24 de noviembre de 2017

Reseña de El instante más oscuro: Winston Churchill en mayo de 1940, de Anthony McCarten


Nota: esta reseña parte de una lectura del original en inglés

«En aquel mes de mayo, Winston Churchill se convirtió en Winston Churchill».

De tanto en tanto aparecen libros que recopilan discursos que “han hecho” historia y que con una clara voluntad motivacional, recogen la esencial de un personaje y las palabras que pronunció en un momento determinado: así, de Discursos que inspiraron la historia de Jacob Field (EDAF, 2014) pasamos al reciente Cien años de grandes discursos: desde 1916 hasta la actualidad de Francisco García Lorenzana (Plataforma, 2017), sin dejar de lado una selección de las mejores piezas oratorias de Barack Obama, Un mundo mejor para nuestros hijos: discursos 2009-2016 (Duomo Ediciones, 2017), considerado el mejor orador de los tiempos recientes (incluso más allá del «Yes, We Can!”»), nos aventuraríamos a decir que el discurso está de moda; aunque la cosa seguramente va por barrios: por nuestros lares la ciudadanía no aprecia demasiado la oratoria de los políticos, aunque se conceda algún premio a Mariano Rajoy como el mejor orador parlamentario. Probablemente se recuerden pocos discursos de Rajoy (o de cualquiera de los otros líderes políticos; en cambio sí se suelen citar pifias y frases provocadoras), pero de Winston Churchill prácticamente todo el mundo recordará cuando declamó aquello de «no tengo nada que ofrecer [al pueblo británico] sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor» (I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat). La ocasión fue un pleno de la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940, y fue su primera intervención como primer ministro británico ante sus colegas parlamentarios, tras la dimisión de Neville Chamberlain, cuatro días antes, forzado por la desastrosa operación británica en Noruega (y de la que el propio Churchill, como Primer Lord del Almirantazgo, por segunda ocasión desde 1915, tenía una cierta responsabilidad). Y es que los discursos ayudan a forjar la leyenda de un personaje, más en el caso de alguien tan peculiar como Winston Churchill y que en el imaginario colectivo se asocian al coraje, la audacia y la resistencia. 

Anthony McCarten
Hoy día se recuerda esa frase (y el discurso correspondiente) y forma parte de la leyenda de Churchill como el político que salvó al Reino Unido ante el arrollador avance alemán (la Blitzkrieg) en aquella primavera de 1940; una guerra relámpago que, preludiada por la conquista de Dinamarca en un solo día de abril, llegó a su máximo esplendor con el ataque sobre Europa occidental el 10 de mayo y se hizo en pocas semanas con los Países Bajos, Bélgica y (para sorpresa general y trauma local) Francia. La imagen de Churchill como el bulldog británico, paradigma de la tenacidad e inasequible al desaliento, se labró en las semanas posteriores a su llegada al número 10 de Downing Street y ha perdurado hasta la actualidad. Churchill se erigió en lo contrario a la política de apaciguamiento que encarnaron Neville Chamberlain y el ministro de Asuntos Exteriores, Lord Halifax, quienes en los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial creyeron firmemente que se podía negociar con Adolf Hitler para poner coto a su expansionismo por Europa y evitar así otra guerra general en el continente europeo. Churchill, en cambio, se había mostrado siempre opuesto a toda política conciliatoria con Hitler y de hecho entre 1936 y 1939 pareció que predicaba en el desierto. 

