«La lucha para salvarme es desesperada. […] Pero no importa. Porque yo puedo llevar mi relato hasta el final y confiar en que vea la luz del día, cuando llegue el momento adecuado. […] Y la gente sabrá lo que ha ocurrido. […] Y preguntarán: ¿es ésta la verdad? Y yo contesto por anticipado: no, ésta no es la verdad, sino sólo una pequeña parte, una diminuta fracción de la verdad. […] Ni la pluma más potente puede representar la verdad completa, real, esencial».
Stefan Ernest, El gueto de Varsovia, escrito a escondidas en 1943 en el lado «ario» de Varsovia.
Y es posible rastrear la verdad sobre la Shoa, sobre el Holocausto. Y a esta tarea se ha dedicado durante décadas Saul Friedländer (n. 1932), profesor emérito de Historia en UCLA, Estados Unidos. Es difícil captar en una reseña lo que supone el díptico formado por El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de la persecución (publicado en inglés en 1997) y El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio
(publicado en 2007 y merecedor del Premio Pulitzer en 2008), editados por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2009. Resulta
complejo sintetizar en unos cuantos párrafos una obra que superas las
1.700 páginas. Una obra que bebe de decenas de diarios de «una inmensa
masa de víctimas silenciosas», que se nutre de documentación oficial, de
cartas, de discursos, de una masa casi inabarcable de bibliografía
secundaria y especializada. Una obra que basa su fortaleza en una
precisión documental impresionante, en el detallismo con el que se narra
el trasfondo, la creación, la puesta en marcha y la ejecución del
Holocausto. Una obra que se lee como una novela, que duele en el alma,
que nos arrastra y nos quiebra. Una obra en la que la esperanza no es
siquiera una estación de madrugada, en la que los trenes hacia los
campos de exterminio pasan de largo.
Saul Friedländer. |
Digamos de entrada que Friedländer focaliza la historia del Holocausto en las víctimas, a diferencia de Raul Hilberg en La destrucción de los judíos de Europa
(1961, segunda edición revisada en 1985, traducido al castellano por
Akal en 2005), quien puso el énfasis en la maquinaria del exterminio por
parte de los perpetradores. No, Friedländer incide en las experiencias
de las víctimas judías desde que el 30 de enero de 1933 Paul von
Hindenburg, presidente del Reich alemán, designa canciller a Adolf
Hitler, el líder del partido xenófobo y extremista NSDAP. Ya en los
primeras semanas después del nombramiento de Hitler, comienza la
persecución de los judíos en Alemania. De este modo, El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de la persecución empieza, casi in media res
con la expulsión de artistas e intelectuales de universidades,
colegios, orquestas, editoriales, diarios, etc. Se inicia un proceso de
persecución de médicos, abogados, científicos, periodistas,
funcionarios,… judíos. Este libro sigue, de modo temático a la par que
siguiendo la cronología de la primera parte del régimen nazi, los pasos
que, desde el verano de 1942, se convertirá en la Shoa. Se
recoge y se potencia un caldo de cultivo en la Alemania de las décadas
anteriores y se vigor de ley a la diferenciación entre arios y no arios.
Las Leyes de Nuremberg en 1935 fijan los principios fundamentales del
Estado racial nazi. Se inician las primeras campañas de esterilización y
de eutanasia de lo que los nazis consideran miembros degenerados de la
sociedad aria alemana. La Kristallnacht, la Noche de los
Cristales Rotos (9-10 de noviembre de 1938) es el primer gran pogromo a
nivel nacional… pero la violencia contra los judíos ya llevaba cinco
años ejerciéndose de manera legal. Para cuando estalla la Segunda Guerra
Mundial, el régimen nazi ha previsto qué hacer con los judíos, aunque
las fases del exterminio serán graduales y paulatinas, premeditadamente
decidido años antes de que empezaran a funcionar las cámaras de gas y
los crematorios en Auschwitz, Belzec, Chelmno, Sobibor, Majdanek
yTreblinka.
El joven Petr Ginz, en su Diario de Praga (1941-1942) (publicado por Acantilado
en 2006) conoció en su tierra natal el proceso que siguieron los judíos
en Alemania desde 1933 y, de manera más evidente, desde abril de 1940:
«Ahora todo el mundo sabe
quién es judío y quien es ario
porque al judío se le reconoce
por la estrella amarilla y negra.
Y el judío, una vez marcado,
tiene que acatar las ordenanzas:
Todos los días, a partir de las ocho,
debe dedicarse a su familia,
sólo puede trabajar de peón,
y no prestarle a nada atención,
no ser dueño ni de un cachorro
y de afeitarse ni hablar.
