10 de octubre de 2014

Efemérides historizadas (IV): 10 de octubre de 19 d.C. - muerte de Germánico

Un 10 de octubre de 19 d.C. falleció en Antioquía Gayo (aunque es dudoso el praenomen) Julio César Germánico, hijo de Nerón Claudio Druso y Antonia la Menor (hija de Marco Antonio), nieto de Livia (esposa del emperador Augusto), sobrino del emperador Tiberio, esposo de Agripina la Mayor (nieta de Augusto), padre del futuro emperador Gayo Julio César (conocido popularmente como Calígula) y hermano del también futuro emperador Claudio. Todo queda en casa, si tenemos que echar un vistazo a la familia endogámica del fallecido, un personaje que autores de finales del siglo I y principios del II como Suetonio y Tácito presentaron con una muy favorable imagen (en contraposición a la de la mayoría de sus parientes) y quien, visto con perspectiva, probablemente (y como todo hijo de vecino) tenía sus luces y sus sombras. Germánico estaba destinado a comandar legiones, como su padre, desde que nació. La muerte de Druso en Germania, en el año 9 a.C., le cogió con seis años de edad, pero para entonces ya estaba prometido a su prima Agripina, hija de Marco Vipsanio Agripa, el más estrecho colaborador de Augusto, y de la hija de éste, Julia la Mayor. Con este matrimonio se estrechaban las relaciones de las de por sí ya conectadas familias Julia (la de Augusto, aunque fuera por adopción) y Claudia (doblemente, pues Livia se había casado en un primer matrimonio con su primo Tiberio Claudio Nerón, padre de Tiberio y Druso). Con el matrimonio de Julia y Tiberio, a la muerte de Agripa (13/12 a.C.), Augusto y Livia seguían estrechando esas relaciones, creándose lo que con el tiempo se conocería como la dinastía Julia-Claudia. No fue el único matrimonio político entre ambas familias: Livia Julia, hermana de Germánico, se casaría con Druso el Joven, hijo de Tiberio, formalmente un Julio tras ser adoptado por Augusto, después de que este perdiera a sus herederos, los cuñados del propio Tiberio, Gayo y Lucio – quoniam atrox fortuna Gaium et Lucium filios mihi eripuit–, y habiendo sido desterrada la madre de éstos (y su repudiada esposa), Julia. La historia de los Julio-Claudios es larga de contar. Por entonces el que quedó apartado fue Claudio, el hermano tartamudo y cojo de Germánico, y con quien nadie contaba.

El escándalo de Julia (2 a.C.), un incomprensible y nunca aclarado asunto que mezclaba política y amoríos, y que sacó de quicio al riguroso y moralista Augusto, pudo torpedear la política matrimonial que Augusto y Livia llevaban tejiendo desde que Julia, su primo Marcelo (sobrino de Augusto) y Tiberio y Druso (recordemos, hijos de Livia) eran adolescentes. Augusto no tuvo hijos varones y Julia se presentó pronto como la «llave» para llegar al poder. Para Augusto, que enfermó seriamente a los cuarenta años de edad (23 a.C.) –siempre tuvo una salud frágil, pero ello no le impidió llegar a los setenta y seis años de edad, algo que nadie podría haber imaginado entonces–, su heredero lógico era Marcelo, hijo de su hermana Octavia (de su primer matrimonio con un enemigo de César, el cónsul Gayo Claudio Marcelo), y a quien se casó con Julia. Pero Marcelo, que apenas acababa de superar la adolescencia, falleció el mismo año en el que Augusto cayó enfermo; el emperador se recuperó… pero su llorado sobrino (tu Marcellus eris, cantaría Virgilio en la Eneida) no. La enfermedad de Augusto desató una crisis de poder e incluso constitucional: ¿qué sucedería si el princeps y cónsul ininterrumpidamente desde hacía ocho años) fallecía? ¿Volverían a estallar las guerras civiles ahora que el Imperio finalmente había alcanzado la paz? ¿Y qué papel jugaría Agripa, el hombre de confianza de Augusto, su lugarteniente y general más preciado? ¿Ejercería el poder en una especie de regencia o lo devolvería al Senado? Livia, la confidente de Augusto, lo tenía claro: había que amarrar a Agripa. Recuperado Augusto, este casó a su hija con Agripa (quien se divorció convenientemente de Marcela, hija de Octavia y hermana del malogrado Marcelo), y el feliz matrimonio tuvo varios hijos: los citados Gayo, Lucio y Agripina, y también una Julia (la Menor) y un Agripa Póstumo, quienes también darían quebraderos de cabeza al abuelo. Un abuelo que, nada más nacer Gayo y Lucio, los adoptó (con la aprobación de su padre biológico) como hijos y, por tanto, herederos. Sí, es algo complicado comprender a fondo la política matrimonial y adoptiva de Augusto…

