30 de septiembre de 2019

Reseña de El bestiario de las catedrales, de Mario Agudo Villanueva

A veces el título de un libro e incluso su cubierta pueden dar pie a engaño: puede parecer que versa sobre un aspecto que nos interesa o pica la curiosidad y acabar tratando aspectos no necesariamente diferentes, pero sí enfocados desde otra perspectiva. Miremos este caso: el título es sugerente, pues relaciona dos elementos que llaman la atención y para bien (bestiarios y catedrales); y el diseño de la cubierta, con esas imágenes de gárgolas y seres fabulosos que remiten a ese elemento decorativo en los canalones de desagüe de los techos de las catedrales, ¡cómo no va a resultar atractivo! Más de un lector pensará en novelas y libros sobre el tema, otro evocará alguna película o incluso aquella serie de televisión que tan buen sabor de boca le dejó (o quizá no). Pero es que este libro no trata de eso, de gárgolas y el imaginario de seres fantasmagóricos, infernales. Sí es cierto que indirectamente ambas cuestiones, catedrales (sobre todo románicas) e imágenes de animales y seres fantásticos, están presentes en este libro; pero no son el quid de la cuestión. ¿Y entonces? ¿De qué va el libro? Pues quédese el lector con el subtítulo, que en este caso viene arriba del todo en la cubierta: “Animales y seres fantásticos del mundo antiguo al medievo cristiano”; este es el auténtico quid de la cuestión y el leitmotiv de este, lo anticipamos, delicioso volumen y con el que el lector curioso no se sentirá decepcionado (o al menos no debería). 

Mario Agudo Villanueva
El bestiario de las catedrales de Mario Agudo Villanueva (Almuzara, 2019) es un viaje a través de los siglos, los textos y el imaginario sobre animales, reales y fantásticos, y con el arte y los mitos como soportes y significados. Un viaje que nos lleva de la Grecia clásica (o más allá, con algunos ejemplos del Egipto faraónico, la Persia aqueménida o incluso la China milenaria) a los tiempos medievales subidos a lomos (si se dejan) de esos animales que, de un modo u otro, han sido objeto de estudio científico en algunos casos y de (re)elaboración legendaria en muchos otros. De entrada, ¿qué son los bestiarios? Pues se trata de «obras literarias donde se presentan las particularidades de cada especie con su correspondiente significación doctrinal según la fe cristiana (…) Manuales pseudocientíficos, enciclopedias de saberes populares, compilaciones didácticas, tratados de virtudes y vicios o manuales zoológico-simbólicos» (p. 44). Estos bestiarios, y seguimos cediendo la voz al propio Agudo, «presentan un mundo animal y mineral alegorizado, dotado de un matiz moralizante. Cada ejemplar se vincula a unas propiedades específicas con una intención fabuladora. La fauna se convierte en un espejo de los vicios y virtudes humanas, se antropologiza» (p. 45). 

Un león, por ejemplo, representa mucho más que la manida visión del «rey de la selva» en la imagen occidentalizada de un referente africano; podríamos pensar en la antropoformización, en cuanto a simbolismos, de su papel como rey de los animales en el Llibre de les bèsties de Ramon Llull (y que formaba parte de su magna obra Fèlix o Llibre de les meravelles [1287-1289]); de hecho, el león era una figura con un significado polisémico: símbolo de la fuerza, imagen de Cristo resucitado, protector y guardián (ya en tiempos griegos o incluso anteriores, hititas)… pero también podía ser una entidad maléfica, diabólica, con esa fuerza fuera de control y capaz de devorar a los hombres. Pensemos, también, en mitos precedentes alrededor de esta imagen del león como una criatura monstruosa; mitos griegos como el de Heracles y la caza del león de Nemea, cuya piel vestiría como armadura y su cabeza como yelmo, y que también ha pasado al imaginario colectivo, para el caso que nos trae, cristiano, y de ahí su representación en múltiples imágenes en capiteles y relieves. Y por no mencionar que el león es uno los cuatro tetramorfos: es decir, uno de los símbolos de los evangelistas, consistentes en cuatro figuras humanas con cabeza de animal (citamos la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua), y que se asocia a San Marcos. 

Leones en el crismón en el tímpano de la Magna Porta de la catedral de San Pedro de Jaca.
Fuente: Románico Aragonés.


