17 de enero de 2014

Crítica de cine: Al encuentro de Mr. Banks, de John Lee Hancock

Recientemente, en la entrega de los premios del National Board of Review, Meryl Streep, después de alabar el trabajo de Emma Thompson en esta película (y a quién se entregaba el premio de mejor actriz) como "una maravillosa actriz" y "prácticamente una santa", derivó en su speech en una despiadada crítica a Walt Disney, a quien calificó de "misógino, racista y antisemita" (de ahí, imagino, lo de "santa" en referencia a Thompson). No era la primera vez que se descargaban todo tipo de calificativos sobre un tipo como Disney, creador del que fuera uno de los imperios del entretenimiento más importantes del siglo XX. El hombre que pretendía llevar la felicidad a las salas de cine, a las pequeñas pantallas del televisor, a los variados productos de merchandising, ya sean revistas, libros o juguetes (en eso era un genio, sin duda). Un hombre hecho a sí mismo y que siempre hacía lo que se proponía. Por tanto, y engarzo esto con la trama de la película, era lógico que se propusiera conseguir los derechos de un personaje literario que tantos seguidores tenía entre niños (y no pocos adultos): Mary Poppins. Durante veinte años, mientras su imperio cinematográfico se expandía con éxitos como las Silly Symphonies, cortos como Der Fuehrer's Face y largometrajes como Fantasía (1940), Bambi (1942), Cenicienta (1950), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), La bella durmiente (1959) y 101 dálmatas (1961), Disney perseguía a Pamela Travers para adquirir los derechos de Mary Poppins y adaptarla al cine en una película no de animación, pero que sí incluía secuencias con dibujos animadas. La veterana escritora se negaba, una y otra vez. Detestaba el estilo de Disney, consideraba que podría banalizar y ridiculizar su obra, no quería que hubiera canciones del estilo Disney, ni dibujos animados. Disney perseveró y finalmente convenció, en 1961, a Travers a viajar a Los Angeles, a los estudios de Walt Disney Pictures, para ver lo que sus guionistas, escritores de canciones y músicos estaban preparando sobre Mary Poppins... y a que finalmente le cediera los derechos del personaje. Esta es la historia de Al encuentro de Mr. Banks. Tiene más sentido el título original: Saving Mr. Banks, a tenor de lo que realmente trata la película.

Siendo esta una película producida por Walt Disney Pictures nos podemos imaginar, de entrada, que el retrato del propio Walt Disney (Tom Hanks) estará alejado de esa imagen de "misógino, racista y antisemita" que denostara Meryl Streep. Por supuesto. También hay que decir, sin embargo, que este Walt Disney –"Walt, por favor"... me recordaba a ese "call me Tony" del Tony Blair que llegó a Downing Street en 1997, y que tan bien interpretara Michael Sheen en The Queen (2006); por contra, la señora Travers, imbuida de ese carácter serio que se supone tienen las señoras inglesas de mediana edad, insiste constantemente en que no se la llame por su nombre de pila (algo que Disney siempre olvida), sino como "Mrs. Travers"–; este Walt Disney, decía, no tiene esos tintes negativos, pero el espectador sí puede percibir que no se va a achantar, que el dinero es lo primero (los beneficios de una película sobre Mary Poppins, wow!), que el estilo Disney es el que es, y que va a hacer esa película que hará felices a niños y mayores... se ponga la señora Travers como se ponga. La primera hora de la película nos muestra el toma y daca de Disney y la señora Travers: las "negociaciones" entre el magnate del cine (y su equipo) y la creadora del personaje, que no son tales, pues Travers siempre impone sus exigencias... se ponga como se ponga "Mr. Disney": los encuentros con el guionista, el escritor de letras y el músico, serán grabados en cinta (no se fía la señora...), nada de dibujos animadas, el rojo es un color que no aparecerá en la cinta (obviamente ya sabemos que no será así, pues tenemos grabada en la memoria esa imagen del traje a rayas blancas y rojas de Bert/Dick Van Dyke), ¿cómo se les ocurre que el señor Banks, el padre de los niños que cuidará Mary Poppins, llevará bigote? y, sobre todo, nada de canciones sentimentales, melifluas y con esa pátina tan disneyana y que en la época eran reconocibles. Mary Poppins no será lo que Disney pretende, exige la señora Travers.
 
