, ilustraciones e imágenes de los principales protagonistas o de algunos campos de batalla. Pero, por encima de todo, está el buen trabajo de Keegan, críticas al margen, que vuelve a demostrar ser un buen narrador de temas militares. Y es por ello que el libro, hoy por hoy, y a pesar de los defectos mencionados, podemos considerarlo como el mejor en castellano sobre la guerra civil norteamericana. Es una magnífica obra de conjunto y supera con creces obras precedentes. Esa es la conclusión a la que llego, aunque quizá también podría concluir que esperaba un plus de esta obra, algo más. Pero, teniendo en cuenta que no soy especialista en la materia, posiblemente esto último sea dicho con la boca pequeña.
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