28 de octubre de 2020

Crítica de cine: Regreso a Hope Gap, de William Nicholson

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

William Nicholson (n. 1948) probablemente no sea conocido para el público fuera de Reino Unido, pero si decimos que de sus manos (y las de otros) han salido los guiones de Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993), Nell (Michael Apted, 1994), Gladiator (Ridley Scott, 2000) y Los miserables (Tom Hooper, 2012), entre otros no tan aplaudidos –El primer caballero (1995; ¿os acordáis de Richard Gere dando saltitos como Lancelot?), Elizabeth: la edad dorada (2007; mejor no acordarse de Jordi Mollà como Felipe II), Mandela: un largo camino hacia la libertad (2013; Idris Elba a la caza de un Oscar), Invencible (2014, estreno de Angelina Jolie tras las cámaras) o Una razón para vivir (2018, otro debut en la dirección, esta vez a cargo de Andy Serkis y que comentamos por estos lares)– pues la cosa cambia; por el guion adaptado de la primera y original de la última de las películas mencionadas, recibió sendas nominaciones a los Oscars. 

Tierras de penumbra, además, que contó la relación entre los escritores C.S. Lewis (Anthony Hopkins) y Joy Gresham (Debra Winger), además, se basaba en una obra de teatro del propio Nicholson, estrenada en 1989 –que a su vez lo hacía de un telefilme de 1985, qué de cosas– tuvo un gran éxito en los escenarios británicos, hasta el punto de que ha tenido un total de cinco producciones entre la fecha de su estreno en Plymouth y 2019, la cual cosa espoleó la carrera de Nicholson como dramaturgo. Curiosamente, no ha sido una carrera larga: en 1999 estrenó su segunda obra (y última, por ahora), The Retreat from Moscow, en el Festival de Teatro de Chichester, y en 2003 tuvo una producción al otro lado del charco, en Broadway, con John Lithgow, Eileen Atkins y Ben Chaplin en los papeles protagonistas, y varias nominaciones en los premios Tony del año siguiente. Esta obra trata sobre la ruptura de una pareja después de tres décadas años de matrimonio y cómo afecta emocionalmente a los ya ex cónyuges y a su hijo. Treinta años después, Nicholson –que entre tanto, además de escribir novelas y guiones para los demás, dirigió su debut como director, la aclamada A la luz del fuego (1997) con Sophie Marceau y Stephen Dillane al frente– retoma la historia de su pieza teatral y la traslada a la gran pantalla bajo el título Regreso a Hope Gap



Grace (Anette Bening) y Edward (Bill Nighy) residen en Seaford, al sur de Inglaterra, al borde de esos acantilados conocidos como las Seven Sisters que tantas veces hemos visto en películas y series de televisión, y que a su vez “compiten” en cuanto a fama con los acantilados [no tan naturalmente] blancos de Dover o, más recientemente, con los de Dorset que hemos visto también en la serie Broadchurch (ITV: 2013-2017); disculpe el lector que me enrolle con esta cuestión, pero es que el entorno natural destaca en esta película, ya que la voz en off, la de Jamie (Josh O’Connor), el hijo único de Grace y Edward, solía jugar en un rincón de los acantilados llamado Hope Gap y fue, quizá, un refugio especial, emocional incluso, de su infancia. Son, además, el punto de partida (y el final) del filme: Jamie recuerda sus juegos de infancia, ya que cuando la marea bajaba se podía bajar a las rocas y observar la vida de las criaturas marinas que quedaban al descubierto. Grace se sentaba en las rocas y miraba a Jamie cómo observaba y jugaba, sin saber éste qué pensaría ella en esos momentos o si acaso sería feliz. Tendemos a ver el mundo desde nuestra perspectiva y nos parece a menudo que, si somos felices, los demás también lo son. Pero, ¿y si no lo son? Y eso es lo que descubrirá Jamie cuando, un fin de semana que visita a sus padres (él vive solo en Londres, algo que Grace no acaba de comprender), a petición de su padre, éste le confiesa su propósito: va a dejar a su madre y necesita que se quede un rato a su lado para ayudarla, incluso consolarla, cuando él ya se haya ido. 

Edward es profesor de historia en un instituto y está muy interesado en la retirada de las tropas napoleónicas de Moscú en 1812 –de ahí procede el título original de la obra teatral de Nicholson–, y en sus ratos libros, se dedica a “wikipediar” al respecto de esta campaña, bajo la mirada y los comentarios jocosos de Grace; ésta a su vez, es una devota de la poesía y elabora una base de antología de poesías sobre sentimientos y situaciones que todos hemos vivido, con la idea de elaborar un libro, y con un poema de Dante Gabriel Rossetti, “Sudden Light”, en el que los versos “He estado antes aquí” serían un posible título. Unos días antes de la visita de Jamie, Edward les habla a sus estudiantes de la retirada francesa de Moscú: cómo los soldados se vieron obligados a abandonar a los heridos y aquellos que no podían seguir caminando, despojándolos de sus ropas. Dejar atrás a unos hombres con los que has combatido, una durísima decisión, del mismo modo que Edward toma ahora la decisión de dejar atrás la relación de toda una vida. Y es que se ha enamorado de la madre de uno de sus alumnos y se ha dado cuenta de que ya no puede seguir al lado de Grace y que, de hecho, su matrimonio fue un error: nunca debieron casarse, no estaban hechos el uno para el otro, no estaban destinados a serlo. 



