Recientemente, en la entrega de los premios del
National Board of Review, Meryl Streep, después de alabar el trabajo de
Emma Thompson en esta película (y a quién se entregaba el premio de
mejor actriz) como "una maravillosa actriz" y "prácticamente una santa",
derivó en su speech en una
despiadada crítica a Walt Disney, a quien calificó de "misógino, racista
y antisemita" (de ahí, imagino, lo de "santa" en referencia a
Thompson). No era la primera vez que se descargaban todo tipo de
calificativos sobre un tipo como Disney, creador del que fuera uno de
los imperios del entretenimiento más importantes del siglo XX. El hombre
que pretendía llevar la felicidad a las salas de cine, a las pequeñas
pantallas del televisor, a los variados productos de merchandising,
ya sean revistas, libros o juguetes (en eso era un genio, sin duda). Un
hombre hecho a sí mismo y que siempre hacía lo que se proponía. Por
tanto, y engarzo esto con la trama de la película, era lógico que se
propusiera conseguir los derechos de un personaje literario que tantos
seguidores tenía entre niños (y no pocos adultos): Mary Poppins. Durante
veinte años, mientras su imperio cinematográfico se expandía con éxitos
como las Silly Symphonies, cortos como Der Fuehrer's Face y largometrajes como Fantasía (1940), Bambi (1942), Cenicienta (1950), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), La bella durmiente (1959) y 101 dálmatas
(1961), Disney perseguía a Pamela Travers para adquirir los derechos de
Mary Poppins y adaptarla al cine en una película no de animación, pero
que sí incluía secuencias con dibujos animadas. La veterana escritora se
negaba, una y otra vez. Detestaba el estilo de Disney, consideraba que
podría banalizar y ridiculizar su obra, no quería que hubiera canciones
del estilo Disney, ni dibujos animados. Disney perseveró y finalmente
convenció, en 1961, a Travers a viajar a Los Angeles, a los estudios de
Walt Disney Pictures, para ver lo que sus guionistas, escritores de
canciones y músicos estaban preparando sobre Mary Poppins... y a que
finalmente le cediera los derechos del personaje. Esta es la historia de
Al encuentro de Mr. Banks. Tiene más sentido el título original: Saving Mr. Banks, a tenor de lo que realmente trata la película.
Siendo esta una película producida por Walt Disney Pictures nos podemos
imaginar, de entrada, que el retrato del propio Walt Disney (Tom Hanks)
estará alejado de esa imagen de "misógino, racista y antisemita" que
denostara Meryl Streep. Por supuesto. También hay que decir, sin
embargo, que este Walt Disney –"Walt, por favor"... me recordaba a ese
"call me Tony" del Tony Blair que llegó a Downing Street en 1997, y que
tan bien interpretara Michael Sheen en The Queen
(2006); por contra, la señora Travers, imbuida de ese carácter serio
que se supone tienen las señoras inglesas de mediana edad, insiste
constantemente en que no se la llame por su nombre de pila (algo que
Disney siempre olvida), sino como "Mrs. Travers"–; este Walt Disney,
decía, no tiene esos tintes negativos, pero el espectador sí puede
percibir que no se va a achantar, que el dinero es lo primero (los
beneficios de una película sobre Mary Poppins, wow!),
que el estilo Disney es el que es, y que va a hacer esa película que
hará felices a niños y mayores... se ponga la señora Travers como se
ponga. La primera hora de la película nos muestra el toma y daca de
Disney y la señora Travers: las "negociaciones" entre el magnate del
cine (y su equipo) y la creadora del personaje, que no son tales, pues
Travers siempre impone sus exigencias... se ponga como se ponga "Mr.
Disney": los encuentros con el guionista, el escritor de letras y el
músico, serán grabados en cinta (no se fía la señora...), nada de
dibujos animadas, el rojo es un color que no aparecerá en la cinta
(obviamente ya sabemos que no será así, pues tenemos grabada en la
memoria esa imagen del traje a rayas blancas y rojas de Bert/Dick Van
Dyke), ¿cómo se les ocurre que el señor Banks, el padre de los niños que
cuidará Mary Poppins, llevará bigote? y, sobre todo, nada de canciones
sentimentales, melifluas y con esa pátina tan disneyana y que en la
época eran reconocibles. Mary Poppins no será lo que Disney pretende,
exige la señora Travers.