He aquí uno de los muchos, muchos ejemplos que el lector podrá encontrar en este libro, distribuido en nueve bloques o capítulos, ocho de los cuales se dedican a comentar el simbolismo de una serie de animales que podemos encontrar representados en el arte medieval (sí, el de las catedrales del título del libro). El primer bloque nos sitúa en el contexto general de ese arte medieval y funciona también a modo de introducción metodológica del volumen. Por resumir brevemente los siguientes y para que se haga una idea el lector sobre este volumen y su contenido «real», el segundo bloque se refiere a animales sagrados e híbridos fantásticos (leones, águilas, grifos, esfinges); el segundo, a los animales que surgen de las entrañas de la tierra (serpientes, dragones [con un significado muy diferente al de la cultura china, mucho más positivo], basiliscos, gorgonas, catoblepas [descubrí lo que son] y erinias); el cuarto, a animales poderosos cuadrúpedos y con cuernos (toros, carneros, ciervos, corderos); del quinto al séptimo, a las aves, ya sean consideradas sagradas (pelícanos, el ave fénix, pavos reales, palomas e ibis), virtuosas (cigüeñas, abubillas, grullas, garzas, tórtolas, gallos y otras) o monstruosas (sirenas [más allá de las marinas] y harpías); el octavo bloque se dedica a equinos (centauros, caballos, asnos), elefantes, camellos y dromedarios; y el noveno a aquellos animales que completan el arcas de Noé (monos, cánidos, félidos, peces, reptiles y anfibios, conejos, liebres,…). Queda un epílogo en el que, sin ánimo de exhaustividad pero abriendo el apetito al lector (consulte la bibliografía), Agudo analiza la imagen de animales en las representaciones del diablo y el infierno: la guinda del pastel. Y cierra el volumen una coda que sirve de resumen de cada uno de los animales tratados y con una imagen en una iglesia, catedral o bestiario ilustrado. 

Se habrá percatado el lector, o ya habrá llegado a sus propias conclusiones, que en esta relación de animales y seres fantásticos hay mucho elemento griego. Y es que el arte cristiano, como su propio simbolismo, bebe mucho de los mitos; y es que, y es otra de las primeras conclusiones del volumen, hay una continuidad entre el mundo antiguo y los tiempos medievales en cuanto a iconografía y simbología que traspasa los siglos (léase el primer bloque al respecto, Agudo lo desarrolla con una claridad expositiva no exenta de perspicacia); del mismo modo, los textos clásicos, de Plinio el Viejo a Ovidio, pasando por Esopo, Aristóteles y, por supuesto, Homero, se hermanan con fuentes medievales y cristianas, incluidos manuales como el Physiologus (texto redactado posiblemente en la Alejandría de los siglos II a IV de nuestra era y que describe a muchos animales y criaturas fantásticas) y sirve de particular (y no exclusiva) hoja de ruta para conocer en detalle la variedad de interpretaciones que se han dado a los habitantes del mundo animal a lo largo de siglos, milenios incluso. 

Pavos reales, y corderos en el mosaico del ábside de la basílica de San Clemente de Letrán, en Roma, c. 1200.
 Fuente: Wikipedia.


No es este un libro que se limite a ser un (árido) catálogo de animales: Agudo engarza la palabra de los textos clásicos y medievales (en la relación bibliográfica final se especifican las ediciones utilizadas) con la imagen, que comenta y sitúa en su contexto; y todo ello lo hace con detalle y curiosidad, con pasión y rigor, de modo que nos encontramos con un volumen que, desde luego (y afortunadamente), va muchísimo más allá de lo que parecen sugerir su título y cubierta, y nos abre el apetito, propósito que aún engrandece un trabajo honesto, en el mejor sentido de la (altísima) divulgación y que también se nutre de trabajos académicos citados en las numerosas (y utilísimas) notas a pie de página. Y, terminamos, no nos sorprende el buen hacer de Mario Agudo Villanueva: ya lo hizo, al menos en lo que servidor haya podido leer, en Atenas. El lejano eco de las piedras (Confluencias, 2018) y lo ha demostrado en publicaciones como la revista Románico y en la plataforma digital Mediterráneo Antiguo.

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