Y la judía que antes era rica
no puede tener ni siquiera un gato,
tiene que enseñar a los niños en casa,
hacer las compras de tres a cinco,
no puede haber joyas, ajo o vino,
conciertos, teatro o cine,
coches, casas o gramófonos,
pieles, esquís, teléfonos,
carne de cerdo, cebollas, queso,
aparatos o balanzas,
armónicas para tocar,
o un canario para entretenerse […]».
Para entonces, como Friedländer disecciona con quirúrgica precisión en El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio,
la maquinaria asesina nazi ya está engrasada e inicia un proceso de
horror continuado. Este segundo libro, estructurado en tres partes
–«Terror. Otoño de 1939-verano de 1941», «Asesinatos en masa. Verano de
1941-verano de 1942» y «Shoa. Verano de 1942-primavera de
1945»– es un viaje al infierno por toda Europa, pues no se centra
Friedländer exclusivamente en Alemania, Polonia y la zona soviética
invadida desde junio de 1941. El exterminio judío también afectó a la
mayor parte de Europa, de Bélgica, Holanda y Francia a Hungría, Rumanía y
Bulgaria, de Dinamarca y Noruega a Italia y Grecia. Y afectó no sólo a
los asesinos y las víctimas: incluyó a las Iglesias católica y
protestante (cuya tibieza y, en no pocas ocasiones, tácita aceptación de
lo que sucedía Friedländer denuncia en ambos libros), las élites e
incluso la población alemana y de otros países en general, que aceptaron
la persecución y con poquísimas excepciones que levantaran la voz en
contra. Para entonces, ya en 1939-1940, las previsiones de una
deportación de los judíos alemanes fuera del Reich (incluida la opción
de Madagascar desde la primavera de 1940) se alteran: laenorme población
judía de Polonia, desde octubre de 1939 (unos tres millones de judíos,
aproximadamente), a los que se añaden los judíos de Ucrania y
Bielorrusia obligan, en la lógica exterminadora nazi, a agilizar el
proceso: comenzarán los asesinatos en masa.
El autor traslada también la voz a los aliados del régimen nazi, a la
Francia de Pétain, la Hungría de Horthy, la Eslovaquia de Tiso, la
Rumanía de Antonescu y, cómo no, la Italia de Mussolini. En Antonescu y
Tiso tuvo Hitler leales y activos colaboradores en la deportación y
exterminio de la población judía en sus países; Tiso, precisamente, dijo
en agosto de 1942, que «expulsar a los judíos es un acción cristiana,
pues se hace por el bien del pueblo, que de ese modo se libra de la
plaga que lo aflige». Con Pétain y sus gobiernos, la colaboración fue
estrecha, aunque hasta el otoño de 1943 los alemanes no exigieron la
entrega de los judíos franceses; del mismo modo sucedió con Horthy, que
se resistió a entregar a casi un millón de judíos (la población judía no
alemana más numerosa tras los polacos) hasta que la ocupación de
Hungría por la Wehrmacht en marzo de 1944 le forzó a ello.
¿Cuándo se produce el paso de los fusilamientos en masa y los
experimentos de gaseado en camiones a la dinámica de los campos de
exterminio, las cámaras de gas y los crematorios? Para Friedländer, y
para otros especialistas, en el verano de 1942. Desde finales de 1941,
además, la evolución de la guerra supuso una aceleración del programa
del exterminio, con el estancamiento en Rusia y la entrada en el
conflicto de Estados Unidos, a los que Hitler, alterando sus planes
iniciales, declara la guerra en diciembre de 1941. Es entonces, tras los
planes presentados por Heydrich en la llamada conferencia de Wannsee
(enero de 1942), cuando se perfecciona, con una fría y horrenda
precisión, el Holocausto.
Afirma Richard J. Evans en una reseña de Los años del exterminio que
«[éste] no es un libro académico más. Realmente, Friedländer parece haber leído cada fuente impresa y cada monografía secundaria que se ha publicado en inglés, alemán y francés. Sus juicios son escrupulosos y a un nivel altísimo. Y trata las controversias históricas que han dado pie a los principales tópicos sobre el tema con un tono desapasionado aunque incansable. Escribe sin rastro alguno de polémica o de una inevitable retrospectiva moralizante. El libro satisface con meticulosidad todo requisito propio de una obra histórica profesional» (las traducciones del inglés son mías).
