9 de noviembre de 2018

Crítica de cine: Millennium: lo que no te mata te hace más fuerte, de Fede Álvarez

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Al inicio del cuarto episodio de la séptima temporada de la serie The Big Bang Theory (CBS: 2007-2019), Amy (Mayim Bialik) le hace ver a Sheldon (Jim Parsons) un «flagrante problema argumental» en la película En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981), cosa que saca de sus casillas al peculiar científico, fan declarado del filme. Amy afirma que «Indiana Jones no desempeña ningún papel en el desarrollo de la historia: si no estuviera en la película acabaría exactamente igual (…) los nazis habrían encontrado el arca, la habrían llevado a la isla, la habrían abierto y habrían muerto todos. Habría acabado igual». Enfurruñado, Sheldon buscará posibles agujeros argumentales en Orgullo y prejuicio de Jane Austen, una de las novelas preferidas de Amy, para «fastidiar» a su novia, del mismo modo que ella le ha «fastidiado» a él. Cuando les cuenta el asunto a sus amigos, estos también quedan «fastidiados», pues la afirmación de Amy les ha «arruinado» la película. Howard (Simon Helberg) intenta contraargumentar: «Los nazis estaban excavando donde no debían, sólo consiguen el Arca porque Indy la encuentra primero», a lo que Leonard (Johnny Galecki) responde: «En realidad sólo excavaban donde no debían porque Indy tenía el medallón; sin él tendrían el medallón y habrían excavado en el sitio correcto». Más «fastidio». Hacia el final del capítulo, el grupo de amigos, incluido Raj (Kunal Nayyar), repasan atentamente la película y Howard comenta: «Espera, espera, si no fuera por Indiana Jones, el Arca nunca habría llegado al almacén»; Sheldon lo ratifica: «Es cierto, él recogió y entregó el Arca a las autoridades para que la archivasen» («¡Como un héroe!», apostilla Raj). Todos se felicitan… hasta que Leonard comenta: «Aunque en teoría Indy tenía que llevar el Arca al museo para estudiarla y ni siquiera pudo hacer eso». «Fastidio» completo y definitivo. 


No, amable lector, no vamos a hablar aquí de la longeva y exitosa sitcom sobre estos cuatro científicos/nerds (y sus progresivas parejas), pero esta graciosa pirueta argumental viene al pelo para un aspecto que sí quisiera comentar en relación con Millennium: lo que no te mata te hace más fuerte (Fede Álvarez), película que llega a las salas de cine y se basa en la homónima novela de David Lagercrantz; por cierto, qué absurda adaptación del título original: The Girl in the Spider’s Web (La chica en la telaraña… o en la red de los Spiders, una banda criminal a la que se enfrenta); en serio, ¿a quién se le ocurrió un título tan «chorra» como ese? Sobre ello volveré, paciencia. 

La novela de Lagercrantz es una secuela de la trilogía original escrita por Stieg Larsson, publicada en 2015. Era evidente desde antes de que se imprimiera que lo que se pretendía era seguir rentabilizando el exitazo que supusieron las novelas primigenias (y del que no pudo disfrutar Larsson, que falleció en 2004, antes de que la trilogía se convirtiera en un fenómeno mundial); y también era muy evidente que la adaptación cinematográfica no tardaría en llegar… y así ha sido. Puede decirse, no obstante, que como la primera novela tuvo su adaptación cinematográfica netamente estadounidense –The Girl with the Dragon Tattoo (David Fincher, 2011), que por nuestros lares, en ese alarde de imaginación que los exhibidores cinematográficos a menudo desarrollan, se adaptó a partir del título de la primera novela de Larsson: Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres; una versión estadounidense que básicamente era un remake de la película sueca: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (Niels Arden Oplev, 2009)–; puede decirse, decía, o al menos así nos lo han «vendido» que esta nueva película, argumentalmente hablando, es una secuela del filme de Fincher, pero con un nuevo reparto y otro director tras la cámara. 



