27 de octubre de 2014

Crítica de cine: Dos días, una noche, de Jean-Pierre y Luc Dardenne

La crisis económica del último lustro ha sido analizada desde diversos prismas, empezando por la disección de sus orígenes en 2008 en Margin Call. Pero más allá de Lehman Brothers, las hipotecas subprime, los bonos basura, el crash inmobiliario, el rescate bancario y las medidas gubernamentales de diverso resultado, la crisis es mucho más que un estado de ánimo que afecta a los individuos. Las consecuencias en el día a día y a ras de suelo se plantearon desde el principio: quiebra, suspensión de pagos y cierre de muchas empresas y, consecuentemente, trabajadores que se quedan sin trabajo. Probablemente ahora nos parezcan pueriles las discusiones acerca de una etiqueta como "mileurista" que, antes de la crisis (a.C.), servían para definir un modelo laboral precario... y que hoy en día sería la solución a corto y medio plaza de muchas familias. Tener trabajo, sea estable (menos) o precario (lo habitual) se ha convertido casi en un lujo en estos tiempos que corren, en una bendición... y en la salvación de quien lo tiene. Modelos industriales a.C. se han quedado como paquidermos en peligro de extinción y pronto la propia palabra "fijo" será desterrado de vocabularios sobre el entorno y las condiciones del trabajo. Todo ha cambiado y en muchos aspectos estamos en un período de transición que no sabemos adónde nos conduce y con qué consecuencias. Quizá lo peor de todo ello, además de la situación de provisionalidad laboral, sea la incertidumbre sobre el futuro que nos espera: ¿podemos hacer planes a medio y largo plazo? ¿Cómo conciliar el trabajo con la posibilidad de fundar una familia? ¿Qué panorama nos espera cuando lleguemos a la edad de jubilación (sea cuando sea, cada vez más tarde) y en qué condiciones viviremos? Vemos el modelo que ha tenido la generación de nuestros padres, la generación de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, y percibimos que pronto será una entelequia que jamás podremos alcanzar o disfrutar. Pero, sin irnos tan lejos, ¿qué sería de nosotros si de un día para otro nos quedamos sin trabajo y nos encontramos con una situación (más o menos) imprevista: sin un sueldo del que depender, con una familia a cargo y con escasas esperanzas de encontrar un nuevo empleo? En cierto modo este es el punto de partida de Dos días, una noche de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, dándole una vuelta de tuerca: una odisea particular para no perder el empleo.

Sandra (Marion Cotillard), que acaba de superar una depresión y está a punto de reincorporarse a su puesto de trabajo en una fábrica, recibe el viernes por la tarde una noticia devastadora. El jefe de la empresa plantea a los empleados de su sección (16 trabajadores) una disyuntiva envenenada en una votación particular: permitir que Sandra recupere su puesto de trabajo o percibir una prima de 1.000 euros. Ya nos podemos imaginar lo que ello supone: si votan para que Sandra vuelva al trabajo no recibirán la prima. O blanco o negro. Sandra y su familia (marido y dos hijos) necesitan es sueldo para mantener la vivienda: ya tenemos un primer conflicto. a su vez, la votación plantea en sí misma una lucha feroz por la supervivencia y de la que no depende sólo Sandra, y un segundo conflicto: de esos 16 trabajadores, ¿quién no va a necesitar esos mil euros para tapar más de un agujero, solucionar un problema o complementar la economía familiar, especialmente en aquellos casos en los que únicamente entra un sueldo en casa? Para Sandra, la votación es una catástrofe: necesita que nueve personas voten por ella y renuncien a la prima, que confíen en su recuperación y que cedan algo necesario para sí mismos a cambio de que alguien recupere su trabajo. Que la empresa deje entrever que el trabajo de la sección puede seguir perfectamente con 16 personas, como así ha sido durante la baja laboral de Sandra, supone también un elemento de presión extra. Que, por otro lado, el encargado de esa sección juegue por su cuenta y deje caer que, primas al margen, si no se despide a Sandra cualquier otro de los trabajadores puede tener el mismo destino (así se lo comentan a la propia afectada), y ya sea esto un rumor o una amenaza, es también un signo del voraz sistema laboral que utiliza el miedo y la presión para conseguir sus fines. Sandra misma, por otro lado, es consciente que pedir a sus compañeros que voten por ella supone un perjuicio para ellos (perder la prima), y se plantea hasta qué punto es lícito convencerles para que salven su empleo. Pero su marido la anima para que no desfallezca... y que básicamente es lo que siente Sandra al recibir la noticia: rendirse, no luchar, abandonarse al desaliento. Comienza un fin de semana (pues la votación será el lunes; mejor dicho, una segunda votación que el jefe ha aceptado celebrar, atendiendo a la petición de Sandra), los dos días y la noche del título de la película, que se convierte en una peregrinación por toda la ciudad para tratar de convencer al menos a nueve compañeros para que voten por ella... y en consecuencia acepten perder la prima.

