Tom Bissell
es un tipo curioso,
tanto por lo cuenta por cómo lo cuenta e incluso por quién es. Ya de
entrada
nos dice que perdió la fe religiosa cuando tenía dieciséis años de edad
(ahora tiene cuarenta y uno) pero las páginas de su libro nos dejan
claro que una cosa, la pérdida de la
fe, no está reñido con el interés que se pueda tener por la historia del
cristianismo, las “historias” que el Nuevo Testamento y textos apócrifos
relatan sobre Jesucristo y los Doce Apóstoles, o la teología en general. Y eso es algo que se
desprende de su texto: interés, curiosidad y pasión por saber y conocer;
incluso “descubrir”, no sólo en el sentido ·arqueológico” o “científico” de la
palabra, sino en el más amplio significado: a fin de cuentas, se podría argüir
que la religión, la fe, también significa “descubrir” algo sobre uno mismo, no
necesariamente en relación con una creencia religiosa determinada, sino algo
más bien “socrático” o que, también en clave helénica, dejaba entrever uno de
los lemas que estaba inscrito en la entrada del templo de Apolo en el santuario
de Delfos: “conócete a ti mismo”. La curiosidad le lleva a buscar los restos de
un monasterio legendario en Kirguistán, seducido por la mención de un mapa
medieval catalán y por un documental de la 2 (zona, que por otro lado, conoce
de un viaje anterior como miembro de los Cuerpos de Paz estadounidenses) o a la
India, donde sufre problemas intestinales constantes y trata de encontrar quién
le lleve a una iglesia que parece cercana… pero que no lo es tanto. La misma
curiosidad que, esté donde esté, le incita a mantener conversaciones de todo
tipo con gente diversa acerca de religión, desde concepciones muy diferentes
(siempre encuentra a alguien dispuesto a hacerlo). Una curiosidad, pues, que
despierta la nuestra como lectores y de todo ello se beneficia este libro.
Tom Bissell. |
Apóstoles: Historia y leyenda de los discípulos de Jesús (a mi entender, funciona mejor que el título original: Apostles: Travels Among the Tombs of the Twelve) (Ariel, 2016) es un libro que puede leerse
como varios a la vez: una historia de los Doce (u Once, o Trece…) Apóstoles que
Jesús de Nazaret reunió durante su predicación y viajes por el Israel o la
Palestina del primer tercio del siglo I de nuestra era; un libro sobre el
cristianismo, que incluye la historia, la teología, la escatología (el Apocalipsis
de san Juan), las disputas (hasta cierto punto incomprensibles) de los Padres
de la Iglesia en torno a la “sustancia” humana y divina (la pugna entre nicenos
y arrianos, por ejemplo, sin excluir después a adopcionistas, nestorianos o
monofisitas, entre otras sectas cristianas) y la Trinidad, e incluso la
anécdota sobre la historia sacra no exenta de interés y sustancia; un libro de
viajes en el que el autor, a veces en solitario y otras veces acompañado de
amigos, recorre el mundo en busca de las tumbas de esos Doce (o Más) Apóstoles,
y que le llevan por diversos lugares del mundo para seguir la pista de esos
hombres que, según el mandato de Cristo, debían extender el Mensaje y la Nueva
(de ahí el nombre de “Evangelio”) y encontrándose con gente diversa con quienes
habla sobre religión, arte y arquitectura; un estudio sobre los Evangelios
“sinópticos” y canónicos, según Mateo, Marcos y Lucas, así como el de Juan, que
no excluye también textos apócrifos (los Evangelios de Judas, Tomás, Marción,
Pedro, Bartolomé… y un largo etcétera), de modo que de la crítica de los textos
cristianos de los primeros tres siglos de nuestra era surge una compleja pero
amena discusión sobre la vida de Jesús y sus Apóstoles, y una discusión sobre
los propios evangelistas y el modo en el que relataron la historia de aquellos
personajes.
Cada capítulo del libro está
dedicado a un Apóstol y la tumba en la que, según la tradición, reposan sus
restos y sobre o alrededor de la cual se ha erigido una iglesia. Así, por orden
son:
- Judas Iscariote – Aceldama (Hakeldama) [“campo de sangre”], Jerusalén, por el lugar que Judas compró con las treinta monedas de plata y en el que se suicidó colgándose de un árbol.
- Bartolomé – basílica de San Bartolomé all’Isola, Roma, en la Isla Tiberina, construida por el emperador germánico Otón III.
- Felipe y Santiago (o Jaime) Alfeo – basílica de los Santos Apóstoles, Roma, donde reposarían los restos de san Felipe y Santiago el Menor.
- Pedro – basílica de San Pedro del Vaticano, Roma, sede de la principal iglesia (católica) del cristianismo y tumba del primer obispo y papa de Roma.
- Andrés – iglesia de Agios Andreas, Patras (Grecia), una de las principales basílicas ortodoxas y que cuenta con algunas reliquias de san Andrés.
