30 de noviembre de 2020

Crítica de cine: Verano del 85, de François Ozon

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo

François Ozon, al modo de un Woody Allen, presenta con regularidad una película al año (o casi), y su manera de hacer cine siempre llama nuestra atención o como mínimo provoca la curiosidad; luego está por ver si esas expectativas se ven cumplidas. En 2019 comentamos Gracias a Dios (película del año anterior), un filme intenso y de necesaria denuncia social, y hoy toca hacerlo con este Verano del 85 con ecos a ese aire nostálgico ochentero que los estadounidenses saben presentar con resultados más que irregulares, y que (de)muestran que la mezcla de esos polvos llevan a unos sobrevaloradísimos lodos en la serie Stranger Things (Netflix: 2016-). Comentábamos entonces que en su ya larga trayectoria Ozon ha producido interesantes películas como Swimming Pool (2003), Ricky (2009), Potiche (2010), En la casa (2012), Joven y bonita (2013) y El amante doble (2017), que suelen poner el foco más en la forma que en el fondo; incluso en lo metanarrativo, como sucedía con la espléndida En la casa, y cuyo juego literario sobrevuela este filme, que a ratos desconcierta por la escasez argumental, pero que también seduce por el juego que el protagonista ofrece al espectador y que dirige con sus propias reglas. 

Desde el principio Alex(is) (Félix Lefebvre) marca el tono de una historia que, a modo de pliego de descargo, nos cuenta a través de flashbacks encadenados con un presente en el que el personaje debe lidiar con las consecuencias de un acto que se expone con una gravedad que luego se nos antoja algo exagerado… pero, y es importante remarcarlo, es la exageración propia de un adolescente de 16 años, edad que tiene el personaje. El marco es un verano en 1985 en una ciudad costera y turística de Normandía, seis semanas que trastornan al personaje en un momento de iniciación sexual y amorosa. Cuando una tormenta inesperada hace volcar la barca en la que Alex navega, la salvación (y también vista desde los ojos impresionables de un muchacho) llega de la mano de David Gorman (Benjamin Voisin), con quien iniciará una relación de “más que amigos” y que se convertirá en el cadáver que Alex “espoileará” en ese momento. Entre ambos surge el amor (adolescente), siendo David apenas un par de años mayor que Alex, un espíritu libre que huye de toda atadura, incluso emocional. En esas seis semanas Alex exprimirá al máximo la devoción hacia/el aprendizaje personal con David. Desde este lado de la pantalla observamos esa historia de descubrimiento del personaje, la fascinación por David, las diferencias que el muchacho percibe entre su aburrido núcleo familiar y el chocante microuniverso que forman David y su algo alocada madre (Valeria Bruni-Tedeschi), lo que significa un amor de verano, etc. Al mismo tiempo, Alex debe decidir qué hacer a partir de otoño, si seguir estudiando o ponerse a trabajar (y en esto último los Gorman pueden ponérselo fácil). Una absurda muerte lo zanjará todo y provocará la causa de las dificultades de Alex en el presente. 

Queda la sensación de que Ozon, que escribe el guion y se inspira libremente en la novela Dance on My Grave de Aidan Chambers (1982), ha proyectado en los personajes (sobre todo en Alex) inquietudes e incluso vivencias de juventud. Pero lo que aparentemente se muestra como una (tópica) película de amores adolescentes (en la senda de Call Me by Your Name) se tiñe de esos aires metanarrativos que al director galo le gusta emplear en algunas de sus películas, con un juego de verdades y mentiras que no quedan claras y una estructura narrativa que induce a que el espectador deba seguir las pistas que le deja el personaje/escritor. Y es que Alex, que tiene talento para contar historias, juega también con otros personajes, como el profesor Lefèvre (Melvil Poupaud), que exige capítulos nuevos a la historia que escribe Alex (y que sirva de defensa del caso criminal al que se enfrenta el muchacho) y que recuerda vagamente al que interpretara Fabrice Luchini en la mencionada En la casa. Esta sensación de no quedar claro qué hay de cierto en lo que cuenta Alex, discernir qué parece sobredimensionado en las emociones del personaje y hasta qué punto es realmente crítico el lance sobre el que éste debe responder, es lo que mantiene el interés del filme hasta un final en el que un efecto suflé también se apodera del filme. Nos queda la duda, a la postre, de si el creador también ha querido jugar con nosotros, espectadores, y si en el fondo nos hemos dejado camelar por todo el engranaje. 


El resultado es un filme más interesante en pantalla de lo que parecía proponer sobre el papel y que nos permite recrearnos en nuestras propias expectativas sobre una historia que no podemos controlar. Los jóvenes Lefebvre y Voisin ofrecen frescura y espontaneidad en la composición de unos personajes que no tienen por qué explicar sus sentimientos, ni a los demás personajes y mucho menos a los que contemplamos su historia desde el patio de butacas (o el sofá de casa, pues pronto la película llegará a Filmin); quizá en el caso de Voisin haya algo un extra de impostación en un joven rebelde que hace y deshace a su antojo. Quizá, también, al final el dramatismo que Alex exhibe en el inicio del filme sea excesivo a tenor de la chiquillada que parece ser que comete; pero no olvidemos que es un muchacho de dieciséis años que durante seis semanas vivió a tope una historia de amor que no tenía visos de sobrevivir al verano. Quizá, por último, Ozon ha querido entretenerse sin más y divertirse a nuestra costa como espectadores. Sea como fuere, su juego valió la pena.

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