La insignia o estrella amarilla que señalaba a la población judía, introducida por primera vez en Polonia en el otoño de 1939; extendida a todo el conjunto del Reich alemán en septiembre de 1941. |
Y, sigue Evans, «lo que eleva Los años del exterminio al
nivel de la literatura es, no obstante, el experto tejido de los
testimonios personales con la descripción más amplia de los
acontecimientos». Y no es para menos, familiarícese el lector con estos
nombres: Victor Klemperer (de Dresde), Mihail Sebastian (de Bucarest),
Abraham Tory (de Kovno), Hersch Wasser (de Varsovia); Etty Hillesum, Ana
Frank, Ben Wessels y Philip Mechanicus, de Amsterdam; Raymond-Raoul
Lambert, Jacques Biélinsky y Louise Jacobson, de París; Moshe Flinker,
de La Haya y Beuselas; Jochen Klepper y Herta Feisner, de Berlín; Lilli
Jahn, de Colonia; Ernst Krombach, de Essen; Gond Redlich y Oskar
Rosenfeld, de Praga; Dawid Sierakowiak, Josef Zelkowicz, varios
«cronistas» y diaristas anónimos, de Lodz; Elisheva (Elsa Binder) y su
desconocida «diarista invitada», de Stanisłalow; Adam Czerników, Emanuel
Ringelblum, Simon Huberband, Chaim Kaplan, Abraham Lwein y Janusz
Korczak, de Varsovia; Calel Perechodnik, de Ottwock; Dawid Rubinowicz,
de Kielce, Aryeh y Malwina Klonicki, de Kovel y Buczacz; Herman Kruk,
Itzhok Rudashevski y Zelig Kalmanovitch, de Vilna, y el diarista del
Sonderkommando de Auschwitz, Zalman Gradowski. A todos ellos, algunos
muy conocidos, y a bastantes más, da voz Friedländer en ambos libros,
especialmente el segundo. Muchos fueron asesinados, unos pocos quedaron
con vida.
Y no sólo a las víctimas judías cede Friedländer la palabra: su obra
también menciona la muerte de millones de prisioneros soviéticos, el
sistemático exterminio de la «intelligentsia» polaca, el asesinato de
alrededor de 200.000 discapacitados físicos y mentales alemanes, la
aniquiliación de gran parte de los gitanos europeos, etc. Como afirma
Evans en su reseña,
«la política racial del Tercer Reich debe ser entendida como parte de una política más amplia que tenía como objetivo una reestructuración étnica de Europa. Las comparaciones con estas otras víctimas evidenciarían, pues, que los judíos ocupaban un lugar especial en la mentalidad exterminadora de los nazis; fueron percibidos no sólo como un obstáculo a escala regional, sino como una amenaza global, no como inferiores insectos a los que aplastar sino como poderosos enemigos, y cuya existencia era un terrible peligro para el futuro de la raza alemana».
"El trabajo os hará libres": inscripción en la puerta de entrada al campo de concentración Auschwitz I. |
Para la primavera de 1945, entre cinco y seis millones de judíos
habían sido asesinados; de ellos, más de un millón y medio tenía menos
de catorce años. Dice Friedländer de los supervivientes: «de los pocos cientos de miles de judíos que habiendo permanecido en
la Europa ocupada habían sobrevivido, la mayoría echaron raíces en su
nuevo entorno, fuera por necesidad o por elección; reconstruyeron sus
vidas, ocultaron sus cicatrices con resolución y experimentaron las
habituales alegrías y penas que lleva consigo la vida cotidiana. Durante
varias décadas muchos evocaban el pasado sólo entre ellos, a puerta
cerrada, por así decirlo; algunos se convirtieron en testigos
ocasionales, otros optaron por el silencio. Sin embargo, eligieran el
rumbo que eligiesen, aquellos años siguieron siendo para todos ellos el
período más significativo de sus vidas. Estaban atrapados por en él: de
forma recurrente les retrotraía a un terror abrumador, y entretanto, a
pesar del tiempo transcurrido, llevaba consigo la indeleble memoria de
los muertos» (Los años del exterminio, pp. 861-862).
Vuelvo al inicio de esta reseña: es difícil sintetizar este díptico
de Friedländer. Duele el alma sólo de pensar en lo que narra, en aquello
que nos arrastra y nos quiebra. Pero pensemos en lo que significó el
Holocausto. Alcemos el grito, como un clamor, y no escondamos la verdad.
Szmuel Zygelboym lo hizo en una carta a sus camaradas de Nueva York
antes de suicidarse en Varsovia el 12 de mayo de 1943: «Que mi muerte
sea un enérgico grito de protesta contra la indiferencia del mundo que
asiste al exterminio del pueblo judío sin tomar ninguna medida para
impedirlo».
Estaba esperando la reseña de "Sonámbulos" (dudando leerlo) y me encuentro esta de una obra que lleva en la mesa esperando turno desde el verano y ha reavivado mi interés. Te lo agradezco. Te sigo de cerca desde mi descubrimiento y pasión por la República Romana.
ResponderEliminarSaludos
Tardará unas semanas la reseña de 'Sonámbulos', pero no dudes en leerlo... Estupendo libro. ¡Saludos!
ResponderEliminar