La película de los directores belgas (que en cierto modo recuperan un planteamiento parecido al de su película Rosetta de 1999) incide en los efectos de la crisis económica y la precariedad laboral en esos trabajadores y en sus familias. y lo hace sin adoctrinamientos ni maniqueísmos baratos. La denuncia que plantean es de un calibre similar al de la filmografía de Ken Loach, pero sin las redundancias obreristas ni un mensaje que acabe siendo fagocitador. La situación de Sandra es denunciable: que la despidan cuando está a punto de reincorporarse a su trabajo es un insensible ataque a la recuperación de las personas en momentos de debilidad (y la depresión es una enfermedad diagnosticada). Sandra no puede evitar caer en el miedo irracional y abusar de las pastillas para sobrellevar la enorme presión de ese fin de semana, cayendo incluso en la posibilidad del suicidio (una secuencia, sin embargo, más que prescindible no por el elemento dramático que supone sino por la incongruencia de su desarrollo y resolución). Por otro lado, la película incide en reacciones de todo tipo (algunas de ellas muy lógicas, otras extremas por la violencia implícita y explícita) en los compañeros de Sandra: ¿serán capaces de renunciar a una prima mileurista? Y aquí, como en toda situación cotidiana de corte social, las respuestas son diversas: de la generosidad y la vergüenza a la mezquindad y el silencio. La epopeya de Sandra, su particular viaje hacia la injusticia (la que ella puede recibir y la que a su vez provoca al forzar que los demás renuncien a algo que necesitan) es quizá lo más interesante de la película; también lo más difícil de mantener, entre la tensión y la previsibilidad, por no decir la sensación de estar asistiendo a una gincana con pruebas que superar y contratiempos que solucionar. Pero, ¿no es la vida misma una inmensa gincana?

La película induce a la reflexión sobre nuestro papel en la sociedad y sobre nuestro propio (libre) albedrío... especialmente cuando no lo es (libre). Sobre una lucha constante contra la injusticia laboral (y a dos bandas: Sandra no para de insistir en que "es injusto que os hagan elegir"), sobre el rol que jugamos en momentos determinados y la posibilidad de elegir (también insiste en que "no he elegido yo los términos de la votación") y en la conciencia constante de saber lo que está demandando ("entiendo tu postura, no me pidas disculpas", dice cuando le dan un no por respuesta). El debate ético está implícito en cada secuencia y especialmente en la resolución del conflicto; una resolución que a su vez plantea un nuevo conflicto y otro debate ético. Sandra, en uno de esos momentos de crisis (de constante crisis personal) de la película, explota y deja entrever las nefastas consecuencias de la votación si consigue ganarla: "¿cómo voy a compartir trabajo con ellos después de hacerles perder mil euros? ¿Cómo crees que será vernos cara a cara cada día después de eso? ¿Compartir vestuario o desayunar juntos en la cafetería?", le gritará a su marido. Pues las consecuencia de hacer algio justo no tienen necesariamente que ser justas... y quizá nos lo pensemos dos veces antes de hacer algo. Ese tipo de reflexiones y situaciones, de un modo u otro, las hemos vivido todos. Además, la película plantea un retrato complejo de las múltiples realidades sociales en la Europa actual, con el peso de la inmigración y las variedades culturales con las que habitualmente convivimos. 
 
Una magnífica (y lúcida) película, en última instancia. Una reflexión sobre los intríngulis del mundo laboral actual y sobre la extinción de un modelo para llegar a otro que es peor.

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