As con la efigie de Germánico en el anverso, c. 40-41 d.C.
Pero hablábamos de Julia la Mayor (bueno, en realidad de Germánico, pero ya llegaremos…). La muerte de Agripa la dejó viuda por segunda vez e, ipso facto, Augusto la casó con su hijastro Tiberio. Este, felizmente casado con Vipsania Agripina, hija del primer matrimonio de Agripa (con la hija del acaudalado Tito Pomponio Ático, el amigo de Cicerón y receptor de muchas de sus jugosas cartas), se vio forzado a aceptar la situación: divorciarse de Vipsania, a la que amaba, y casarse con Julia, con la que se había criado pero a la que no amaba. La política estaba por encima de los sentimientos. El matrimonio de Julia y Tiberio no fue feliz, al tiempo que éste actuaba como extraño padrastro de los hijos adoptivos del emperador (insisto, es complicado entender todo esto…), crecidos entre mimos y atenciones, y a quienes se les había llenado tanto la cabeza con ideas sobre su importancia, que no es de extrañar que actuaran con soberbia y mirasen por encima del hombro al marido de su madre, el de por sí taciturno Tiberio, quien había su hermano Druso en Germania y que no había podido llegar a ver con vida cuando se enteró de su accidente mortal, cabalgando como un loco para llegar a tiempo de cogerle la mano. Druso murió y sus hijos, el pequeño Nerón (ahora llamado Germánico), la más pequeña Livia Julia (Livila para la familia y la posteridad) y el bebé Claudio, en cierto modo quedaron a cargo de Tiberio. Pero las cosas se complicaron cuando Tiberio, harto de aguantar a sus hijastros y de estar a la sombra, de realizar un trabajo ingrato en las fronteras (heredando las campañas de Agripa en el Rin y el Danubio) y de convivir con Julia, lo abandonó todo en el año 6 a.C. y se retiró a la isla de Rodas casi como un privatus (siguió ejerciendo una potestad tribunicia que Augusto dejó que caducara y no renovó). El princeps se ofendió, dijo algo así como “ahí te pudras, Tiberio”, a pesar de las protestas de la madre del exiliado (su esposa Livia, no lo olvidemos), y siguió mimando a Gayo y Lucio, sus adolescentes herederos, mientras seguía perfilando matrimonios para sus otros nietos y sobrinos nietos.