Ese tira y afloja da pie a situaciones cómicas en esta película: la
sequedad británica (ese acentazo de la Thompson) frente a la...
frivolidad de los artistas estadounidenses y sobre todo de Walt Disney,
que se pasa de campechano, en opinión de la señora Travers, siempre
atento a banalidades y a proyectar su imagen "mágica" entre los que
acuden a Disneyland, que le piden autógrafos y él les entrega tarjetas
ya prefirmadas que acumula en los bolsillos interiores de su chaqueta).
Del mismo modo, se producen los choques culturales entre una perfecta
señora británica (¿seguro?) y esos afables y superficiales
estadounidenses, tan molestos para la señora Travers, desde el chófer
que la lleva cada día del hotel a los estudios (Paul Giamatti) a las
secretarias (a destacar la secretaria personal de Disney, Tommie/Kathy
Baker, que sabe más de lo que aparenta), y cómo no los guionistas y
músicos (Bradley Whitford [que siempre será Josh Lyman de El ala oeste de la Casa Blanca],
Jason Schwartzman [raro verle en películas tan "convencionales"] y B.J.
Novak). Todo le parece frívolo a la aparentemente estirada señora
Travers... pero la realidad, y he ahí la otra historia de esta película,
es que Pamela Travers no puede evitar recordar constantemente a la
auténtica familia Banks y a la Mary Poppins que ella conoció cuando era
pequeña. Pues los Banks (no destripo gran cosa) eran su familia. La
película alterna el presente, el de la creación de la película sobre
Mary Poppins en 1961, con el pasado: la infancia de Pamela Travers en
Australia, el recuerdo de un padre (estupendo Colin Farrell)
imaginativo, tarambana e irresponsable (frente a una madre, Ruth Wilson,
que debe lidiar con el qué dirán en una comunidad tan cerrada). Al
encuentro de ese Mr. Banks, al que hace referencia el título castellano
(o a la salvación del mismo en el original) es la historia principal que
se refleja en esta película: el peso de y el dolor que suponen los
recuerdos, la incapacidad de perdonarse a uno mismo, la necesidad
imperiosa (que siente la señora Travers) de que esos recuerdos (que
obviamente sólo ella conoce, de ahí la incomprensión de los demás ante
sus negativas y exigencias) no sean estropeados ni manipulados. Para la
señora Travers, los Banks eran reales, sobre todo ese padre, siendo en
el fondo Mary Poppins (Rachel Griffiths) un personaje secundario (muy secundario, en el
fondo), que fue incapaz de salvarlo.
Con esta trama trenzada con delicadeza (no hay sensiblería barata,
aunque pudiera parecerlo), John Lee Hancock dirige una película con buen
pulso narrativo, aunque a las dos horas de metraje se le podrían haber
recortado algunos minutos. Sabes que es una película de Walt Disney,
sabes que te la van a meter doblada (entiéndaseme) en cuanto a las
emociones... pero te emocionas de verdad, pues los personajes tienen una
fuerza narrativa, un punch, que es imposible no empatizar con ellos y
con sus cuitas: la incapacidad del padre, el trauma de la niña/futura
autora, el dolor de la madre y especialmente el de la adulta/autora, que
no puede perdonarse a sí misma. Disney a ratos cree que puede ser el
catalizador de las emociones, el reconductor de un proyecto que ve
peligrar y que quiere tirar hacia adelante sea como sea. Pero la
película huye de finales felices gratuitos: la secuencia del estreno de
la película es de una carga emocional tremenda, te pones en la piel de
esa mujer que proyecta/ve proyectada hacia sí las sensaciones de lo
fue/pudo ser. La pantalla grande, finalmente, será (y no será) la
catarsis de un dolor. Personalmente mi emotividad explotó en la
secuencia en que la señora Travers se deja llevar en el ensayo de la
canción de la cometa ("Let's Go Fly a Kite"), imposible no emocionarse
ante lo que veía... (aún la recuerdo y me emociono).
En definitiva, una preciosa película, hecha con mimo y detalle, alternando las dos historias con tino y delicadeza, pero sin caer en ñoñerías. A pesar de ser una cinta de Walt Disney Pictures.
En definitiva, una preciosa película, hecha con mimo y detalle, alternando las dos historias con tino y delicadeza, pero sin caer en ñoñerías. A pesar de ser una cinta de Walt Disney Pictures.
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