El hecho de que sea, pues, una secuela (de un remake estadounidense de una película sueca que adapta una novela local… uf, qué cansino, ¿verdad?), permite que, argumentalmente hablando, se permitan ciertas licencias… bastante discutibles, con todo. Un breve inciso: la secuela no tiene en cuenta el desarrollo argumental de la segunda y tercera novelas de Larsson, centradas específicamente en la relación de Lisbeth Salander con su padre, el criminal mafioso Alexander Zalachenko, y que a su vez explica (con muchas páginas por medio) la infancia y juventud de Lisbeth y cómo fue se convirtió en una víctima del sistema sueco de protección de menores (con la crítica implícita de Larsson a las virtudes del tan cacareado Estado del bienestar de la socialdemocracia sueca). Y ello explica por qué un personaje destacado de este filme no rompa, a priori, con la coherencia dramática que hasta ahora habíamos asumido. 

«Liberada», pues, del argumento de aquellas dos novelas «originales», la secuela cinematográfica entronca con la secuela literaria: Lisbeth Salander (ahora en la piel de Claire Foy) sigue con su vida de investigadora (y hacker) y, con mayor énfasis, como justiciera particular: castiga a aquellos hombres que maltratan a las mujeres, detalle que se mostrará casi al principio del filme. Como investigadora, recibe un encargo por parte de un programador informático, Frans Balder (Stephen Merchant), que desarrolló un programa de software llamado “Firefall” (sí, suena a título de película de James Bond) que la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA) se apropió: es un proyecto que permite, a quien lo tenga, controlar los sistemas globales de defensa nuclear (también suena a argumento de una película de James Bond). Balder le encarga a Lisbeth que robe el programa y ella, como quien no quiere la cosa, se cuela en la intranet de la NSA y consigue hacerse con el dichoso software, no sin que antes uno de los agentes de la NSA, Edwin Neeham (LaKeith Stanfield), consiga rastrear el origen de la transferencia (Lisbeth, no fuiste muy eficaz al respecto) y viaje a Suecia para saber quién diablos se ha colado en la agencia para robar secretos de Estado. Lisbeth queda con Balder y su pequeño hijo August (Christopher Convery), para hacerle entrega del programa, pero antes, oh cielos, unos tipos muy violentos se cuelan en su casa, se llevan el programa y casi matan a la muchacha, destrozándole el antro ya de paso. A partir de entonces se monta lo que se pretende que sea una trepidante trama de thriller, con agentes especiales varios, hackers, matones y periodistas que juegan entre sí al ratón y al gato, mientras Lisbeth debe lidiar con el retorno de alguien de su pasado (no el de la trilogía original de Larsson, que conste). Y contará, cómo no, con la ayuda de un Mikael Blomkvist –interpretado esta vez por el actor sueco Sverrir Gudnason, a quien vimos recientemente encarnando al tenista Bjorn Borg en el muy estimable filme Borg vs. McEnroe (Janus Metz Pedersen, 2017)–; un Mikael que ha vendido la revista Millennium a un rico inversor, cosa de la que se arrepiente, pues considera que como periodista se ha «vendido» al capital; el caso del programa “Firefall” puede que sea su pasaje de vuelta a aquel periodismo que le lanzó a la fama. 



Este filme se viste con los ropajes de un thriller tecnológico y también echa mano de los recursos y giros argumentales del género. Pueden decirse dos cosas de la trama: por un lado, que está «cocinada» de manera que el cúmulo de casualidades, coincidencias y giros dramáticos lleven la película a la «lógica» conclusión que los guionistas han querido alcanzar, sea como sea y poniendo a prueba la suspensión de la incredulidad del espectador; y por otro, no importa lo que haga el personaje de Mikael Blomkvist en la propia trama: su presencia es absolutamente irrelevante en el desarrollo de la historia. Ello de por sí ya es grave, pues una película que retoma los personajes principales de la saga de Larsson y que, narrativamente hablando, dilapida a uno de ellos, digamos que no deja de ser una filfa. Una tomadura de pelo, se podría añadir. Cierto es que el filme focaliza prácticamente toda su atención en Lisbeth: en un momento de su infancia, en cómo rompió con ese personaje y desarrolló su propia vida, hasta que el pasado (que siempre regresa) vuelve a poner a ese personaje delante de sus ojos, al mismo tiempo que debe impedir una amenaza global que, por su culpa, se le está yendo de las manos. A diferencia de la película de Fincher, mucho más comedida y eficaz en cuanto al desarrollo de una trama de suspense bastante clásica (¿quién «mató» a Harriet Vanger?), esta secuela abusa de las secuencias de acción y lleva a su protagonista más allá de lo creíble en lo netamente físico; vamos, si no es una versión femenina de James Bond o, mejor aún, de Ethan Hunt, poco le ha faltado (Lara Croft, eres una aficionada). La historia se desarrolla, además, siguiendo un hilo narrativo tan previsible que apenas sorprende nada de lo que se va presentando, de modo que el espectador intuye sin romperse la cabeza por dónde irán los tiros en la siguiente escena. 