La caída en desgracia de Julia no afectó a los planes: Germánico se casaría con Agripina, Livila con Druso el Joven y Julia la Menor con Lucio Emilio Paulo (un primo segundo, que a su vez era sobrino nieto de Lépido, el infausto triunviro a quien Augusto apartara del poder; todo seguía quedando en familia…). La muerte de Lucio (2 d.C.) y Gayo (4 d.C.) dejó a Augusto muy afectado y sin herederos. Superado el luto, adoptó al último de sus nietos varones, Agripa Póstumo, y a Tiberio; y obligó a éste a adoptar a Germánico, a pesar de tener ya un hijo, el ya citado Druso el Joven. Agripa Póstumo, de carácter violento, finalmente sería apartado de la línea sucesoria el año 9 d.C., desterrado a una isla y a la postre asesinado a la muerte de Augusto (“el primer crimen del Principado” de Tiberio, según Tácito). De este modo, Tiberio se convertía en el heredero de Augusto… y su sucesor desde el año 14 d.C. Incluido en el estado mayor de su padrastro Tiberio, Germánico participó en la larga guerra para sofocar la revuelta de los panonios entre los años 7 y 9, y como a Augusto y Tiberio, le cogió por sorpresa el desastre romano en Teutoburgo de ese mismo año 9. Con Tiberio, participó en las breves y contenidas campañas posteriores al desastre germano, asentando la provincia y estableciendo permanentemente la frontera en el Rin. Pero Germánico tenía sus planes y ambiciones, y de eso pronto se dio cuenta su padrastro… y pronto emperador. Germánico tenía veintisiete años a la muerte de Augusto, ya había tenido varios hijos con Agripina (incluido el pequeño Gayo, futuro Calígula, y a quien el propio Augusto pudo conocer antes de su muerte); la propia Agripina no dejaba de recordarle su posición, de quién era hijo en realidad (del heroico Druso) y con quién estaba casado (con ella, la hija del no menos gran Agripa). Podemos suponer que Agripina no dejaría de comerle la cabeza a Germánico, alimentando su ambición y echando pestes contra Tiberio, el hombre que abandonara a su madre para irse a una isla; no cuesta imaginar que Agripina ya incubara ese odio contra Tiberio que, una década después, sería tal que incluso conspirara contra el emperador y finalmente acabara siendo arrestada, juzgada y exiliada a otra isla… como su madre Julia. Las alianzas matrimoniales y los destierros en islas también quedaban en familia…

David Robb como Germánico en la serie televisiva
Yo Claudio (BBC, 1976).
Todo esta sucesión de acontecimientos, pues, nos muestra que Germánico era una figura importante en la línea de sucesión imperial cuando Tiberio asumió los poderes de su padrastro y se convirtió el nuevo princeps. Cónsul en el año 12, su camino estaba escrito para alcanzar más honores y, quién sabe, la púrpura imperial. ¿Estaba Augusto preparando el camino para que Germánico fuera su futuro heredero? ¿En qué lugar quedaba Tiberio, pues? ¿Sería este quien calentara el trono imperial durante unos años, a tenor de su edad cuando heredó los poderes de su padre (56 años), para que se sentara en él el adorado Germánico? Tácito nos ha presentado un retrato arisco, suspicaz y cruel de Tiberio, celoso de Germánico y, en cierto modo, cómplice de su muerte a distancia. Del mismo modo, se nos presenta una imagen de Livia, la abuela, como una cruel figura que no dudaría en relacionarse con envenenadoras profesionales como la que, supuestamente, dio a Gneo Calpurnio Pisón y su esposa Plancina la poción para matar a Germánico. Pero me adelanto (del mismo modo que me enrollo, lo sé…). Tras la muerte de Augusto, pues, Germánico estaba, valga la redundancia, en las provincias germanas con un mando oficial (como legatus) de las legiones que se rebelaron contra Tiberio. Una revuelta incómoda, pues todo se redujo a una queja por la paga (los pretorianos recibieron mayor dinero que ellos en el testamento de Augusto) y por las condiciones “laborales” del servicio militar. Costó apaciguar los ánimos de los legionarios revueltos, que incluso ofrecieron a un ambicioso pero asustado Germánico la púrpura imperial, que rechazó (algo que Tiberio no dejaría de observar… y anotar: ¿pudo estar el propio Germánico detrás de este intento de usurpación? ¿Y qué papel jugó en ello la propia esposa del legado, Agripina, embarazada y a escasas millas del campamento de los revoltosos?). La revuelta finalmente terminó con una mejora de las condiciones del servicio y un aumento de la paga, la ejecución de los líderes de la protesta y una campaña allende el Rin para calmar los ánimos y castigar a los germanos. Las campañas de Germánico allende el Rin (14-17d.C.) en el territorio de la antigua provincia abandonada tras el desastre teutoburguense, las narra Tácito con detalle: cómo buscó las águilas perdidas por Vario (recuperando dos), cómo se enfrentó a la coalición de queruscos, catos y otros pueblos comandada por Arminio, cómo organizó y puso en práctica una “campaña anfibia”, desembarcando en el Weser y atacando a los germanos por su retaguardia, a los que venció en una sonada (y propagandísticamente engrandecida) batalla. Los éxitos (limitados) de Germánico, exaltados por sus seguidores, comenzaron a preocupar a Tiberio, quien era consciente de la ambición de su sobrino-hijo adoptivo, que planeaba reconstruir la vieja provincia Germania Magna y llevar la frontera de nuevo al Elba. Pero el emperador estaba resuelto a mantener la política de Augusto en la zona tras el desastre de Varo: contención en el Rin y en los campamentos principales, fijando la frontera en este río y manteniendo a los germanos al otro lado del río. Por ello, y a pesar de los deseos de Germánico de continuar luchando en la zona, Tiberio ordenó el regreso de su sobrino a Roma. Le concedió un triunfo, alimentó su ego y se preguntó qué podía hacer para calmar el ímpetu de quien podía ser un problema a corto plazo.