 Ese tira y afloja da pie a situaciones cómicas en esta película: la sequedad británica (ese acentazo de la Thompson) frente a la... frivolidad de los artistas estadounidenses y sobre todo de Walt Disney, que se pasa de campechano, en opinión de la señora Travers, siempre atento a banalidades y a proyectar su imagen "mágica" entre los que acuden a Disneyland, que le piden autógrafos y él les entrega tarjetas ya prefirmadas que acumula en los bolsillos interiores de su chaqueta). Del mismo modo, se producen los choques culturales entre una perfecta señora británica (¿seguro?) y esos afables y superficiales estadounidenses, tan molestos para la señora Travers, desde el chófer que la lleva cada día del hotel a los estudios (Paul Giamatti) a las secretarias (a destacar la secretaria personal de Disney, Tommie/Kathy Baker, que sabe más de lo que aparenta), y cómo no los guionistas y músicos (Bradley Whitford [que siempre será Josh Lyman de El ala oeste de la Casa Blanca], Jason Schwartzman [raro verle en películas tan "convencionales"] y B.J. Novak). Todo le parece frívolo a la aparentemente estirada señora Travers... pero la realidad, y he ahí la otra historia de esta película, es que Pamela Travers no puede evitar recordar constantemente a la auténtica familia Banks y a la Mary Poppins que ella conoció cuando era pequeña. Pues los Banks (no destripo gran cosa) eran su familia. La película alterna el presente, el de la creación de la película sobre Mary Poppins en 1961, con el pasado: la infancia de Pamela Travers en Australia, el recuerdo de un padre (estupendo Colin Farrell) imaginativo, tarambana e irresponsable (frente a una madre, Ruth Wilson, que debe lidiar con el qué dirán en una comunidad tan cerrada). Al encuentro de ese Mr. Banks, al que hace referencia el título castellano (o a la salvación del mismo en el original) es la historia principal que se refleja en esta película: el peso de y el dolor que suponen los recuerdos, la incapacidad de perdonarse a uno mismo, la necesidad imperiosa (que siente la señora Travers) de que esos recuerdos (que obviamente sólo ella conoce, de ahí la incomprensión de los demás ante sus negativas y exigencias) no sean estropeados ni manipulados. Para la señora Travers, los Banks eran reales, sobre todo ese padre, siendo en el fondo Mary Poppins (Rachel Griffiths) un personaje secundario (muy secundario, en el fondo), que fue incapaz de salvarlo.
 
Con esta trama trenzada con delicadeza (no hay sensiblería barata, aunque pudiera parecerlo), John Lee Hancock dirige una película con buen pulso narrativo, aunque a las dos horas de metraje se le podrían haber recortado algunos minutos. Sabes que es una película de Walt Disney, sabes que te la van a meter doblada (entiéndaseme) en cuanto a las emociones... pero te emocionas de verdad, pues los personajes tienen una fuerza narrativa, un punch, que es imposible no empatizar con ellos y con sus cuitas: la incapacidad del padre, el trauma de la niña/futura autora, el dolor de la madre y especialmente el de la adulta/autora, que no puede perdonarse a sí misma. Disney a ratos cree que puede ser el catalizador de las emociones, el reconductor de un proyecto que ve peligrar y que quiere tirar hacia adelante sea como sea. Pero la película huye de finales felices gratuitos: la secuencia del estreno de la película es de una carga emocional tremenda, te pones en la piel de esa mujer que proyecta/ve proyectada hacia sí las sensaciones de lo fue/pudo ser. La pantalla grande, finalmente, será (y no será) la catarsis de un dolor. Personalmente mi emotividad explotó en la secuencia en que la señora Travers se deja llevar en el ensayo de la canción de la cometa ("Let's Go Fly a Kite"), imposible no emocionarse ante lo que veía... (aún la recuerdo y me emociono).

En definitiva, una preciosa película, hecha con mimo y detalle, alternando las dos historias con tino y delicadeza, pero sin caer en ñoñerías. A pesar de ser una cinta de Walt Disney Pictures.

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