12 de enero de 2018

Crítica de cine: Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Wenchman

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
 
En 2013 el videoartista y cineasta Gustav Deutsch realizó una película que en sí misma fue todo un desafío: lograr que el espectador se “metiera” en una serie de cuadros de Edward Hopper (1882-1967); y para ello la técnica utilizada fue recrearlos con actores reales, de carne y hueso, pero mimetizando hasta el último detalle el estilo, los colores y el entorno de varias de las obras del pintor estadounidense. Y así surgió Shirley. Visiones de una realidad (tráiler): una fascinante película que no sólo permitía que los cuadros de Hopper “cobraran vida”, sino también contar la historia de Shirley, ficticia “constructora” de un relato que se ubicaba entre 1931 y 1963, y con una voz en off sacada de noticiarios de radio que contextualizaba cada secuencia/cuadro. Una apuesta cinematográfica muy atractiva que no tuvo demasiado recorrido por nuestro país cuando se estrenó, en el verano de 2014, pero que valía la pena. Confiemos ahora en que Loving Vincent (2017), con coproducción anglo-polaca, tenga una mayor visibilidad en la cartelera española, pues también supone todo un tour de force artístico… y cinematográfico: recrear algunos cuadros del pintor neerlandés en un filme “pintado al óleo”. Y para ello 125 artistas de todo el mundo pintaron a mano más de 65.000 fotogramas animados, logrando que el estilo, el trazo, la técnica de Van Gogh “reviva” y parezca casi real. Tan real como que la película se rodó primero con actores de carne y hueso y posteriormente se “pintó” para adquirir la textura de los cuadros del pintor.


Loving Vincent parte de un cortometraje escrito y dirigido por la directora (y también pintora) polaca Dorota Kobiela, quien, con la ayuda de su marido Hugh Welchman lo transformó en largometraje. Ambos, junto con el también polaco Jacek Dehlen, escribieron el guion del filme. En 1891, un año después de la muerte de Vincent van Gogh (Robert Gulaczyk), el joven Armand Roulin (Douglas Booth), hijo de un cartero amigo del pintor (Chris O’Dowd), recibe el encargo de entregar a Theo van Gogh una carta de su hermano. Armand no comprende el porqué de la misión, sobre todo cuando descubre que Theo ha muerto. A partir de ahí, viajará de París a Auvers-sur-Oise, localidad en la que Vincent residió unos meses hasta su muerte: aparentemente, un suicidio tras dispararse en el estómago y agonizar durante dos días. En esta localidad francesa, el joven Roulin conocerá a varios personajes que mantuvieron un contacto más o menos cercano con Vincent: la posadera Adeline Ravoux, quien alojó al pintor en una de sus habitaciones; un barquero, que solía ver cómo Vincent pintaba a la orilla del río; el doctor Gachet (Jerome Flynn), quien dirige un sanatorio en Auverse, es pintor amateur y mantuvo una relación muy estrecha con el pintor; su hija Marguerite (Saoirse Ronan), que inicialmente le cuenta a Armand que no tenía demasiado trato; o la ama de llaves de los Gachet, Louise Chevalier (Helen McCrory), arisca y que no confiaba en las intenciones del pintor, a quien veía como alguien desequilibrado e incluso peligroso. Todos ellos trataron a Vincent en sus últimas semanas, le vieron pintar cientos de cuadro y fueron testigos de cómo su estado de ánimo fue cambiando hasta su desenlace. Pero Armand no está satisfecho con la, digamos, “versión oficial” y querrá saber cómo fueron los últimos días de Vincent y si realmente se suicidó.  

Estamos ante una película prodigiosa (sí, ese es el adjetivo que uno puede llegar a verbalizar cuando se sienta en la butaca y contempla esta obra de arte “animada”). Recrear una serie de cuadros de Vincent van Gogh (en la web de la película se puede “observar” el proceso de “fabricación” de este filme, los cuadros –casi un centenar recreados fielmente y otros treinta y tantos representados parcialmente– y personajes seleccionados, etc.) es una labor artesanal que provoca admiración, por encima de todo; el uso del blanco y negro en los flashbacks, además, es una acertada alternativa para que el espectador no quede saturado. El storytelling, además, no se supedita sin más a la imagen y nos permite conocer un poco mejor a un artista que nació como tal siendo adulto y que pintó más de ochocientos cuadros (y sólo vendió uno) en los últimos ocho de sus treinta y siete años de vida. ¿De dónde surgió esa pasión? ¿Qué impulsaba a alguien aparentemente taciturno, pero con una energía desbordante e incluso violenta en ocasiones? Todos tenemos en la mente la imagen (y la historia) de Vincent cortándose la oreja en un arrebato; su amistad de ida y vuelta con Paul Gauguin o ese colorido de su amplísima obra. Van Gogh, el genio postimpresionista, el adalid de un cambio de era en la pintura. Pero esta película nos presenta a Vincent, el artista atormentado y de carácter voluble, la persona más que el genio de la pintura. Y de manera indirecta, a través de los ojos (y también la furia) del joven Armand, a quien Vincent pintara cuando tenía 17 años de edad. Armand iniciará una odisea personal para descubrir cómo murió Vincent y por el camino conocerá a la persona, al hombre (“quiere saber tanto sobre su muerte, pero ¿qué sabe usted sobre su vida?”, le interpelará Marguerite en un momento determinado); y nosotros, espectadores, realizaremos ese viaje de la mano de Armand y a través de los propios cuadros de Van Gogh. 


El resultado es una película de “animación” que trasciende el propio género en el que se ha realizado y que juega con la imagen para desarrollar un fondo, para contar una historia (¿se suicidó Vincent? ¿fue una muerte accidental?); pero también es un interesantísimo relato sobre la pasión que rodea, encarna o incluso domina a un artista; una pasión que se convierte en obsesión para Vincent y en misterio para quienes le rodean… o lo buscan. Una película visualmente mágica, que logra que nos “metamos” en una serie de cuadros, que sigamos del hilo de Ariadna y tratemos de saber quién fue Vincent van Gogh. Una empresa mayúscula que logra alcanzar su propósito sin naufragar, sin quedar como algo vacío o estéril: el Arte se convierte en razón de ser en este precioso lienzo cinematográfico. Y que una vez terminado tienes ganas de volver a ver…a contemplar como la obra de arte que mimetiza, que recrea, que “es”.

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