Busto de Agripina la Mayor
(14 a.C.-33 d.C.).
¿Qué hacer con Germánico? Pues le concedió un segundo consulado para el año 18 d.C. (con él mismo como colega, para que viera que le tenía especial estima) y un proconsulado cum imperiuo superior al de los gobernadores y legados de las provincias orientales, aunque menor que el del propio Tiberio. La idea era enviarlo como su legado personal a la zona, en una situación de calma tensa con los partos: pocos años antes, los partos habían cambiado a un rey, Vonones I, considerado demasiado “prorromano”, por otro, Artabano II; Vonones se exilió a Armenia en el año 12 d.C., donde fue rey brevemente hasta que, cediendo a la presión de los partos, Augusto autorizó que fuera depuesto y enviado a Siria como un rey invitado… quizá esperando reponerlo en el trono parto. Vonones conspiraba con el gobernador de Siria, Gneo Calpurnio Pisón, justo en el momento en el que Germánico, acompañado de Agripina y del pequeño Gayo (Calígula, apodo que le habían puesto los legionarios acantonados en Germania). Como procónsul con poder superior, Germánico medió en el asunto de Armenia (designando un rey a gusto de los armenios… y de Roma), intercedió para solucionar algunos problemas entre los reyes de Comagene y Capadocia y, muy ufano y seguro de sí mismo, se permitió el lujo de viajar a Egipto, que visitó como un “turista” más. Error: Egipto era una posesión personal de Augusto y luego de Tiberio, y no se permitía la presencia de senadores sin permiso del “rey” oficial, es decir, Tiberio. Visitando Egipto sin haber solicitado permiso a Tiberio, Germánico desafiaba su autoridad y mostraba hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Tiberio le escribió enfadado, aunque la carta no la recibiría Germánico hasta regresar de su “tour” por el Nilo.