Con su libro El instante más oscuro: Winston Churchill en mayo de 1940 (Editorial Crítica)–Darkest Hour: How Churchill Brought Us Back From the Brink, en el original–. escrito en paralelo con el guion de la película homónima que llegará a España en enero de 2018 –a su vez, dirigida por Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación, Anna Karenina) y protagonizada por Gary Oldman, que encarnará a Churchill–, Anthony McCarten se propone analizar a fondo las primeras cuatro semanas de Winston Churchill como primer ministro, desde su nombramiento el 10 de mayo y hasta que se culminó la evacuación de la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF, por sus siglas en inglés) en Dunquerque, el 4 de junio. Y en ese análisis surge una imagen “diferente” de la que el pueblo británico (y el resto del mundo) ha tenido de su premier: la de alguien que, sometido a una enorme presión ante el exitoso avance de Alemania que barrió a holandeses, belgas y sobre todo franceses, se planteó “considerar” una eventual oferta de paz con los alemanes, con mediación de la Italia de Benito Mussolini (quien, por su parte, barajaba la posibilidad de entrar en la guerra del lado alemán); e incluso se “valoró una cesión de territorios británicos en el Mediterráneo (Malta, por ejemplo), la importantísima plaza de Gibraltar o colonias en el África oriental. Una presión ejercida por la labor de un Halifax que, oponiéndose a Churchill y con el apoyo de Chamberlain y no pocos miembros del Partido Conservador, consideraba que una lucha sin cuartel ante quien parecía ser un vencedor indiscutible (Hitler), lo mejor para el Reino Unido y la supervivencia de su imperio era no cerrarse en banda a una oferta de paz, en caso de que se produjera, y no perder más vidas humanas en Europa. Una victoria de Hitler era vista en aquellos días del mes de mayo como una certeza muy plausible; y, aunque la opinión pública no debía saberlo, el derrotismo se hizo saber en parte del Gabinete de Guerra que Churchill nombró cuando recibió el encargo del rey Jorge VI de presidir el Gobierno. 

Churchill saliendo de Downing Street y acompañado de sir Kingsley Wood y Anthony Eden, 10 de mayo de 1940.
El libro muestra, en su núcleo central, a un Churchill atosigado y en horas bajas, a menudo sobrepasado por la actualidad de una guerra que parecía perdida, con unos aliados en Europa que se sometían paulatinamente a la máquina de guerra alemana y con un aliado al otro lado del océano Atlántico, los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt, que oficialmente enarbolaban una estricta neutralidad y un aislamiento internacional que pocos meses después pasaría a una no beligerancia y algunos acuerdos de ayuda con el Reino Unido; pero esto último Churchill no pudo conseguirlo, para su desesperación, en mayo de 1940 (otro gallo habría cantado, desde luego). Winston inauguró su cargo de primer ministro con energía, pero también con cautela, y dispuesto a revertir el derrotismo que impulsara la caída de Chamberlain. La oratoria y la perseverancia serían sus principales armas en aquellas semanas de primavera. Al discurso ante los Comunes del día 13, seguiría un mensaje a la nación retransmitido por la BBC el 19 de mayo, que logró una enorme aceptación popular, y el también famoso discurso “We Shall Fight on the Beaches” (Lucharemos en las playas), pronunciado en la Cámara de los Comunes el 4 de junio. Tres discursos para enmarcar y recordar; tres piezas que presentaban al mundo a un hombre que jamás se rendiría. 

