11 de noviembre de 2017

Crítica de cine: La librería, de Isabel Coixet

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Publicada en inglés en 1978 –la edición castellana, a cargo de Impedimenta, es de 2010–, La librería de Penelope Fitzgerald se convirtió pronto en un éxito de crítica (fue finalista del Premio Booker, galardón que ganó en 1979 por su novela Offshore [A la deriva, Mondadori, 2000]) y una novela que se ganó el cariño de muchos lectores en los años, décadas incluso, siguientes. Y eso que Fitzgerald (1916-2000) “tardó” en convertirse en escritora: su primer libro, una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, se publicó en 1975, iniciando una obra en la que alternó un género tan británico como la biografía con las novelas, el ensayo y el cuento. Pero es que de casta le venía al galgo, se podría decir: su padre, Edmund Fox, fue editor de la revista Punch en los años treinta y cuarenta, y su tío, Ronald Knox, autor de novelas negras. Fitzgerald trabajó en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial, se casó después y formó una familia, tarea que combinó con un empleo de media jornada en una librería, donde adquirió la experiencia que plasmaría en su novela de 1978. No sería hasta los años sesenta, ya crecidos los niños, que pudo regresar por completo al ámbito laboral, como profesora en una academia de arte dramático y, una vez retirada, como escritora a tiempo completo. Una vida plena, pues, que reflejó en algunas de sus novelas, como en La librería y que, tarde o temprano, alguien se atrevería a llevar a la gran pantalla. Y así ha sido, de la mano de la directora española Isabel Coixet, que también se ha encargado de la adaptación del libro al guion.


La librería nos cuenta la historia de Florence Green (Emily Mortimer), una viuda de mediana edad que a finales de la década de 1950 decide abrir una librería en Hardborough, un pueblo costero de Suffolk. El lugar elegido es una vieja casona –llamada no en balde Old House–, abandonada y por reformar, y que se dice que está habitada por fantasmas. La elección de esta casa no será del agrado de Violet Gamart (Patricia Clarkson), una influyente dama de la alta sociedad local que pretendía utilizarla para abrir un centro de arte, y que trata de persuadir a Florence para que desista en su empeño. Pero Florence seguirá adelante con la reforma de la casa y la apertura de la librería, contando con la colaboración (casi impuesta) de una niña, Christine (Honor Kneafsey), que trabajará en la librería por las tardes al salir de clase. Florence pronto hallará un inesperado aliado en el señor Brundisher (Bill Nighy), un anciano que vive solo en su casa y al margen de los actos sociales, y cuya ocupación principal es la lectura (suele arrancar las contraportadas de los libros en las que aparecen las biografías de los autores: el libro, no el autor, es lo que más le importa). Brundisher se convertirá en uno de los primeros y principales clientes de Florence, a quien encarga libros con regularidad y a su elección, y con quien mantendrá una particular amistad por carta. Cuando sale a la venta la controvertida novela Lolita de Vladimir Nabokov –la obsesión de un hombre de mediana edad, Humbert Humbert, por una niña de doce años, la Lolita del título– y llega a la librería de Florence, los resquemores de la ciudad con la librera (en particular de la señora Gamart) alcanzarán su punto máximo… 


A diferencia de lo que puede parecer por el tráiler, La librería es una película intimista, sencilla y, si el espectador se deja llevar, una pequeña delicia, de lo mejorcito de este año cinematográfico que pronto acabará. La película deja de lado algunas de las tramas secundarias de la novela –la presencia de los supuestos fantasmas en Old House, por ejemplo– y se centra en las dificultades que tiene Florence para romper con la oposición sorda pero firme de la sociedad local, con la señora Gamart a la cabeza, y en la “vida” de la librería, lugar que poco a poco se convierte en un núcleo más o menos animado que visitan los habitantes de Hardborough, un lugar en el que la pesca es una de sus fuentes principales de ocupación. De una manera pausada, y jugando con el encanto de los escenarios naturales –ese pueblo costero británico en el que el tiempo no parece transcurrir o, si lo hace, es con suma parsimonia–, Coixet muestra las diversas esferas sociales del lugar: la sencillez de las familias trabajadoras, como la de la joven Christine, frente a la tranquila opulencia de los Gamart, para quienes la riqueza siempre ha estado en su ADN, o la cierta (y viscosa) bohemia que rodea a Milo North (James Lance), sobrino de Violet, personaje sin oficio ni beneficio pero acostumbrado a vivir bien y a poder ser sin ningún esfuerzo. La vida ermitaña y solitaria del señor Brundisher, personaje también adinerado (con blasón incluido en la casa solariega, más sobria por fuera de lo que realmente es por dentro) pero con gustos discretos, se convierte en polo opuesto a la atareada vida social (y en muchos aspectos esnob) de los Gamart y adláteres, y halla en Florence, otra persona solitaria (su marido murió en la guerra), un punto de afinidad que añadir a la pasión por los libros. La buena labor de los actores es primordial para que los personajes lleguen y calen en el espectador, y tanto Mortimer como Nighy, Clarkson y la joven Kneafsey lo consiguen. Y que la música acompañe, pero no entorpezca la narración: Alfonso de Vilallonga lo logra con una partitura elegante y contenida que nos traslada a casi sesenta años atrás y que se verbaliza elegantemente con la voz de la cantante Ala.ni en algunas de sus canciones. 


La sencillez con la que se nos cuenta una historia que aparentemente esconde muchas pasiones sordas es quizá lo mejor de una película que recuerda al minimalismo de las primeras cintas de Coixet, como A los que aman (1998), por la manera en que evoca una época pasada sin que nada parezca de cartón piedra, o La vida secreta de las palabras (2005, por el lirismo con el que envuelve una buena historia. Y es que precisamente eso es lo que destaca en esta película: la buena historia que Coixet ha sabido conducir hacia terrenos más personales y en la construcción de sus personajes –en la relación entre Florence y el señor Brundisher hay ecos de la que mantienen los protagonistas de Aprendiendo a conducir (2013)–, y todo ello sin estridencias. Añadamos la sobriedad de los diálogos, medidos en muchas ocasiones, los silencios que aportan más que la verborrea de según qué dramones y especialmente una cuidada fotografía y unos escenarios naturales que crean una sensación de lugar estático en el tiempo, como elementos que ayudan a que esa historia fluya con naturalidad. Los temas que se muestran en el filme también se desarrollan con una sensación de sosiego que no oculta la mezquindad y el egoísmo que subyacen en comunidades pequeñas y en las que todo el mundo se conoce: la soledad como estado anímico y como escudo frente a las miserias ajenas, la lucha en desventaja por defender unos ideales personales frente a un establishment conservador que, con buenos modales pero oscuras intenciones, trata de ahogar toda iniciativa de progreso; los libros como vía de escape hacia una libertad personal y un pensamiento libre; el paisaje como espacio emotivo (donde mejor se halla Florence es paseando y pensando por los alrededores del pueblo). 


Concluimos. La librería es una hermosa película, sobria en sus formas y sencilla en su desarrollo; y maneja muy bien los sentimientos, permitiendo que nos dejemos llevar por ellos sin caer en la cursilería. Esta vez Isabel Coixet ha logrado calar hondo, como en algunas de las películas de sus primeros años.

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