Por su parte, Tiberio había designado a Gneo Calpurnio Pisón, un antiguo cónsul y colaborador suyo, como legado imperial (en otras palabras, gobernador) en Siria y, por tanto, “agregado” de Germánico. Era un cargo importante, pues el legado en Siria estaba al mando de las legiones acantonadas en la zona y debía vigilar especialmente la frontera con los partos… que aun habiéndose firmado una paz (por el propio Tiberio, por cierto) casi cuarenta años atrás, seguía siendo una zona “caliente” para la diplomacia romana. Probablemente Tiberio no calibró las consecuencias de su nombramiento: como legado en Hispania y gobernador en África, durante el principado de Augusto, Pisón no se había ganado buena fama como militar y administrador, sino más bien una imagen de crueldad y avaricia. Tácito (Anales, II, 55 y ss.) carga las tintas contra Pisón, destacando sus desplantes contra Germánico (y los de su esposa Plancina contra Agripina), teóricamente su “superior” como procónsul. En la “comisión de investigación” senatorial posterior a la muerte de Germánico, y que quedaría por escrito en el Senatus consultum de Cn. Pisone patre (20 d.C.), se demostró que Pisón se extralimitó en sus funciones y que incluso provocó una guerra con Armenia y Partia. Y se enfrentó a Germánico y a su autoridad en el año 19 d.C., anticipándose a su llegada y anulando las disposiciones que éste había realizado sobre las condiciones de las legiones situadas en Siria o el ordenamiento municipal de las ciudades. Cuando Germánico regresó de Egipto, lógicamente se enfadó por los tejemanejes de Pisón, que conspiraba con Vonones y en contra del rey parto. El hijo adoptivo de Tiberio echó mano de sus poderes especiales y desautorizó a Pisón; éste, posteriormente, diría que abandonó la provincia al sentir que su vida estaba en peligro. De cualquier modo, Pisón se marchó de Antioquía, la capital de Siria, y justo después Germánico enfermó. Pisón, al enterarse de la enfermedad, detuvo su marcha, quizá esperando nuevas órdenes de Germánico; de hecho, según se desprende del relato de Tácito (Ann., II, 69), esperaba la muerte del procónsul e incluso comenzó a preparar su funeral. Pero Germánico mejoró un poco, frustrando las expectativas de Pisón, que se instaló en Seleucia, a la espera de nuevas noticias.

Nicolas Poussin, La muerte de Germánico (1627).
El estado de salud de Germánico empeoró; se convenció (o quizá Agripina le convenció) de que había sido envenenado por Pisón (según las malas lenguas, con la connivencia de Livia y del propio Tiberio). La agonía se vio acompañada del descubrimiento de macabros hechizos y maldiciones en contra de un Germánico que, poco a poco (y como Alejandro Magno tres siglos y medio atrás), se fue apagando, hasta fallecer el 10 de octubre de 19 d.C. Poco antes de morir, y en un momento de lucidez, Germánico «redacta una carta en la que le comunica que rechaza su amistad [rompiendo toda relación personal con él]; añaden los mas que también le ordenaba abandonar la provincia. Pisón, sin esperar más, hizo zarpar sus naves, pero controlaba su marcha de manera que, si la muerte de Germánico le abría Siria, pudiera volver lo antes posible» (Tàc., Ann., II, 70). Luego, dirigiéndose al grupo de amigos y colaboradores que habían viajado con él a Oriente (y seguimos el relato de Tácito, Ann., II, 71), les dijo: «Si yo muriera por disposición del hado, tendría derecho a dolerme incluso frente a los dioses, por arrebatarme a mis padres, a mis hijos, a mi patria, en plena juventud con una muerte tan prematura. Pues bien, ahora, detenido en mi carrera por el crimen de Pisón y Plancina, confío mis últimos ruegos a vuestros pechos: que hagáis saber a mi padre y a mi hermano [adoptivo, Druso el Joven] por qué crueldades desgarrado, por qué asechanzas rodeado he terminado mi desdichada vida con la peor de las muertes. Si a alguno movían hacia mí en vida mis esperanzas, si a alguno la comunidad de sangre, si a alguno incluso la envidia, lloraran el que yo, antaño floreciente y tras haber sobrevivido a tantas guerras, haya caído víctima del dolo de una mujer. Tendréis ocasión de quejaros ante el senado, de invocar las leyes. No es la principal obligación de los amigos el acompañar al que muere con una inútil lamentación, sino el recordar su voluntad y cumplimentar sus mandados. Lloraran a Germánico incluso los desconocidos, lo vengareis vosotros, si erais amigos míos más que de mi fortuna. Mostrad al pueblo romano a la que es nieta del divino Augusto y esposa mía, contadle mis seis hijos: la misericordia se pondrá del lado de los acusadores, y a los que traten de fingir ordenes criminales, o no los creerán los hombres o no se lo perdonaran». Que Germánico tenía muy buena opinión de sí mismo queda claro por la última frase; del mismo modo, queda claro qué imagen tenía de su esposa Agripina, y hasta qué punto se dejaba influencia por sus puntos de vista y sus odios personales, a tenor de las palabras que le dirigió antes de morir: pues le «rogó por su propia memoria y por los comunes hijos que depusiera su ánimo rebelde, que sometiera su espíritu a la fortuna cruel, y que al regresar a la Ciudad no irritara, tratando de emular su poder, a quienes eran más fuertes que ella» (ibid., 72). 