 El libro de McCarten se centra, en una segunda parte, en esas cuatro semanas de mayo. Pero, tras un capítulo que plantea la caída de Chamberlain y la designación de un nuevo primer ministro, McCarten dedica prácticamente una primera parte a conocer a Churchill como personaje, protagonista y a la postre héroe. Y frente a Winston, su principal rival en esas semanas: Lord Halifax. Edward Frederick Lindley Wood, 2º vizconde de Halifax, también había estado en la terna para escoger al sucesor de Chamberlain, y habría sido un primer ministro que la mayor parte de los conservadores hubiera recibido con muy buenos ojos, además del cálido beneplácito del rey Jorge VI. La biografía de ambos personajes preludia el duelo en toda regla que focaliza la segunda mitad del libro de McCarten: la resistencia a ultranza de uno frente al posibilismo negociador del otro. Y es que la reputación de Churchill no pasaba por sus mejores momentos en aquellos primeros días de mayo de 1940: considerado como alguien demasiado agresivo y poco fiable (aún le perseguía el fiasco de Galípoli en la Primera Guerra Mundial, operación naval que impulsó como Primer Lord del Almirantazgo); alguien demasiado impulsivo, con una labor política errática y visto incluso como un “chaquetero” (de los conservadores a los liberales, luego de regreso a la casa tory pero siempre siendo un verso suelto). Halifax, por el contrario, había desempeñado con eficacia un virreinato de la India, apoyando incluso el proceso de autonomía que los políticos indios (con Gandhi a la cabeza) exigían, y como ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Chamberlain creía en que la política internacional debía hacerse con “racionalidad” y pragmatismo. Así pues, Churchill y Halifax eran como el aceite y el agua, pero ello no impidió que el primero mantuviera al segundo en su Gabinete; probablemente porque una renuncia de Halifax, que gozaba del apoyo de gran parte del Partido Conservador así como de la opinión pública, podría desembocar en su propia caída como primer ministro. Un dilema más con el que debía lidiar Winston: mantener un Gobierno de perfil agresivo o contemporizar con quienes propugnaban una política más “racional”.

Es de suponer que la película con guion de McCarten incidirá en la personalidad y las actitudes opuestas de Churchill y Halifax, y por ello el libro resulta tan atractivo de entrada... y más en los últimos tiempos en el que la ficción cinematográfica y serial parece “volver” a la figura de Winston Churchill: véase, por ejemplo, el éxito de la serie The Crown (Netflix, 2017-), en la que la figura del primer ministro –en la sólida (y sorprendente) interpretación del estadounidense John Lithgow– adquiere una gran relevancia, o el buen hacer de la película para televisión Churchill’s Secret (ITV, 2016), que plantea el “secreto de Estado” alrededor del pésimo estado de salud de un octogenario Churchill en 1953, cuando asumió de nuevo el cargo de primer ministro. Casi en paralelo con la película de Wright, de próximo estreno, hace poco se estrenó Churchill (Jonathan Teplizky, 2017), filme que sitúa a un agotado primer ministro en vísperas del lanzamiento de Overlord, la operación de desembarco aliado en Normandía en junio de 1944. Tenemos Winston Churchill para rato… y este libro de McCarten llega probablemente en el mejor momento. Un libro, además, que incide en la caótica vida personal de Winston (pacientemente soportada por su esposa Clementine) en aquel período: su afición desmedida por el alcohol y sus escasas horas de sueño o sus derroches financieros (a costa del erario público). Pero también sus maratonianas jornadas de trabajo (y más en alguien de casi setenta años), con varios viajes a Francia para persuadir al Gobierno y el Alto Mando militar galos a resistir; las reuniones constantes con el Gabinete de Guerra, muchas de ellas en horario nocturno (hecho que sacaba de quicio a un Halifax de costumbres más sobrias); la labor incisiva y detallista en la elaboración de los discursos que marcarían su fama postrera, buscando siempre la palabra adecuada, y que patentizan la honda cultura de quien había leído a los autores clásicos y se había especializado en la oratoria

 El resultado es un libro de lectura amena y apasionante, que en apariencia no cuenta nada nuevo, pero que en realidad ofrece una imagen “diferente” de un primer ministro asediado por las presiones del cargo y en momentos en los que el Reino Unido, por no decir el “mundo libre”, se jugaban su propia existencia frente a la posibilidad de un dominio alemán en toda Europa. Un libro que certifica, por si alguien aún tiene dudas, por qué Winston Churchill se ha convertido en un icono. Un libro, recuperando la cita inicial y que corresponde al epílogo, que nos permite ver cómo “un” Winston Churchill (más desconocido para nosotros) se “convirtió” en “el” Winston Churchill que ha pasado a la historia. Lo cierto es que, aun sin la película, el libro ya tiene más que suficientes alicientes para interesar al lector. Y sevidor lo corrobora.

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