30 de noviembre de 2017
29 de noviembre de 2017
28 de noviembre de 2017
27 de noviembre de 2017
Canciones para el nuevo día (2351/1580): "Make Me Smile (Come Up and See Me)"
Steve Harley & Cockney Rebel - Make Me Smile (Come Up and See Me)
24 de noviembre de 2017
Reseña de El instante más oscuro: Winston Churchill en mayo de 1940, de Anthony McCarten
Nota: esta reseña parte de una lectura del original en inglés.
«En aquel mes de mayo, Winston Churchill se convirtió
en Winston Churchill».
De tanto en tanto aparecen libros que recopilan
discursos que “han hecho” historia y que con una clara voluntad motivacional,
recogen la esencial de un personaje y las palabras que pronunció en un momento
determinado: así, de Discursos que
inspiraron la historia de Jacob Field (EDAF, 2014) pasamos al reciente Cien
años de grandes discursos: desde 1916 hasta la actualidad de Francisco García
Lorenzana (Plataforma, 2017), sin dejar de lado una selección de las mejores
piezas oratorias de Barack Obama, Un mundo
mejor para nuestros hijos: discursos 2009-2016 (Duomo Ediciones, 2017),
considerado el mejor orador de los tiempos recientes (incluso más allá del «Yes, We Can!”»), nos aventuraríamos a decir que el discurso está de moda;
aunque la cosa seguramente va por barrios: por nuestros lares la ciudadanía no
aprecia demasiado la oratoria de los políticos, aunque se conceda algún premio a Mariano Rajoy como el mejor orador parlamentario. Probablemente se recuerden pocos
discursos de Rajoy (o de cualquiera de los otros líderes políticos; en cambio sí
se suelen citar pifias y frases provocadoras), pero de Winston Churchill
prácticamente todo el mundo recordará cuando declamó aquello de «no tengo
nada que ofrecer [al pueblo británico] sino sangre, esfuerzo, lágrimas y
sudor» (I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat). La ocasión fue un
pleno de la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940, y fue su primera
intervención como primer ministro británico ante sus colegas parlamentarios,
tras la dimisión de Neville Chamberlain, cuatro días antes, forzado por la
desastrosa operación británica en Noruega (y de la que el propio Churchill,
como Primer Lord del Almirantazgo, por segunda ocasión desde 1915, tenía una
cierta responsabilidad). Y es que los discursos ayudan a forjar la leyenda de
un personaje, más en el caso de alguien tan peculiar como Winston Churchill y
que en el imaginario colectivo se asocian al coraje, la audacia y la
resistencia.
23 de noviembre de 2017
22 de noviembre de 2017
21 de noviembre de 2017
20 de noviembre de 2017
17 de noviembre de 2017
Crítica de cine: Una razón para vivir, de Andy Serkis
Quizá no haya nada tan elástico en el mundo del
cine como la etiqueta “basado en hechos reales”; de hecho, es un género
en sí mismo: dices “voy a ver una película basada en hechos reales” y
mucha gente ya se hace una idea de qué vas a ver al cine. La televisión
se nutre habitualmente de producciones “basadas en hechos reales” que
suelen emitirse los fines de semana, muchas veces en horario de
sobremesa. A veces, esa “historia basada en hechos reales” tiene el
suficiente empaque, medios, actores de relieve y quizá algún director
que hace tiempo se durmió en los laureles como para que se estrene en la
gran pantalla y con todo lujo de detalles sobre lo emotiva, llena de
coraje e impactante –lo que a veces suele ser un eufemismo de
lacrimógena, sobreactuada y llena de tópicos– que es dicha producción.
Cinismos al margen (no estoy diciendo de entrada que esta película
acumule esos epítetos y calificaciones… ¿o quizá sí?), lo cierto es que
un filme “basado en hechos reales” suele llamar la atención, pues nos
traslada a historias de personas normales como tú y yo en situaciones
vitales en las que muchos de nosotros no habríamos sabido qué hacer o
cómo tirar para adelante. Sí, es fácil criticar este tipo de productos
cinematográficos… pero quizá sea porque no nos ha tocado lidiar con esos
problemas. O porque somos alérgicos al dramatismo. Vale, lo admito, he
caído de nuevo en el cinismo…
16 de noviembre de 2017
15 de noviembre de 2017
14 de noviembre de 2017
13 de noviembre de 2017
11 de noviembre de 2017
Crítica de cine: La librería, de Isabel Coixet
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Publicada en inglés en 1978 –la edición castellana, a cargo de Impedimenta, es de 2010–, La librería de Penelope Fitzgerald se convirtió pronto en un éxito de crítica (fue finalista del Premio Booker, galardón que ganó en 1979 por su novela Offshore [A la deriva, Mondadori, 2000]) y una novela que se ganó el cariño de muchos lectores en los años, décadas incluso, siguientes. Y eso que Fitzgerald (1916-2000) “tardó” en convertirse en escritora: su primer libro, una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, se publicó en 1975, iniciando una obra en la que alternó un género tan británico como la biografía con las novelas, el ensayo y el cuento. Pero es que de casta le venía al galgo, se podría decir: su padre, Edmund Fox, fue editor de la revista Punch en los años treinta y cuarenta, y su tío, Ronald Knox, autor de novelas negras. Fitzgerald trabajó en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial, se casó después y formó una familia, tarea que combinó con un empleo de media jornada en una librería, donde adquirió la experiencia que plasmaría en su novela de 1978. No sería hasta los años sesenta, ya crecidos los niños, que pudo regresar por completo al ámbito laboral, como profesora en una academia de arte dramático y, una vez retirada, como escritora a tiempo completo. Una vida plena, pues, que reflejó en algunas de sus novelas, como en La librería y que, tarde o temprano, alguien se atrevería a llevar a la gran pantalla. Y así ha sido, de la mano de la directora española Isabel Coixet, que también se ha encargado de la adaptación del libro al guion.
Publicada en inglés en 1978 –la edición castellana, a cargo de Impedimenta, es de 2010–, La librería de Penelope Fitzgerald se convirtió pronto en un éxito de crítica (fue finalista del Premio Booker, galardón que ganó en 1979 por su novela Offshore [A la deriva, Mondadori, 2000]) y una novela que se ganó el cariño de muchos lectores en los años, décadas incluso, siguientes. Y eso que Fitzgerald (1916-2000) “tardó” en convertirse en escritora: su primer libro, una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, se publicó en 1975, iniciando una obra en la que alternó un género tan británico como la biografía con las novelas, el ensayo y el cuento. Pero es que de casta le venía al galgo, se podría decir: su padre, Edmund Fox, fue editor de la revista Punch en los años treinta y cuarenta, y su tío, Ronald Knox, autor de novelas negras. Fitzgerald trabajó en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial, se casó después y formó una familia, tarea que combinó con un empleo de media jornada en una librería, donde adquirió la experiencia que plasmaría en su novela de 1978. No sería hasta los años sesenta, ya crecidos los niños, que pudo regresar por completo al ámbito laboral, como profesora en una academia de arte dramático y, una vez retirada, como escritora a tiempo completo. Una vida plena, pues, que reflejó en algunas de sus novelas, como en La librería y que, tarde o temprano, alguien se atrevería a llevar a la gran pantalla. Y así ha sido, de la mano de la directora española Isabel Coixet, que también se ha encargado de la adaptación del libro al guion.