Es verdad que Claire Foy –que, al elegir el personaje, parece querer romper con esa imagen beatífica que compuso como Isabel II en las dos temporadas de la serie The Crown (Netflix: 2016-) hasta ahora emitidas–, dota a Lisbeth de un cierto carisma; pero es que el personaje ya lo conocemos bien gracias a las anteriores interpretaciones de Noomi Rapace y Rooney Mara y cuesta poco que una actriz con una cierta circunspección dramática logre emularlo. Y es verdad también que Foy nos da, en todo lo que se refiere a Lisbeth Salander (y más en estos tiempos actuales del #MeToo), todo aquello que esperamos de ella: fiereza, rabia, empoderamiento (por muy sobada que esté últimamente la palabra). Logra, a pesar de algún ya demérito ya apuntado, sostener una película que en casi todo lo demás naufraga. Y lo hace porque se aparta en demasía de la «imagen» que tenemos de los personajes y de cómo actúan; y puede que esta vez sea un demérito nuestro como espectadores: tras habernos leído las novelas y visto las otras adaptaciones cinematográficas, Lisbeth y Mikael son casi de la familia y los asumimos de una manera muy determinada tanto en actitudes como incluso en el físico. Pero es que chirría mucho ver a unos Mikael Blomkvist y Erika Berger (Vicky Krieps; qué espléndida estuvo ella en la reciente El hilo fantasma de Paul Thomas Anderson) demasiado «jóvenes» para la edad que se supone que tienen: son dos periodistas que se acercan a la madurez y llevan mucho trote sobre sus espaldas. Chirría tanto que no te los acabas de creer y, de hecho, las secuencias en las que ambos actores aparecen también se podrían eliminar del metraje definitivo… y no pasaría nada. Luego está la aparición de esa figura del pasado de Lisbeth (interpretado en su versión adulta por Sylvia Hoeks, a quien hace un año vimos como una de los villanos en Blade Runner 2049), maniquea y arquetípica a más no poder como villana; que además, en el parlamento final, se nos ponga melodramática rompe por completo los (pocos) esquemas que tengamos sobre ella (con todo, la respuesta que le dará Lisbeth también tiene lo suyo). 


¿Queda algo que sirva de aliciente al espectador que quiera acercarse a una sala de cine? Pues que si vas sin el bagaje que suponen las novelas de Stieg Larsson y las películas que se han hecho, y asumes la película como un mero entretenimiento, puede que no salgas del todo decepcionado (siempre que comulgues con los agujeros argumentales que el filme, no sólo centrados en el personaje de Mikael, tiene). Si prefieres quedarte con el planteamiento de película de acción bastante acelerada y con algunos sutiles toques de terror –no en balde su director, el uruguayo Fede Álvarez, se curtió en el género con sus anteriores cintas Posesión infernal (2013) y No respires (2016)–, incluso puede que logres participar de esa tensión constante. El problema para quien esto escribe, al margen de que como pieza del organigrama Millennium sea un despropósito, es que como película netamente thriller resulta fallida, reiterativa (una montaña rusa de momentos adrenalínicos que acaban por hastiar) y mucho más convencional de lo que admite ser. 

Nota: a cuentas de lo que comentábamos al principio: finalmente Sheldon conseguirá «fastidiar» a Amy la serie La casa de la pradera (NBC: 1974-1983) haciéndole ver algunas imprecisiones históricas en el guion. Si es que… 

Nota 2: se habrá dado cuenta el lector que el excurso sobre Indiana Jones en ese capítulo de la sitcom «no desempeña ningún papel en el desarrollo» de esta crítica: si no estuviera, esta acabaría exactamente igual.

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