Nicholson prepara a los personajes –en realidad a nosotros, espectadores– durante casi media hora y en la senda de Edward, que poco a poco, y casi metódicamente, reúne el valor para decirle a Grace que se va, que se ha enamorado de otra persona; una secuencia que comienza con el desayuno cotidiano de una pareja que lleva mucho tiempo viviendo juntos y que actúa como tal, hasta que llega el momento de dar el paso. La impronta teatral está muy presente en todo el filme (quizá demasiado), especialmente en esta escena cinematográfica, en la que de manera “natural” surgen las palabras que verbalizan una decisión… y alumbran la reacción de la otra persona que, atónita e incrédula, tratará de entender lo que está sucediendo. En los siguientes días veremos los efectos de la decisión de Edward y cómo afecta a Grace: de la sorpresa inicial a la negación, después la rabia, el cruel sarcasmo (hay notas cómicas en el filme que no desvelaremos aquí, claro está) y la aceptación (y salida hacia adelante). Pero no sólo Grace se ve afectada por la ruptura, también Edward es una víctima de su propia decisión y, entre ambos, Jamie, que de por sí vive sus propias cuitas (des)amorosas. Los tres personajes, causa y consecuencia de un matrimonio, se ven arrastrados por la decisión y se replantean sus propias vidas, los pasados (cómo se conocieron Edward y Grace, cómo recuerda Jamie su infancia y la perenne idea de que sus padres siempre estarían juntos, quizá con algo de egoísmo, lógico, por su parte). A medida que avanza el filme, los espectadores nos dejamos arrastrar por una historia de la que descubrimos piezas que nos ayudan a entender a los tres personajes; y mientras vemos que sucede algo echamos mano de nuestros propios “recuerdos” de lo que hemos visto media hora o unos minutos antes, y atamos cabos sueltos o comprendemos mejor una conversación que han mantenido los personajes, una manera de ser de los mismos (para bien o para mal), una intrahistoria que, sentados en la butaca de la sala de cine, hacemos también “nuestra” (no necesariamente en el sentido de proyectar en ella vivencias propias). 


Esta es una película que no interesará a todos los públicos: habrá quienes pensarán que se queda corta, les parecerá una simple historia de ruptura y en cómo dos personas reflexionan sobre su papel en la misma –algo parecido a la, en mi opinión, sobrevalorada y artificiosa Historia de un matrimonio de Noah Baumbach (Netflix: 2019), con Scarlett Johansson y Adam Driver como protagonistas–; los habrá que considerarán que la historia no da para una película de estreno en cine y que no profundiza más allá de algunas revelaciones personales, o que incluso la reacción de Jamie, el hijo, sea excesivamente dramática; habrá quienes piensen que la traslación del lenguaje teatral al cinematográfico no funciona. Puede que tengan razón en parte, pero nada de eso le resta un ápice de fuerza y valor a un filme en el que todo (y todos) actúan a la perfección. Pues estamos ante una película contenida en formas y que huye de estridencias (que sí encuentro en la cinta de Baumbach), pero muy poderosa en el desarrollo de una historia que va mucho más allá de lo episódico, aunque traumático (una ruptura); que nos muestra a personajes maduros y frágiles a la vez, dolientes y a la postre con una pizca de esperanza. Una historia que, sin artificios, nos enseña realmente cómo de compleja y caprichosa es la vida, cómo las decisiones que una vez tomamos no fueron las acertadas y que solamente ha perdurado por la inercia y la falta del coraje (y el tiempo) necesarios para darnos cuenta de que es necesaria (aunque dolorosa) otra decisión que probablemente no subsanará lo hecho antes, pero sí nos permitirá avanzar. 



La película de Nicholson fue presentada en la reciente cuarta edición del BCN Film Fest (entonces dimos algunas pinceladas sobre ella y el propio festival), y logró los premios a mejor película y actor (Josh O’Connor), un galardón que entonces no comprendí y que, con un revisionado en otro pase para refrescar las ideas de cara a esta crítica, ahora me convence (mucho) más. Queda la sensación de que Bening y Nighy (y O’Connor) posiblemente acumularán nominaciones en la carrera de premios que llevará a los próximos (y seguramente anómalos) Oscars 2021. Y perdura el buen sabor que nos lega una elegantísima e intimista película, de lo mejorcito que hemos podido degustar en este año tan extraño que estamos viviendo. Ideal para quienes quieran dejarse llevar por la solidez de una buena historia que, es cierto, no rehúye del todo el convencionalismo de su puesta en escena (teatral, incluso). Pero, bienvenido sea eso cuando hay una buena historia que contar.

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