- Juan – ruinas de la basílica de San Juan en Selçuk [Éfeso] (Turquía), construida para honrar al apóstol Juan (¿a la vez Juan el Evangelista?, se discute en el libro).
- Tomás – basílica de Santo Tomás, Chennai [antigua Madrás] (India), que permite al autor conocer de cerca la creciente Iglesia católica en la India.
- Simón el Zelote (o el Cananeo) y Tadeo – basílica de Saint Sernin, Toulouse (Francia), sobre dos apóstoles menores y de nombre discutido, especialmente Tadeo: ¿san Judas Tadeo? ¿Alfeo? ¿Cleofás?
- Mateo – el legendario monasterio de la Hermandad Armenia, Kurmanty o Svetly Mys/Ak Bolun (Kirguistán), donde supuestamente estarían los restos de san Mateo.
- Santiago el Mayor – catedral de Santiago de Compostela, fin de una ruta peregrina y del viaje del autor.
Se añaden dos capítulos sobre
Pablo de Tarso y sus viajes y cartas, y sobre Jesús “Christos” y las disputas
sobre su “esencia/sustancia” humana y divina.
La Asamblea de los Doce Apóstoles, principios del siglo XIV, Museo Pushkin, Moscú. |
Son muchos los temas alrededor
de Jesús de Nazaret, los Apóstoles y la teología cristiana que aparecen en el
libro, siempre con las fuentes primarias presentes, analizándolas y poniéndolas
en su contexto: del Israel que se entrevé en los Evangelios a los propios y (a
menudo) “misteriosos” evangelistas –en un momento determinado, Bissell
concluye: “los Evangelios, al final, nos hablan tanto de las propias
(auto)biografías de las comunidades como de los autores que los escribieron (y
produjeron)”–; de la búsqueda de la tumba de San Pedro en el Vaticano, que es
lo mismo que discutir sobre los viajes de este apóstol a la ciudad, o de las
cartas de San Pablo y la mirada a las diversas comunidades cristianas (judías y
gentiles) de las décadas posteriores a la muerte de Cristo; de las querellas
entre nicenos y arrianos por la naturaleza divina y humana de Jesús, de las
leyendas que a menudo atribuimos a los apóstoles (Mateo “el publicano”, por
ejemplo) o del rol jugado por apóstoles menos conocidos (Tadeo o San Judas Tadeo,
por ejemplo). El libro de Bissell remite, con precisión y rigor, a la pléyade
de debates que ha habido acerca de la formación del cristianismo, desde la
muerte de Jesús y hasta su establecimiento como religión oficial del Imperio
romano, un proceso largo, azaroso y que las fuentes de la época documentan con
visiones diferentes e incluso alternativas (de Orígenes a Eusebio de Cesarea,
pasando por Tertuliano). Como, a su manera, “historia del cristianismo” en los
primeros siglos, funciona muy bien.
Lo mejor del libro está en la
mezcla de registros y estilos que utiliza el lector: por un lado, el del
periodista curtido en viajes por diversos lugares del planeta, siempre con una
pregunta en la boca (por peregrina que sea), y que documenta con precisión e
interés la “realidad” de los lugares que visita, ya sea la problemática
israelí-palestina, la miseria y pobreza en algunos rincones de la India (sin paternalismo ni condescendencia
por su parte), el legado ruso en una exrepública soviética del Asia Central o
la vida en una ciudad griega moderna. Por otro, el del estudioso que ha leído a
fondo los textos, canónicos y apócrifos, de los tres primeros siglos del
cristianismo, así como una abundante bibliografía especializada, de manera que
es capaz de situar el lector, de una manera rigurosa pero al mismo tiempo amena
e inteligible (y es necesario hacerlo para temas como la consubstanciación), en
los diversos desafíos que plantea la crítica, “entre líneas”, de fuentes a
menudo dispares y contradictorias entre sí. Y también el del hombre de la calle
que, curiosidad en mano, se deja llevar por ese gusanillo que a menudo tenemos
y traza un retrato más humano de personas (incluido él mismo) que tienen
diversas experiencias o “sensaciones” acerca del cristianismo y la fe religiosa
en general; este es quizá el registro de Bissell que mejor puede conectar con
el lector, además de conseguir que el periodista y el estudioso del
cristianismo se complementen y equilibren en un texto que a la postre acaba por
fascinar. De hecho, cualquier lector interesado en la historia sagrada, y del
Nuevo Testamento en particular, encontrará muchos alicientes en este libro.
Estamos, pues, ante un libro que aporta una visión amena, subjetiva pero también
metódica y rigurosa del cristianismo inicial –hasta el siglo IV–, a través de
esos Doce Apóstoles, de sus tumbas y de los viajes del autor para encontrarlas…
que es lo mismo que para encontrarlos a ellos. Y de paso, por qué no,
encontrarse a sí mismo… que no deja de ser también una manera de que, con la
lectura, el interesado en la materia se encuentre (un poco al menos) a sí
mismo. “Conócete a ti mismo”, que decían en Delfos.
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