La consecuencia de la muerte de Germánico (¿de qué murió? ¿De malaria, por los síntomas?) fue que Tiberio perdía a quién parecía ser su sucesor (Druso el Joven al margen). Visto de otra manera, se podría decir que Tiberio dejaba de tener un problema. A sus 61 años, Tiberio ya era un hombre mayor para los estándares de la época y se podía prever que su vida no sería demasiado larga; pero lo mismo se pensó de Augusto… y vivió cuarenta y cuatro años después de su victoria de Actium y treinta y siete desde su grave enfermedad en el año 23 a.C. Si estaba “calentando” la silla para Germánico, no dio muestras de ello, ni tampoco de estar dispuesto a ser una mera cadena de transmisión del poder imperial. Muerto Germánico, la alianza política y matrimonial entre los Julios y los Claudios comenzó a resquebrajarse. Agripina, cuyo retrato en los Anales de Tácito muestra que no estaba dispuesta a asumir su papel de viuda, como su tía abuela Octavia, y a apartarse de la primera línea política, explicó a todo el mundo que le preguntó (o se encargó de hacer por su cuenta) que consideraba a Tiberio cómplice en el asesinato de su marido por Pisón. El retorno de los restos mortales de Germánico a Roma fue un apoteósico homenaje a su figura pública y personal, y un aldabonazo para las propias ambiciones de Agripina, que ahora situó en sus hijos, especialmente en Nerón y Druso (Gayo, posterior Calígula, tenía siete años de edad cuando murió su padre). Por su parte, Pisón, que intentó reasumir su cargo de legado en Siria, fue impedido por el “estado mayor” de Germánico, que designaron a un gobernador “interino” de la provincia, y, apremiado por su hijo Marco Pisón, decidió regresar a Roma para iniciar su defensa personal. Comenzó a dar su propia versión de los hechos: en una carta a Tiberio, «acusó a Germánico de exceso de lujo y de soberbia; el, que se había visto expulsado para que quedara vía libre a una situación subversiva» (ibid., 78) y se mostró dispuesto a ponerse al frente de las legiones para restablecer la situación; por un tiempo se estableció y se hizo fuerte en Cilicia, esperando órdenes de Tiberio. Pero para el emperador (e incluso para Livia, íntima amiga de Plancina), Pisón era una figura amortizada.

Benjamin West, Agripina desembarca en Brundysium con las cenizas de Germánico (c. 1768).


