Edward Hopper (1882-1967) es el pintor que más
cercano está a la fotografía en el siglo XX. Su mirada pictórica en
muchas ocasiones (parece) evocar la técnica de una fotografía: la
perspectiva, las diagonales, la sensación de captar un instante
determinado, la posibilidad de detener el tiempo, la plasmación de
escenas cotidianas. Obviamente, su pintura no es como una fotografía,
aunque, leyendo a Susan Sontag, podría serlo: "Una fotografía no es
sólo una imagen (como un cuadro es una imagen), una interpretación de
algo real; es también un rastro, algo directamente estarcido de lo real,
como una huella o una máscara mortuoria" (On Photography,
2001, p. 154, traducción propia). Quizá la mayor diferencia entre ambos
medios es que la fotografía es la imagen directa mientras que la
pintura ofrece una mirada indirecta: del objeto o la escena a retratar,
pasamos a la retina y las manos del pintor, que lo refleja sobre el
lienzo en una intermediación que inevitablemente altera lo que él
(nosotros) ha (hemos) visto. Hasta cierto punto un cuadro no deja de ser
un trampantojo, un engaño puesto ante nuestra mirada, una figuración o
una simulación en la que aquello que se contempla trasciende sus propios
marcos (sus límites) y se nos presenta como algo que se proyecta más
allá de ese espacio delineado y estrictamente delimitado. Se podría
argüir que la fotografía (o el cine) también son un trampantojo, de modo
que la mirada a la instantánea no deja de ser ficcional, tamizada por
la ilusión y la sorpresa que las emociones y las sensaciones nos
inoculan cuando se produce el viaje en nanosegundos de la luz de esa
instantánea a nuestra retina. Al contemplar un cuadro de Hopper quizá
tengamos esas percepciones, de una ilusión visual que nos hace tener la
sensación de ver una imagen del tiempo detenido, como en una fotografía;
y que nos preguntemos, a su vez, qué hay en ese cuadro que nos llama
tanto la atención, o incluso qué pasa por la mente las personas
retratadas, qué piensan o qué dicen cuando varios personajes coinciden
en una misma estampa y el tiempo, veloz e inclemente, se detiene para
que podamos ser testigos de una escena de realidad.