12 de octubre de 2014

Crítica de cine: Perdida, de David Fincher

Cuando hace un tiempo comencé a tener algunas noticias sobre esta película pensé que la vería por una razón: que David Fincher está tras la cámara. No me llamaba excesivamente la atención la trama, basada en una novela de éxito de Gillian Flynn que la propia autora ha adaptado para el guion de la película, y que me sonaba a thriller actual más o menos vistoso. Tampoco me picaban la curiosidad los actores. Me interesaba saber qué podía hacer Fincher con una historia que parece, sabe, huele y casi camina como una telemovie de esas que emite Antena 3 en la sobremesa de los fines de semana. Qué iba a hacer con una historia que, también me da la sensación, a él tampoco le debe decir gran cosa pero que, cinematográficamente hablando, tiene mucho potencial. A la hora de mirar sesiones en la cartelera sabes que la película dura casi hora y media y te haces a la idea de que quizá el metraje sea excesivo y probablemente contraproducente... pero te pica el gusanillo de la curiosidad de saber cómo Fincher llenará esos 149 minutos y qué te va a mostrar. Quizá con otro director mi curiosidad no sería tanta, aunque las expectativas podían verse defraudadas. Me pasó con Zodiac en su primer visionado: denso, largo, complejo en las tramas... y sin embargo es un señor peliculón que se disfruta mucho mejor en un segundo y posteriores visionados. ¿Podría suceder lo mismo con esta Perdida que, ya lo anticipo, se me ha hecho larga como película pero que aporta interesas reflexiones en esos 149 minutos?

Pensaba en Zodiac en algunos momentos de Perdida: la atmósfera que rodea al suspense en sí, la indefinición del criminal como sujeto narrativo per se y las numerosas aristas que se destacan de la investigación criminal. También es cierto, no obstante, que pensaba (riéndome sólo) en otra película protagonizada por Ben Affleck, hace casi veinte años, y cuyo título, para que quienes vean esta Perdida, tiene un especial reverso irónico: Persiguiendo a Amy (Kevin Smith, 1997). Pensaba en lo bien que mueve Fincher el producto a lo largo del metraje... pero también en sus deméritos, que son unos cuantos. La trama es sencilla: una mañana, precisamente la de su 5º aniversario de boda, desaparece Amy (Rosamund Pike), esposa de Nick Dunne (Ben Affleck), y se pone en marcha toda la maquinaria policial y mediática que rodea a una desaparición que puede (o se espera) que derive en asesinato. La parquedad de datos que ofrece Nick, así como su propio carácter y los rincones oscuros que se van destapando, hacen sospechar que pudiera estar implicado en la desaparición de Amy, cuando no en su asesinato. Y ahí es donde nos subimos a esta montaña rusa de emociones, impacto, suspense, sangre y un misterio por resolver. ¿Dónde está Amy? La pregunta inicial poco a poco se complementa con otras tantas alrededor de Nick, de su hermana Margo (Carrie Coon) y de la fachada de ese matrimonio instalado en una ciudad de Missouri... y que parecían muchas cosas. Como tantos matrimonios.

La película indaga en diversas esferas dramáticas: el matrimonio como escaparate/fachada y también como drama/estafa, es decir, la imagen que tenemos sobre el matrimonio como pilar social esencial en la actualidad y las imágenes/percepciones que tenemos sobre esta institución. La relación en pareja, la verdad del amor y la falsedad de la infidelidad... que poco a poco revierten sus ropajes para adquirir la estafa del amor y la verdad que subyace en el adulterio. ¿Qué es real en un matrimonio y qué es pose de cara a la galería, la familia... o los medios de comunicación? Por otro lado tenemos los flashes y la opresión "informativa" de los medios de comunicación y de la dictadura del reality como alternativa de masas a la información veraz. Nick recorre una odisea mediática alrededor de la desaparición de Amy, cayendo del paraíso asumido por todos acerca del matrimonio a los abismos infernales de la "comunicación" en prime time, las entrevistas envenenadas, los programas magazine que llenan horas con aire y el acoso extra que suponen los móviles de última generación y su terreno de juego "natural": las redes sociales. El guión de la película carga las tintas contra la realidad hiperdramatizada de las cadenas de televisión y siembra la duda sobre la ética de los "informadores". Al mismo tiempo se disecciona el entramado que rodea a una desaparición que adquiere visos de mediática "realidad": cómo en pocas horas se inicia una campaña de apoyo y búsqueda que tiene sus códigos propios, explotados al máximo con Internet, y en el que el dolor, la tensa espera, la desesperación y el valor de una sonrisa en televisión adquieren diversos tonos de credibilidad o rechazo para quién pone en marcha la maquinaria del "¿quién sabe dónde?". 

La película tiene diversos y notables elementos para atrapar al espectador, hacerle partícipe de la expectación creada en torno a la trama... y hacerle reflexionar. El problema, sin embargo, es que en muchos casos los diversos giros dramáticos no dejan de ser teclas pulsadas con anterioridad en productos de menor enjundia y resonancia cinematográfica. Todo suena, de un modo u otro, a tópico, aun mostrándose con una gran calidad visual y con eficacia narrativa contrastada. Fincher no se limitaría a realizar una película que parece menor: la producción a su disposición no se lo permitiría. Pero la trama, con sus diversas evoluciones (o incluso actos dramáticos), no deja de ser estereotipada y los personajes principales, modulando los roles que tienen asignados, en ocasiones rozan la patética parodia de sí mismos. Rozan pero nunca superan. El metraje es dilatado y pasa factura a una película que cuando parece que ha llegado un punto climático, vuelve a subir la siguiente colina para llegar a una nueva cima. Y eso puede cansar a más de un espectador (a mí mismo, por ejemplo). Queda también la sensación de puntos flacos en el guión (que conviene no desvelar) en cuanto a actitudes de algunos personajes y percepciones por parte de otros (en el sentido de qué tal personaje tendría que haber sido desenmascarado antes o tal postureo apenas habría durado un breve espacio de tiempo en la realidad... real).

Con todo, una película de este calibre no puede ser categorizada como un flojo producto... porque no lo es. Pero (me) queda la sensación de que sin David Fincher, algunos actores y la producción estaríamos hablando de una telemovie del sábado por la tarde...

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