A su regreso a Roma, ya en el año 20 d.C., Tiberio dejó en manos del Senado qué hacer con Pisón. No estaba dispuesto a defenderle públicamente, pues ello significaría ponerse del lado de quien se consideraba el asesino de su hijo (con toda la campaña “mediática” de Agripina). El Senado decidió juzgar a Pisón `pro traición en sesión pública (digamos que organizó una “comisión de investigación”). Tiberio se mantuvo al margen, no defendiendo abiertamente a Pisón. Las acusaciones contra Pisón incidieron en sus tratos secretos con Vonones y, especialmente, en su intención de regresar por la fuerza a Siria y hacerse con el control de las legiones; de hecho, y como el Senatus consultum de Cn. Pisone patre destacaría –véase la edición anotada y traducción de Alicia Canto en Hispania Epigraphica nº 6, 1996, pp. 291-325, se le acusó de haber «intentado provocar una guerra civil» en Siria (línea 47). La defensa de Pisón fue endeble. Viéndose abandonado por Tiberio, en disposición de ser condenado y, por tanto, de poder ser ejecutado y su fortuna confiscada, Pisón optó por una salida honorable: el suicidio. Tácito añade un rumor: se decía que Pisón tenía una carta comprometedora firmada por Tiberio, en la que le daba instrucciones para actuar contra Germánico, y que con ella pretendía chantajear al emperador. Robert Graves, tomando este rumor, plantea el episodio del chantaje en su novela Yo Claudio, con todo lujo de detalles: reuniones de Livia con Plancina, incitándola a conseguir la(s) carta(s) incriminadora(s) e incluso a asesinar a Pisón si este no accedía a entregársela(s). El citado senadoconsulto absolvería a Marco Pisón, acusado de traición como su padre, y a Plancina, y no confiscaría su fortuna. Con Pisón muerto, el caso estaba cerrado, y tampoco parecía que nadie (aparte de los chismosos del foro) estuviera interesado en hurgar en la herida. Sólo quedaría Agripina, cuyo odio contra Tiberio y Livia no haría sino aumentar, implicando a sus hijos. Sejano, el favorito de Tiberio durante los años 20 d.C., finalmente lograría desterrar a Agripina a una isla, donde murió en torno al año 31 de inanición, y mantendría bajo arresto a sus hijos Nerón y Druso, hasta que ambos murieron (Nerón se suicidó, Druso murió de hambre). Con la caída de Sejano, que pudo conspirar para apartar del poder a Tiberio, se descubrió que su amante Livia Claudia, hermana de Germánico, envenenó (por iniciativa de Sejano) a su marido Druso el Joven, el hijo superviviente de Tiberio y por tanto su heredero, en torno al año 23 d.C. El escándalo fue mayúsculo –para regocijo de una desterrada Agripina, que no pudo disfrutar de la situación, pues murió poco después– y Livia Claudia fue recluida en arresto domiciliario por su madre Antonia, hasta que finalmente murió. Como consecuencia de todo ello, Tiberio sólo tuvo como herederos al hijo varón restante de Germánico, Gayo (Calígula), y a un hijo de Druso, y por tanto su nieto, Tiberio Gemelo. Finalmente, tras la muerte de Tiberio en el año 37 d.C., y en un brevísimo correinado con Gemelo, Gayo, el hijo de Germánico, alcanzó la púrpura imperial. Quizá el propósito de su padre. Como bien sabemos, reinó durante cuatro años y fue asesinado (41 d.C.). Claudio, el hermano de Germánico, le sucedería como princeps; y a éste le sucedería, en el año 54 d.C., el nieto de Germánico, Lucio Domicio Ahenobarbo, hijo de su hija Agripina la Menor, y que asumió el nombre de Nerón Claudio César Augusto Germánico.

Lectura recomendada: con todas las prevenciones que se quiera, los Anales de Tácito (edición de José Luis Moralejo en Gredos, 1979, o de Beatriz Antón Martínez en Akal, 2007); en especial, gran parte del libro II para el proconsulado en Oriente y la muerte de Germánico, y los inicios del libro III para el juicio de Pisón. Una lectura entre líneas nos ofrece muchos datos sobre la figura pública de este personaje y sus campañas militares en Germania.
Ficha del libro: edición de Gredos y/o de Akal.

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